Unos meses después, Nora y Aaron viajaban de regreso a casa, saber que su primogénito sería una niña los hizo sentir felices. Nora ya la imaginaba cabalgando con un vaporoso vestido, siempre sonriente y Aaron, solo deseaba que su hija se pareciera a su esposa. Miró a Nora y tomó su mano, no le dijo nada, pero deseó que su hija fuera como ella, de buen corazón, de espíritu impetuoso y de particular belleza.
—Te dije que mi abuela se equivocaba a veces en sus predicciones —dijo Nora sonriendo—. ¿Estás desilusionado de que sea una niña?
—¿Qué clase de pregunta es esa, Nora? —respondió Aaron—. Si es niña, se parecerá a ti y será hermosa, indetenible, como tú. Eso sería un regalo. —Y sonrió al pensarla.
Su esposa solo asintió, imaginando a Aaron feliz con su hija, pensando en un futuro cercano y hermoso, lleno de alegrías.
Unos días después se llevaría a cabo el baby shower, y Adela retomó el organizar reuniones y fiestas, poco a poco volvía a ser la mujer alegre que alguna vez fue. A esa reunión asistieron los primos de Nora, aquellos de los Ángeles, tenían tiempo sin verse y fue bueno reencontrarse después de varios meses, quienes al ver a Nora con su vientre crecido, les fue inevitable pensar en tener sus hijos también.
En aquella reunión hubo muchas risas, primero debían predecir la medida de la barriga de Nora, pero allí no había muchas chicas experimentadas y por supuesto la que más se acercó fue Adela, siendo la ganadora.
En el juego de vestir al bebé, se enfrentaron Diego y Flor contra Román y Vera, consistía en vestir a un muñeco con una mano atrás de la espalda y otra libre adelante, Román fue la mano derecha de su equipo y Vera la izquierda, vistieron a aquel falso bebé como unos expertos y en tiempo récord y es que con la práctica que tenían al vestir al escurridizo Logan, era casi seguro que ganarían, y mientras Diego y Flor no alcanzaron a poner más que el par de medias al muñeco, así que, los esposos Salvador habían vencido, terminando la misión a la perfección, y con sus payaserías llenaron de alegrías a los presentes.
Aquel último mes de embarazo llegó y la bebé sin duda había sacado la estatura de su papá, pues el vientre de Nora estaba tan grande que le costaba caminar y a veces Aaron la ayudaba con aquel inmenso peso que cargaba, dándole un abrazo desde atrás sosteniéndole la barriga a ratos o dándole masajes en la espalda baja.
—Mi cuerpo está cambiado —profirió Nora algo entristecida—. Creo que jamás volveré a ser la misma.
—Claro que no serás la misma, serás una versión más bella, mi amor. Yo que soy tu esposo, te lo aseguro, te veo mejor que nunca.
—Solo lo dices para hacerme sentir mejor, pero no lo estás consiguiendo —dijo Nora acariciando la mejilla de su esposo.
—No, jamás volverás a ser la misma porque estás dándonos el mejor regalo de todos, una entrega así te cambia para siempre. Ninguno volverá a ser el mismo, ni tú ni yo —culminó besando su frente, entusiasmado de que con cada hora que pasaba, se acercaba el día del alumbramiento.
El gran día llegó, y los médicos decidieron que era mejor que Nora no diera a luz semejante criatura, pues aquella bebé de más cuatro kilos y más de cincuenta centímetros era muy grande para aquella menuda mujer que aunque se mostraba fuerte, ahora lucía muy agotada.
Al salir de la sala de operaciones, pues tuvieron que realizarle una cesárea, Nora fue llevada a hacia la habitación, más Aaron la esperaba en la puerta de salida del área de quirófanos, no podía esperar a verla. Al salir, Nora lo miró con una expresión de felicidad que jamás le había visto, una mirada enternecida y sonrió. Aaron detuvo la camilla donde era llevada y besando su frente le dijo:
—Gracias, mi amor, gracias por darme esa niña tan hermosa. —Y volvió a besar su frente.
Los ojos de Nora se tornaron llorosos al ver a su esposo tan dichoso y al saber que su nena estaba bien. Luego miró a Adela que apareció detrás de Aaron.
—¿Está bien, mi niña? —indagó enternecida.
La esposa de su hijo solo asintió y una lágrima corrió por su mejilla. Hubo momentos, junto al Balderas, en los que pensó que era muy feliz y que no se podían alcanzar más alegrías, más se había equivocado, en este día fue aún más feliz y sí, sí era posible.
—Está conmovida tu esposa, hijo —dijo Adela, tomando la mano de Aaron.
Sin falta, el bruto recibió una llamada de Diego, quien se excusaba por no poder asistir al nacimiento, pero se comprometía en pasar en cuanto pudiera para conocer a la nueva Balderas de la familia. Asimismo, llamó Julia y Aaron atendió su llamada extrañado de que la hermanastra se tomara aquellas molestias y se comprometiera también a pasar.
Los primeros dos días no fueron fáciles, la operación, las demandas que naturalmente hacía un recién nacido, aunado al desconocimiento de estos padres primerizos. Sin embargo, Adela estuvo allí para ayudar a su nuera junto con Flor para enseñarle a Nora como bañar a un bebé, como acostarlo, pues Nora no tenía madre y su abuela no le había enseñado al respecto. Nora jamás había estado tan cansada en su vida, ni siquiera cuando su padre le dio tantas tareas en el rancho, mientras la ponía a prueba, pero este agotamiento valía la pena.