Más de una hora después, llegó Julia con Adela, aquella mujer lucía desecha, era claro que no podía vislumbrar una vida sin un hijo, sin ninguno de los dos, no antes de tiempo.
—Nora… Cuánto lamento esto —dijo rompiendo en llanto y su nuera menos pudo contenerse al verla así, como si tuviera las lágrimas listas a brotar en borbotones— ¿Te han dicho algo de Aaron?... Mi Aaron… —profirió cubriendo su rostro.
Nora la abrazó y susurró en su oído:
—No, aún no sabemos nada. —Con la poca voz que pudo estructurar en palabras—. Siéntese aquí —dijo ayudándola, mientras tomaba su mano.
Ambas trataron de guardar la compostura, no había mucho que decir, nada de qué hablar y tampoco podían.
Unos minutos después, el médico salió después de unas cuantas horas en el quirófano. Nora y Crispín se levantaron con rapidez apenas lo vieron.
—¿Cómo está mi esposo? —preguntó Nora con las lágrimas brotando, esperando una mala noticia sin desearla.
—Logramos estabilizar a su esposo, solo queda esperar a ver si soporta el procedimiento, me parece que es resistente el muchacho, de voluntad fuerte.
—Sí, lo es —respondió su esposa con las manos unidas y los dedos entrelazados.
—No garantizamos nada aún. Se quedará hospitalizado unos días porque tendrá una sonda pleural, que no es más que un tubo de drenaje que tendrá en el pecho hasta que su pulmón vuelva a expandirse —explicó el doctor sin dar falsas esperanzas, pero sin derrumbarlas por completo tampoco, más ellas poco entendieron—. Lo pasaremos a una habitación y allí podrán verlo, está sedado, no responderá por horas, así que no insista en despertarlo.
Nora asintió con rapidez y cubrió su rostro con ambas manos, los ojos le dolían de llorar por el amor de su vida y entre el llanto, se alegró también de saber que quizá podría recuperarse, sintiendo en el alma un cruce de complicadas emociones.
Entraron a la habitación y allí yacía Aaron, conectado a un dispositivo de aspiración. Nora tomó su mano y lo besó, sus labios temblaban hasta que cedieron lo que contenían y abrazó a su esposo para llorar sobre su ancho pecho, tratando de controlar aquel aluvión de tristeza que la azotaba. “No me dejes, mi amor”, le susurró Nora muy suavemente al oído.
—Él es un hombre fuerte, no te dejará así, mi niña, ni a ti ni a su bebé —expresó Crispín apoyando su mano sobre Nora, atrayéndola a la realidad.
Adela tomó la otra mano del bruto sin decir nada, solo lo miraba. Recordó cuando no era más que un bebé y explicó:
—Aaron nació peleando. Recuerdo que cuando el médico lo tomó entre sus manos, mi hijo movió sus pequeños puños y le golpeó la mano y el doctor dijo riendo: “Este es todo un luchador” —Sonrió Adela aun con el rostro descompuesto— Y sin duda así fue siempre… Yo… Yo lo debí proteger, no fui una buena madre y ya no tengo tiempo —Y lloró desconsolada.
—No diga eso, por favor —rogó Nora—. Sí, tendrá tiempo, lo tendremos con nosotros… No hable así.
Adela regresó a su casa junto con Crispín y Julia, quien se comprometió a traer mudas de ropa a Nora para que pudiera asearse y cambiarse.
Cuando al fin se quedó sola, Nora miró a Aaron un rato, sentada junto a él y sonrió pensando en que la había protegido, siempre lo hacía, tal vez hasta la vida le había salvado, más eso jamás lo sabrían. Comprendió que el hombre en frente, su esposo, estaba dispuesto a dar hasta la vida por ella y las ganas de llorar regresaron sin misericordia, como si no quisieran dejarla en paz jamás.
Crispín regresó con una pequeña maleta preparada con diligencia por la dulce Flor y Nora agradeció al ver con qué cuidado y detalle estaba empacado todo. Abrazó a Crispín despidiéndose y ya sola tomó una ducha, mirando ida como el agua teñida de rojo corría por su piel hasta el drenaje, una parte de su esposo se perdía allí y ella absorta solo podía pensar en él.
Al terminar de tomar el baño, Nora se vistió y de nuevo se sentó junto a su Aaron en la cama. Aquella fue una espera tortuosa en la que lloró una y otra vez y a ratos. La señora Balderas comprendió que jamás había sentido por nadie lo que sentía por él y comprendió que, aún si él dejaba de estar, para ella nunca sería así, siempre estaría con ella y su historia no acabaría aunque su esposo muriera, nunca la dejaría, nunca terminaría ni dejaría de pensar en él ni de amarlo, pues se pertenecían en la vida y en la muerte también.
En la madrugada, Diego llegó a su casa, pues sabía que a esa hora no se permitían visitas en la clínica. Llegó para encontrar a su madre durmiendo en su cama mientras abrazaba una manta que perteneció a Aaron cuando fue bebé, porque hasta esas cosas guardó Adela y la miró con tristeza.
Al salir de allí, pensó en su hermano, cada lugar de la casa se lo recordaba, incluso su habitación, pues por muchas noches Aaron lo abrazó cuando los gritos de sus padres se escuchaban fuera y todas las veces en que su padre entró buscándolos, el bruto siempre le salió al encuentro, escondiendo a Diego, quien sintió un punzante dolor y una aguda tristeza que jamás experimentó antes, ni siquiera cuando murió su padre. Luego el sueño y el cansancio le vencieron hasta que abrió los ojos al día siguiente.