Bruto Amor 2

Capítulo 6

 

 

En el rancho Salvador, don Julio recibía una esperada visita, su abogado regresaba de los Ángeles y venía a entregar la información recabada. El don escondía sus emociones como solía, como había aprendido a través de los años, pero su alma estaba ansiosa de escuchar sobre su hermano, sedienta como si hubiese caminado sin descanso por el desierto buscándolo o al menos… Esperándolo.

El abogado informó que efectivamente había encontrado a Justo quien también era poderoso y rico, pues al parecer este par de hermanos no podía evitar ascender hasta la cima para regir. Resultó ser un magnate de las nacientes tecnologías, quien usando sus recursos y las grandes ganancias percibidas por su esposa fallecida pudo iniciar este negocio que parecía tomar vuelo y fuerza sin límite.

Además, ubicó su vivienda en una hermosa masión en Bel Air y le informó que tenía dos hijos varones y una niña, quienes participaban en sus empresas. Julio no pudo evitar pensar que Justo había hecho un buen trabajo con sus hijos, cosa que él no había podido lograr con su par de malcriadas, sin embargo, descansaba sus esperanzas para el futuro en Nora. Tenía sentido, las cosas vividas por Justo fueron distintas que las que vivió Julio, jamás experimentó esa soledad y abandono, porque su hermano mayor siempre veló por él, hasta que desconfiado y molesto, le hizo una mala jugada, cosa que Justo no perdonó, pero cuando pasan los años, cuando miras la muerte a los ojos, te das cuenta de que, hay cosas más importantes que el odio y el rencor, sin poder evitar lamentar el tiempo perdido, aunque no se hablara de ello.

Le informaron que no debía recibir impresiones fuertes si deseaba recuperarse, así que el mes solicitado por Nora no le caía mal. Esperaría ese tiempo para enviarla por su hermano, al menos para verlo una vez, una última vez.

Jimena escuchaba detrás de la puerta. Al ver al abogado entrar, corrió a espiar pensando que algo sobre la herencia conversarían, más para su sorpresa, no hubo nada de eso, solo hablaron de un supuesto hermano del que ella no sabía.

Apenas vio al abogado retirarse, entró con apuro y confrontó a Julio sin contemplación:

—¿Qué hacía el abogado aquí? ¿Qué pasará con tu testamento, Julio?

—Tratamos un tema personal.

—Sí, lo sé, hablaron acerca de ese hermano del que jamás me contaste. ¿Por qué nunca me dijiste? ¿Por qué jamás lo viste?

—Demasiadas preguntas que no contestaré, Jimena —dijo el viejo cortante.

—Mmm… Sí, ya sé que nada me dirás. Julio… Dime por favor que no dejarás a tus hijas desamparadas dejándole todo a esa bastarda. Por favor, estás actuando como un loco.

—Que contradictorio, esposa, nunca había estado más claro en la vida como estos últimos días. Sé que estoy haciendo lo mejor.

—¿Me estás diciendo que le dejarás todo a Nora?

—No estoy diciendo nada, solo que las cosas que he decido estos días, las decidí sabiendo que es lo mejor.

—No te soporto, Julio. No me dirás nada sin importar cuanta rabia me dé. No eres más que un desgraciado, siempre te voy a detestar, así estés muerto.

—Lo sé, querida. Lo hecho, hecho está y ya no puedo cambiarlo.

Lo peor para Jimena era que al viejo jamás le había importado ni un poco que ella lo detestara. Ni siquiera recordaba como había tenido dos hijas con él, pero allí estaba más de dos décadas después, aún junto a él.

Don Julio apretó un botón que permanecía en su mano y entró su chofer, guardaespaldas y perro faldero, quien ya sabía que debía sacar a Jimena, pues siempre había sido muy molesta, más ella sacudiendo el brazo, liberándose del agarre del hombre dijo que conocía el camino y podía salir sola.

 

 

Mientras tanto, en Reno, Aaron salía del laboratorio con un sobre. Diego y Nora lo esperaban en la camioneta conversando y riendo. El bruto subió sin decir mucho y tomando el sobre se lo estampó en el pecho a Diego y sin ningún reparo les dijo:

—Ustedes son hermanos y no se pueden casar.

Diego y Nora solo dieron una expresión de confusión, ni siquiera sabían de qué hablaba, pues Aaron nada explicaba, más así era él.

—¿De qué hablas? ¿Cómo que somos hermanos? —indagó Nora.

—¿Cómo que no nos podemos casar? No es gracioso, Aaron.

—Y… ¿Acaso dije que estoy bromeando? —respondió el bruto con odiosidad—. Abre el sobre Diego y verás que eres hermano de Nora.

Nora abrió los ojos ampliamente, impresionada, preguntándose si ella era hermana de Aaron después de todo lo que habían hecho. No lo podía creer y sin esperar preguntó:

—¿Tú y yo somos hermanos también?

—No, nosotros no, gracias al cielo.

—Aaron, explícame ya qué quieres decir —preguntó Diego abriendo el sobre para comenzar a leer.

—Lee y verás que eres hermano de Nora. Ustedes… No se pueden casar —respondió mirando a Nora—. ¿Recuerdas que hace una semana más o menos no encontrabas tu cepillo de dientes y tuviste que comprar otro?... Eso fue porque yo lo tomé y lo traje hasta aquí para que hicieran una prueba de hermanos consanguíneos.




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