Aquella tarde, al salir del trabajo, Nora se topó con Aaron en el camino, lo vio de lejos y se preparó mentalmente, como solía, para no demostrar nada, para ignorarlo pues el bruto no podía existir en su realidad.
Ya Diego le había comentado que les estaba yendo muy bien, se recuperaban con rapidez pues la mitad del rancho les pertenecía de nuevo. La rápida recuperación del hermano mayor solo le confirmaba a la chica que jamás la había querido, él solo continuó con su vida como si nada hubiese pasado.
Aquella noche, mientras estaba acostada miró por un rato el techo de su pequeña casa, sus abuelos dormían, ya en ambientes separados y sintió muchas ganas de llorar. Tan solo ver a Aaron, así lo ignorara, la desajustaba y estaba cansada de esa tristeza que llegaba de repente, sin aviso, después de hacerle creer que mejoraba.
Nora no entendía el desastre de sentimientos que tenía en el alma, Aaron desgarró su amor dejando retazos por doquier y parecía que ella jamás terminaría de recogerlos. Se palpó algunas partes de su cuerpo, recordando, se retorció con rabia y deseo, sentía que se estaba volviendo loca y que no tenía control. No podía seguir sintiendo esto por alguien que no la quería, pero no encontraba como borrarlo.
Así, por su mente, comenzaron a aparecer recuerdos como un torrente que terminó escapando por sus ojos, no lo podía detener, le parecía que Aaron le había clavado un puñal en la espalda y aunque intentaba alcanzarlo no se lo podía sacar. Solo le quedó llorar y llorar, frustrada, hasta que se quedó dormida.
Abrió los ojos al amanecer y agradeció haber superado una noche más de soledad. Partió a trabajar, eso la mantenía entretenida. Saludó a la gente en el camino y los imaginó con dagas clavadas en el cuerpo también, fijas, inamovibles, como la que ella llevaba, acostumbrados a cargarlas, un dolor que solo quedaba callar.
Nora no tenía cara de muchos amigos y sus chismosos ojos algo hinchados delataban su malestar, pero no se detendría por eso, ya se estaba acostumbrando a la vida que le había tocado y le parecía que simplemente era así.
Por la tarde don Julio la llamó a su despacho y Nora cerró los ojos sabiendo que su día solo empeoraría pues todo lo que tuviera que ver con su padre era problemático y doloroso, pero sin tener remedio, se acercó hasta la oficina donde lo encontró sentado en su gran sillón de cuero.
—Hola, Nora —saludó Julio al verla entrar.
Ella solo movió su cabeza en afirmación y con un movimiento de la mano dio a entender que saludaba. No le gustaba hablar en presencia del viejo, tratando de evitar problemas. Tampoco se sentaba, prefería quedarse de pie como si estuviera lista para correr en caso de ser necesario.
—Nora… —dijo el viejo—. Estaba pensando… Mis amigos tienen hijos que serían buenos hombres para ti, son trabajadores, bien parecidos y con posibilidades económicas.
La joven no podía creer lo que escuchaba.
—Disculpe, don Julio, pero… ¿Qué le hace pensar que yo ando buscando pareja?
—Todos sabemos que te gustaba Aaron, pero ese no es un buen muchacho para ti. Yo te lo advertí y me parece que no te dejó más que un corazón bastante roto, ¿cierto?
Nora guardó silencio mirándolo a los ojos; lo que menos necesitaba era que le hablaran de eso.
—Yo no quiero ninguna relación. De olvidar a Aaron me encargo yo. No necesito a nadie que venga a borrarlo.
—Mija… No seas cerrada. Yo no estoy diciendo que te vayas a casar, solo que los conozcas, que estés un poco más dispuesta. Por ejemplo, Samuel, el tipo de ayer, me dijo que te había conocido y que lo habías impresionado. Un clavo saca a otro clavo.
La joven rodó los ojos.
—Déjeme tranquila, don Julio. No se meta en mi vida, por favor.
—Nora… Serás mi heredera, voy a reconocerte como mi hija y no puedes compartir este imperio con cualquier pelele.
—A mi no me interesa que usted me reconozca y menos ser su heredera.
—Pues lo serás.
—¡Pues yo no quiero! —respondió Nora alterada—. A mí no me interesa su apellido ni su imperio. Estoy orgullosa de llevar el apellido de mi madre, llevar el suyo sería una vergüenza para mí, sus hijas, usted, no quiero que me relacionen con ustedes.
Don Julio se encendió en ira al escuchar aquello y golpeó el escritorio.
—Pues no podrás evitarlo, te reconoceré en mi testamento, todo estará a tu nombre y dependerán de ti. ¿Por qué crees que te dejo todo a ti y no a las inútiles de mis hijas? Sé cómo eres. Mucha gente depende de mí, muchos trabajadores con familia, hijos. Si tu abandonas esto, ellos quedarán sin nada. ¿Dejarás el futuro de tanta gente en manos de mis hijas por orgullo?
—Hubiese pensado en eso antes, debió criar mejor a ese par de demonios. Ya le dije que no me interesa y si me deja todo esto, ¿sabe qué haré? Olvídese de su imperio, venderé todo y lo repartiré entre la gente que engañó y abusó. ¡Eso haré! —culminó para retirarse azotando la puerta tras ella.
Pero escuchó a su padre gritar su nombre de una forma en que jamás lo había hecho, un grito de dolor que se ahogaba al final. Le pareció extraño y regresó a la oficina con apuro para encontrarlo desvanecido en el suelo. Corrió a buscar al chofer y con la ayuda de él lo llevó al lugar de atención médica más cercano. Dos infartos al miocardio sufrió el viejo, más la hierba mala nunca muere, así que impresionantemente los resistió.