Diego detuvo la camioneta de Aaron junto a la pareja.
—Hola —saludó el Balderas entusiasmado, rogándole al cielo que el joven que acompañara a Shasta no fuera su novio—. Es algo tarde para caminar por aquí, es un camino largo y solo hasta la reserva. ¿Quieren que los lleve?
En los ojos del joven nativo hubo una sombra de duda, se le notaba, pues la historia de estos grupos estaba oscuramente marcada por la discriminación y la injusticia que siglo tras siglo fueron tatuando en la piel de su alma una comprensible desconfianza.
Pero el amor, sin duda era más poderoso que el rencor del pasado y daba a los ojos de Shasta otro brillo lleno de ilusión, ya que no había podido sacarse a Diego de la cabeza desde aquella vez que lo conoció. Los Balderas eran conocidos por su atractivo y Diego, además por su caballerosidad, pues Aaron era tosco, peleonero y brutalmente sincero.
Los jóvenes se miraron y el chico habló:
—Nuestra moto se quedó accidentada más atrás, por eso tuvimos que caminar. Luego, al llegar a la reserva pensábamos venirla a buscar.
—Pero… Podemos buscar su moto, subirla en la parte trasera de mi camioneta y los llevo a la reserva. Así, no tendrán que dar tantas vueltas —sugirió el amable Diego.
El joven dudaba, sin embargo, le ahorraría mucho tiempo y además eran dos fuertes brazos más para subirla al auto, por lo cual aceptó, mientras la chica se mantenía callada, pues era tímida.
Así hicieron, Diego dio la vuelta, llegaron hasta el lugar donde estaba la moto accidentada, juntos la subieron y para Shasta fue inevitable notar la fuerza de Diego, aquellos músculos forjados a punta de trabajo duro.
Entretanto iban camino a la reserva, todos se mantenían en silencio, el Balderas tenía muchas preguntas en su cabeza, más no se atrevía a hacer ninguna, ni hallaba cómo iniciar una conversación, hasta que recordó la fiesta.
—Es muy bonita su fiesta Powpoww, es increíble que he vivido aquí toda la vida y nunca había ido.
—No a todo el mundo le gusta, nuestra cultura es particular, los tambores, los cantos, les pueden parecer repetitivos o aburridos —respondió el chico.
—Pues a mí me gustó, los colores, el ambiente místico y espiritual, no sé… —dijo Diego encantando aún más a la chica—. Me llamo Diego Balderas. —Él sabía que ellos posiblemente conocían su nombre, pero quería llevar la conversación a algo más personal, primero nombres y luego tal vez preguntar si eran novios.
—Todos sabemos que te llamas Diego —replicó el chico sonriendo—. Mi nombre es Isha y ella es mi hermana Shasta.
Cuando el Balderas escuchó la palabra “hermana”, descansó y sonrió con disimulo.
—Sí, conocí a Shasta en esa fiesta precisamente, lo recuerdo… Muy bien —respondió Diego dándole una sonriente expresión a la chica.
Shasta sonrió con timidez, también lo recordaba, le encantaba el Balderas y sintió que moría de pura emoción, pero al encontrarse con los ojos de su hermano y su expresión amonestadora, trató de enseriarse con rapidez.
En 1995 el matrimonio interracial no era un tema simple, pues todavía había estados sureños donde era inconstitucional, como Alabama, aunque fuera difícil de creer. Así que estos nativos miraban con recelo el asunto y tampoco les agradaba por lo que podría implicar para la chica, más Diego poco sabía del asunto pues jamás lo había sufrido, al contrario, los Shoshoni lo habían padecido por siglos.
Shasta se recogió, sentándose al fin con la espalda apoyada en el espaldar del asiento, su hermano la vigilaba y no quería problemas con su padre, así que lamentó no poder conocer más a Diego, había entendido el mensaje en la mirada de Isha.
—Y… ¿Qué significan sus nombres? —preguntó el Balderas sabiendo que los nativos daban mucha importancia a los nombres, además trataba de suavizar el momento incómodo de antes.
—El mio significa protector y el de mi hermana es igual al de una montaña. —Sin duda el joven nativo hacía honor a su nombre.
—Ah sí, el monte Shasta, ¿cierto? —intervino Diego que solía leer mucho.
—Sí, señor, de allí viene su nombre —respondió Isha algo impresionado—. Por cierto… Debido a la cercanía a la reserva, la señora Nora nos ofreció trabajar las tierras del Norte, más con la muerte de don Julio pues… Nos preguntábamos a quién pertenecían ahora, con quien trabajaremos.
—Si Nora les dijo que trabajarían las tierras del norte, entonces supongo que lo harán para mí. —Diego no sabía si decirles o no, pero sí ya siendo un simple hombre había posibilidad de ser rechazado, quizá al ser un gran hacendado lo aceptarían, pues sin poder explicarlo, ni entenderlo se imaginaba un futuro con Shasta.
—¿Usted es el dueño de los ranchos del norte? —preguntó Isha incrédulo.
—Sí, amigo. Este año no estaré, pero el próximo prometo regresar —comentó y miró por el espejo retrovisor para encontrarse con los achinados ojos de Shasta, quien entendió el mensaje, “volveré”, y asintió—. Después de este año, me encargaré de mis propiedades.