Por la tarde, como efectivamente le había indicado Flor, se dispusieron a ir al pueblo, ella y Nora.
Aquel pueblo ganadero era próspero, todo parecía estar en su lugar y Don Julio tenía mucho que ver con eso, todo pasaba por sus manos, quien ascendía y quien se hundía, tal y como le había ocurrido a la madre de Nora.
Se subieron a una camioneta sencilla y al sentarse Nora notó el asiento trasero lleno de pelos a más no poder.
—¿Por qué este auto está tan sucio? —cuestionó Nora.
—Ah… —respondió Flor con una sonrisa nerviosa—. Es que… este el auto que se usa para llevar a los perros al veterinario.
Nora miró a Flor a los ojos y sin decirse nada, se dijeron todo. Ese era el auto que usaban también para Nora y la servidumbre, el de los perros, pensó.
Entraron a una bonita tienda de ropa, a Nora siempre le habían regalado la suya algunas trabajadoras del ambulatorio. Así que desde lo más simple, debía comprarlo. Flor tomó pantalones, camisas, bandanas para el cuello, sombreros, correas y hasta ropa interior.
—No necesito tantas cosas, ni quiero que ese señor me esté dando nada —profirió Nora incómoda al ver todas las cosas que seleccionaba Flor.
—Don Julio dijo que no reparara en gastos, que comprara todo lo que necesitaras —respondió Flor mientras veía algunas cosas.
—Pues don Julio no va a estar lavando sus culpas comprándome cosas. No quiero nada, por favor.
—Niña… —dijo Flor con una mirada triste—. Toma lo que la vida te da y sé agradecida.
—No quiero nada que venga de él.
—No te imaginas cuánta gente quisiera estar en tus zapatos, tener esta oportunidad, vivirla. No te hundas en el rencor, Nora.
Le pareció recordar las palabras de su madre reconviniéndole a no llenarse de odio y cedió.
—Está bien —expresó resignada tomando algunas cosas—. Me gustan los colores fríos y fuertes.
—Esos son colores muy sobrios, transmiten soledad, nostalgia, no sé, pero si son los que te gustan.
Al ver a Nora con aquellos azules, violetas y rojo vino le pareció a Flor que se veía muy bonita y sonrió.
—En realidad te quedan bien.
Así estuvo Nora más de una hora probándose cosas.
—Creo que con eso tenemos —culminó el ama de llaves.
Mientras Flor pagaba, Nora esperó fuera de la tienda y en ese instante, frente a ella pasó un atractivo joven que le entregó una mirada y media sonrisa.
A Nora le pareció muy guapo y de algún modo le hizo recordar a Aaron, pues sintió las mismas cosas. Era guapo, alto, fornido, pero en menor medida que su vecino y tenía una expresión amable a diferencia de Aaron. Ella quitó la mirada, disimulando y él solo siguió. No pudo evitar volver a analizar su ancha espalda y sin aviso el joven giró a mirarla para encontrarla viéndolo, sonrió de nuevo, deteniéndose esta vez, por lo que Nora se apresuró a entrar a la tienda de nuevo, nerviosa.
Aquella mañana transcurrió como cualquier otra para Nora, de pie desde muy temprano. Sus momentos favoritos eran cuando debía ayudar a Juan Crispín con todo lo referente a los caballos y al entrenar a Pinto. Corría sintiendo el viento en el rostro que luego parecía quedarse atado a su cuello como una refrescante capa, cerraba sus ojos y se olvida por un momento de tanta pena.
Después de entrenar a su corcel, usando una carrucha y una pala, Nora comenzó a retirar la viruta de algunas caballerizas. La nueva, para realizar el cambio ya había sido dejada afuera por el proveedor.
—Nora, afuera está el nuevo material —indicó Juan Crispín.
—Hay que ventilarla, señor. A veces no viene muy limpia de los aserraderos, puede tener vidrios y cosas así —sugirió Nora.
—Cierto, cierto, vamos a eso entonces.
Cuando se dispusieron a salir, pala en mano, vieron llegar a Aaron Balderas, en una imponente yegua negra.
Nora sintió un corrientazo que se le alojó en el estómago apenas lo vio llegar. ¿Este tipo como que viene todo el tiempo para acá?, se preguntó molesta por las cosas que experimentaba al verlo.
Luego, miró con detenimiento a la hermosa potra. Ella no lo notó, pero a Aaron le indignaba un poco que Nora mirara a su caballo antes que a él.
—Joven Aaron, ¿y eso que viene por acá? Aun no puedo ir de cacería —le recordó don Juan.
—Lo sé, lo sé —respondió el sexi vaquero—. Vengo a hablar con la muda —dijo mirando a Nora fijamente.
Ella frunció el ceño extrañada.
—Te he visto entrenando a tu caballo y quiero retarte a una carrera, aquí y ahora —continuó.
Nora miró a Crispín como si pidiera permiso.
—Joven… —le reconvino don Juan—. No le recomiendo que se aventure en una carrera contra ella, podría sorprenderse.
—No creo que me sorprenda. ¿Entonces?... ¿Aceptas? Que fastidio que no hables, ¿vas a responderme de una buena vez? —preguntó fastidiado, insistiendo y presionando.