El sol apareció dando paso a un nuevo día y Nora se sentía muy desubicada en su existencia. El día anterior despertó en aquella acogedora cabaña sintiendo besos de su esposo en su hombro y hoy… Hoy no tenía nada. Abrió los ojos en aquella habitación que tantas veces la había visto llorar, al contrario de aquel pequeño espacio de la cabaña que presenció sus alegrías y bellos momentos. Era como un ángel caído, alguien que conoció un tipo de cielo y cayó a una terrenal realidad muy dura.
Levantándose, se dirigió al baño con la mirada triste y algo perdida, no podía sacar el rostro sonriente de Aaron de su cabeza. Anhelaba borrarlo con todas sus fuerzas, más seguía allí persistente como una certeza y se le aguaron los ojos, los cuales cerró sacudiendo su cabeza, como si pudiera sacudirse su recuerdo.
Mientras se duchaba, Nora experimentó una nueva indignación, recordando tantas cosas que había vivido, un deseo desmedido de no dejarse pisar ni ser la burla de nadie más. Así, un rato después, se acercó a la mesa para desayunar con la familia Salvador, cosa que no había hecho antes, evitándolo, pero ya no sería así. Ahora tendrían que aceptarla, les gustara o no y ella se aseguraría de que lo hicieran.
Don Julio se sorprendió de verla allí y Jimena y sus hijas aún más. Nora dio los buenos días y preguntó a su padre si podía sentarse a desayunar con ellos.
—Claro, mija. Es una gran noticia saber que ahora deseas comer con nosotros. Claro que sí, pasa y siéntate. —Informando a la servidumbre que añadiera y sirviera otro plato.
Justo cuando se sentaba habló Jimena:
—No puede ser que hasta a la hora de comer nos obligues a estar con esta bast…
—No le permitiré de nuevo que se refiera así de mí —interrumpió Nora molesta, poniéndose de pie—. Usted me va a respetar, ¿entendió? Mi padre me va a reconocer y seré una Salvador igual que ustedes.
Don Julio la miró impresionado, pues era la primera vez que le decía “padre” y más aún delante de los demás. Él ya la había reconocido en esos días en que estuvo fuera, más aún no se lo decía.
—Pues será cuando te reconozca que te consideraremos como una Salvador —profirió Jimena enojada—. ¡No antes!
—Nora ya fue reconocida, solo que no se lo había informado. Ella es una Salvador y se encargará de todo en mi convalecencia.
La esposa y las hijas lo miraron impresionadas con los ojos muy abiertos y las mandíbulas casi llegando al suelo. Nora, por su parte, solo se sentó y empezó a comer como si nada le afectara, mostrando una indiferencia abrumadora.
—¡Papá! —expresó Julieta exaltada— ¿Cómo que ella se va a encargar de todo?
—No tengo por qué explicarte nada, mija, pero aún así te diré… ¿Pueden ustedes encargarse del rancho? ¿Saben algo de esto? No… Así de simple. Nora lo hará bien y confío en ella, en ustedes… No tanto.
—Pero… —Casi habla Julia, más su padre la interrumpió.
—Y nadie más dirá algo al respecto. Es mi decisión y así queda este asunto. Lo acatan y punto.
—Estás cometiendo un error —dijo Jimena mirando a Nora con completo odio.
—Si no te gusta te puedes ir, mujer. Ya te lo he dicho.
Jimena lanzó los tenedores hacia donde estaba sentada la causa de sus disgustos, y ya iba a hacer un berrinche, así como las hijas, más Nora intervino:
—Señora Jimena, no volverá a lanzarme nada, ¿entendió? No se lo permitiré, ni a ustedes dos —profirió mirando a sus hermanas—. No les permitiré un abuso ni falta de respeto, nada.
—¿O qué? —indagó Julieta levantándose también.
—O las echaré de aquí. Tengan algo de respeto por la salud de su padre, lo único que hacen es alterarlo cuando sabemos que no puede ponerse así. Si ustedes no van a velar por su salud, yo sí lo haré. Así que en esta mesa se respetará su palabra sin discusiones o… Ya que preguntas… regresarás a tu universidad con una extensión del castigo que ya se te había impuesto.
—Papá… ¿Cómo permites esto? ¿Cómo dejas que nos hable así esta media hermana?
—Tiene razón —dijo Julio—. Ella no les ha dicho nada malo, ¿qué pidió? Que respeten mi voluntad considerando mi salud y que la respeten a ella como una Salvador que es. ¿Qué tiene de malo? Ya les dije que acatarán lo que diga y así será.
Jimena y sus hijas se retiraron molestas, sacudiendo sus servilletas contra la mesa y Julio desayunó en paz y silencio con Nora. El viejo la miró por momentos, la notaba endurecida, más fuerte, sin duda era una Salvador con todas las letras en su apellido, las tristezas los volvían más fuertes y se crecían ante las dificultades y sonrió levemente, orgulloso de su hija.
Luego, en el despacho de don Julio, él le pidió a Nora que se encargará de un asunto muy importante.
—Hija… Esta noche hay una reunión muy importante con el gremio ganadero, los demás dueños de ranchos de por acá. Ellos exponen sus quejas, problemas y yo siempre fungía como alguien que aportaba soluciones y que las hacía posibles.
—Haciéndolos depender más de usted, ¿no?
—No es enteramente así, mija, mi deseo siempre ha sido que nuestros productos sean los mejores, que nuestras tierras sean reconocidas por la calidad y buen sabor. Para que haya homogeneidad en esto debe haber un líder y siempre he sido yo, pero… Ya no puedo y ahora tú lo harás.