Bruto Amor 2

Capítulo 20

 

El amor de Aaron y Nora, un amor casi perdido, renacía, renacía en aquel beso, en aquel cercano abrazo, fueron almas que se unieron, sin saber cuándo, para jamás separarse. Él dejó de besarla, acarició su mejilla y la miró sin decir nada, mientras sonaban los tambores, los gritos de los nativos, los vibrantes ojos de Nora se tornaron llorosos de pura alegría, porque él la quería, la amaba y ya no había dudas. Era un amor seguro, firme y ella jamás había experimentado tan bella sensación de confianza y descanso.

Estos esposos estaban en otros aires entre tanto el mundo a su alrededor seguía girando, como si flotaran en una protegida cúpula construida de puro anhelo y reencuentro. Se abrazaron con sus ojos cerrados, absortos uno en el otro, sintiendo su calor, su tacto y una nueva emoción.

—Esta noche te quedarás conmigo, dormirás conmigo —dijo Aaron mientras besaba el cabello de su esposa.

Ella alzó el rostro para verlo y asintió sonriendo para luego contestar:

—¿Dónde viviremos? ¿En tu casa o en la mía?

—En ninguna. Viviremos en nuestro hogar —respondió el bruto refiriéndose a aquella cabaña que aún guardaba en las hendiduras de la madera el aroma y el eco de estos amantes como si tuvieran memoria propia.

Fueron interrumpidos por Crispín y Diego que los felicitaron y abrazaron al ver que lograban reconciliar aquel amor casi, casi perdido, como les pareció que fue.

Un rato después, durante la fiesta, Aaron se acercó a Samuel saludando, estrecharon manos y fue en ese momento en que el bruto aprovechó para atraerlo y apretando también su brazo con la otra mano, le dijo:

—Nora es casada.

—Lo sé, Aaron, casada contigo —respondió Samuel sonriendo.

—No quiero que la invites a bailar, ni que estés con ella cuando esté sola. No me gusta, así de simple.

—No te preocupes por mí. Tu esposa es una mujer interesante, pero soy capaz de respetar una relación, jamás haría algo así. La invité a bailar sin ninguna intención extra.

Aaron solo movió la cabeza afirmativamente manteniendo la más profunda seriedad y sin aviso mostró una sonrisa para decir:

—Bien, solo quería aclararlo.

Samuel soltó su mano al fin del fuerte agarre del bruto y preguntó:

—¿Puedo tomarles unas fotos a ti y a Nora?

El bruto recordó que no tenía fotos con su amada, su vida era ocupada, además, tal y como decía Diego parecía que en esas tierras se habían quedado atrapados en otro tiempo.

—Claro, me encantaría. No tenemos fotos juntos —respondió Aaron.

Ambos se acercaron a Nora y allí abrazada con el bruto, Samuel tomó varias imágenes, dándose un beso, mirándose muy cerca y por último en aquel sentido abrazo de ojos cerrados como si uno descansara en el otro todo el pesar de la vida y lo sostuvieran juntos. Samuel miró por un momento la imagen en su cámara digital, la acercó y detalló la expresión de los esposos y deseó sentir algo así por alguien, vivir en aquella imagen cargada de añoranza aunque fuera por un momento, era hermoso, pudo captarlo, sentirlo y hasta lo soñó.

Fueron interrumpidos pues ya se desarrollaría la reunión en la que Nora, junto con la junta directiva del gremio ganadero, se reunirían con el presidente del concilio tribal, un sabio anciano de expresión tranquila y hasta espiritual, que presentó a sus hijos que pasaron saludando a cada miembro que la acompañaba.

El anciano mencionó los nombres de sus hijos, pero había una joven de belleza única, ojos algo achinados, piel tostada por el sol, largo cabello recogido en dos coletas, una de cada lado, decoradas con plumas de colores que colgaban, unos labios carnosos y un perfecto equilibrio. Diego la miró embelesado como jamás había visto a una mujer, ni siquiera le importó que ella lo hallara contemplándola. Para su sorpresa la joven sonrió amablemente dejando al Balderas aún más hipnotizado. Ella estrechó la mano de Nora, luego la de Aaron, hasta que llegó a Diego y le dijo:

—Me llamo Shasta.

Más él no alcanzó a contestar. Aaron notó el estado de su hermano y reaccionó, asegurándose que la chica recordara su nombre.

—Él es mi hermano, Diego Balderas.

El hermano menor asintió hasta que aquella atracción inesperada liberó su apresada voz.

—Sí, me llamo Diego —profirió sonriendo manteniéndole la mirada a la joven.

Nora y Aaron observaron lo que pasaba entre esos dos, aquella colisión de mundos donde, aunque no hubiera palabras ni chispazos o luces y fuera solo silencio, era un silencio cargado de sentimientos, rico en emociones, los estallidos se daban en el alma sin duda, y se dijeron todo sin decirse nada.

La chica continuó saludando a los demás presentes, mientras Diego se encontraba con la mirada cómplice de Nora quien le sonrió y una firme palmada de Aaron sobre su espalda que lo sacudió. Sin embargo, Diego ya había decido aceptar la oferta de don Julio, culminaría el año que le faltaba en la universidad y comprendió que probablemente la distancia disiparía cualquier chispa de ilusión que se hubiese encendido.




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