Al despedirse, don Justo le explicó a Nora que ya se había comunicado con el abogado de Julio, indicándole que, si su hermano le había dejado algo, él se lo entregaría a ella. Sin duda, Julio le devolvería sus tierras, aquellas por las que se separaron más de treinta años atrás, más Justo ya había resuelto dejárselas también a Nora, para que las usara en nombre de los Salvador, en honor a Julio, pues mucho lucho por ellas y le importaban, las amaba.
Ella le dio su palabra, entregándole algunas cosas de su padre, su mejor y más fino sombrero y una bonita hebilla con sus iniciales, lo cual agradeció el tío, mirándolas por un momento pensativo. Esto había pertenecido a su hermano, quizá hasta hace unos días atrás las había usado y lo recordó joven, caminando por el rancho como tantas veces lo vio, cuando ni siquiera pensaban en la ausencia ni en la muerte.
Cuando los perdió de vista completamente, pensando en que los extrañaría, recordó que se acercaba la lectura del testamento y comprendió que seguramente no sería un tiempo agradable, por lo que le pidió a Aaron:
—¿No puedes estar conmigo en la lectura del testamento? Sé que estará Diego, pero no quiero estar sola con el trío traicionero, por favor.
—Está bien, te acompaño y luego me voy. Ayer no trabajé y todo se acumula en un solo día. Ya sabes.
Su esposa asintió y agradeció que la acompañara.
Las horas parecían pasar más lento, como si mirar las agujillas del reloj lo detuviera de algún modo, aunque no fuera más que una sensación producto de la ansiedad.
—¿Por qué crees que me invitaron a este asunto, Nora? Yo no quiero nada de don Julio. Ya es suficiente con la universidad, el auto y todo lo demás que me dio.
—Diego, no quiero adelantarme, más me parece que algo debió haberte dejado, digo, para que te invitaran. Esta es su última voluntad, vamos a respetarla, ¿sí? —rogó su media hermana.
—Está bien —contestó resignado.
Al fin llegó el abogado. Nora procuró todo ese tiempo evitar a Jimena y sus hijas, pero en la lectura del testamento sería inevitable. La lectura se efectuó en el despacho de su padre, dispusieron sillas y el abogado ocupó el escritorio.
—¿Qué haces este muchacho aquí? —preguntó Jimena sin ningún tacto.
—¡Sí! ¿Qué hace aquí el odioso de Diego? No sé qué le pasa últimamente, pero está insoportable —dijo Julieta a su hermana sin mirar al Balderas que escuchaba sus molestos comentarios.
—Jimena… —comenzó a explicar, Nora—. Diego es… Es hijo de don Julio.
—¡¿Qué?! ¡Ja! ¿Cómo? Yo sé que él tuvo algo con la arrastrada de Adela, pero de allí no pasó. Por favor.
—Es hijo de don Julio. Lo comprobamos con una prueba de ADN, no hay ninguna duda —insistió Nora—. Es nuestro hermano, es un Salvador.
—¡Salvador nada! —gritó Julieta—. Y tú tampoco, bastardita, ninguno es hermano nuestro, no me importa lo que diga papá, ni el ADN, ¡ni nada!
—Julieta… No importa si nos aceptas o no, somos medios hermanos y somos Salvador. Te guste o no —replicó Nora.
—Así es —intervino el abogado—. El muchacho es Salvador y es heredero también. Así que no tenemos nada que discutir al respecto.
—Esto era lo que faltaba —comentó Jimena— Ahora que se murió Julio, van a empezar a aparecer todos los hijos perdidos e interesados. Aquí la única que lo soportó ¡fui yo! Ustedes no se merecen nada, ¡ninguno! —exclamó señalando a Diego y a Nora.
—Mire, señora —respondió Diego—, yo no tengo ningún interés en nada de esto y no tengo por qué estarle soportando nada a usted. No sea grosera ni maleducada. Estoy aquí solo porque don Julio insistió en que así fuera, si no, créame que estuviera a kilómetros de aquí bastante ocupado.
—Viste, mamá, está más odioso que nunca —repitió Julieta.
—Bueno… Por favor, necesito que guarden silencio y se calmen, porque voy a dar inicio a la lectura.
El abogado leyó el inicio del testamento, lo reglamentario y luego habló:
—Mejor voy a explicar en palabras sencillas este asunto. De todos modos, a cada uno se le entregará copia del testamento para que puedan revisarlo con sus respectivos abogados y apelen si así lo desean. Comenzaré con Jimena, por ser la viuda de Julio te toca la tercera parte de lo que Julio poseía, sin embargo, el usufructo viudal no constituye una propiedad, es decir, la forma de pago será decidida por los herederos del fallecido que, en este caso, y aclaro que esto fue decisión de Julio, son sus hijos Nora y Diego.
—¡¿Qué?! —gritó Julieta levantándose de golpe—. No, no, eso no es posible.
—¿Papá no nos dejó nada a nosotras? —preguntó Julia sin poderlo creer.
—No —respondió el abogado secamente—. De hecho, fue muy explícito al indicar que ustedes estaban incluidas en la parte que a su madre le toca por ley. Ella tiene el deber de mantenerlas.