—Llama a mi hermano, por favor, Nora. Dile que venga ya —habló don Julio con la voz ahogada, apretando la mano de su hija.
—Sí, papá, lo llamaré ahora mismo.
Nora cumplió la petición de su padre, Justo respondió alarmado y aseguró que saldría cuanto antes, realmente estaba en medio de transacciones de importancia, pero ya no podía dilatar más aquel encuentro. Al recibir la llamada de su sobrina sintió un llamado de urgencia que no pudo explicar, la seguridad de que el tiempo se les acababa como si fuera vidente o adivino y rogó poder llegar a tiempo para encontrar a su hermano y despedirse, pues le pareció que así sería… Una despedida.
En el rancho Salvador, el médico llegó poco después y revisó a don Julio.
—Señorita Nora —dijo el anciano doctor—, su padre sufrió una crisis de ansiedad, algo detonó en él esta angustia, este miedo a morir.
—Entonces… ¿Lo que pasó no tiene nada que ver con su corazón? —indagó ella.
—Lo que pasó, no, más eso no significa que esté mejorando. Lamentablemente su estado ha decaído, algo está pasando con él, lo desconozco, Julio siempre ha sido un luchador, pero lo veo… Lo veo sin ganas de vivir, como si hubiese perdido la voluntad.
Nora asintió en silencio. Trató de pensar en algo que pudiera devolverle el ánimo a su padre y se le ocurrió, por lo que se dirigió de nuevo a la habitación del don.
—Papá —saludó, la chica, sentándose en el borde de su cama—. Te veo mejor ya.
—Sí, mija, no sé qué me pasó. Ya me siento más tranquilo.
—Quería darte una buena noticia, al menos para mí es una gran noticia.
—¿Cuál es? —cuestionó el viejo, expectante por si esa "buena noticia" de Nora le gustaría o no.
—Estoy embarazada, papá. Vas a ser abuelo.
Don Julio abrió los ojos ampliamente, impresionado y le entregó una leve sonrisa a Nora.
—Abuelo… ¿Cómo se sentirá eso? —indagó el padre algo pensativo.
Don Julio siempre soñó con ser abuelo, la noticia debió alegrarlo, pero solo sintió tristeza, una tristeza que le pasó por el lado susurrando, en un andar penoso y casi fantasmal, que ya no le quedaba tiempo.
—Será maravilloso, ya verá. Un chiquitín corriendo por la casa, trayéndonos alegrías a todos —dijo Nora desconociendo lo que pasaba por la mente de su padre.
—El heredero de todo esto. Enséñalo bien, Nora —dijo el viejo, sacándose de aquella responsabilidad.
—Todos le enseñaremos muchas cosas —insistió, pero el don no respondió.
Ella tomó su mano y le aseguró que así lo haría, que le prometía enseñarlo bien, notando el pesar en los ojos de su padre. Luego comenzó a contarle lo que una vez Aaron le había dicho sobre el bebé, que le enseñarían a galopar como todo buen vaquero sabe, competiría en las competencias del pueblo y no sería más que un ganador.
—Y el rancho Salvador volverá a ganar las competencias como pasó contigo, hija.
—Sí, papá. Así será.
Nora no sabía cuáles serían las metas futuras de su hijo, pero nada se perdía con soñar y menos si eso ayudaba a su padre.
Sin embargo, cualquier noticia, buena o mala, sumergía a don Julio en una profunda tristeza, algo dentro de sí le aseguraba que no llegaría a ver su nieto, que se perdería aquellas alegrías. Así, se recostó, cerró los ojos con expresión de pena y los labios arqueados hacia abajo conteniendo algo que no podía soltar todavía. Se acostó de lado palmeando la mano de Nora e intentó dormir. Ella se entristeció, pues las alegrías le duraban muy poco a su padre y ella nada podía hacer ya.
Así llegó la noche, el tiempo no esperaba a nadie ni era sentimental. Alguien tocó la puerta y era Aaron que había terminado su jornada y asistía a buscar a su esposa, como había prometido.
Flor abrió la puerta y lo hizo pasar indicando que esperara sentado en la sala mientras llamaba a Nora. Él obedeció y esperó allí en el sillón. Se tomó el tiempo de mirar aquella hermosa casa de techo alto, olía a madera de abetos, y todo parecía estar en su perfecto lugar.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó una voz que lo sacó de sus divagaciones, era Julia.
—Vine a buscar a mi esposa —respondió utilizando el "mi esposa" adrede.
—Sí, me imagino. No sé que puedes verle a Nora.
Él solo sonrió, más no contestó.
—Yo sé que solo la buscas por su herencia, no hay otra explicación. Nora no tiene nada más que ofrecer.
—Piensa lo que quieras, Julieta —profirió Aaron con desinterés, dándole la espalda.
—¿Y eres feliz? —preguntó sin resistirlo más, Julia no podía entender ni creer cómo Aaron se había enamorado, pues ella pensaba que todos veían a Nora con sus ojos.