Al día siguiente, apenas abrió los ojos, Nora sintió un fuerte dolor en las caderas y otras partes por la caída generada por Aaron. Cada vez que pensaba en él, sentía un enojo que aumentaba rebosándole el alma y no era la mejor forma de empezar el día.
Luego, en contradicción, mientras cerraba los ojos bajo la ducha, venían a su mente y sin aviso, los grises ojos de Aaron, su rostro muy cerca del suyo y su olor. Ella sacudió su cabeza tratando de sacarse de encima su recuerdo, sintiendo otras sensaciones además de la rabia. Me está volviendo loca ese tipo, pensó.
Al bajar a desayunar, conversó con Flor quien le dio un calmante pues igual retomaría su rutina diaria.
Luego de culminar sus labores del día, Nora se sintió muy agotada, le relajaba cabalgar libre sobre Pinto, pero prefirió dejar un día sin hacerlo, no fuera que por una inesperada desgracia de la vida, volviera a caerse. Por esa razón, decidió relajarse con otra de sus habilidades, pintar.
Así se fue caminando hasta llegar a la carretera. Recordó el día que llegó en la camioneta de don Julio, ella volteó hacia atrás tratando de no perder lo que dejaba como si con la mirada pudiera retenerlo, no era así, y miró aquel hermoso atardecer dándole una vista que jamás olvidaría. Pensó que quizá por todo lo que vivió en ese momento, con sus sentimientos en alza, hizo que aquel paisaje se volviera memorable.
Llevaba su croquera con algunos materiales y pequeños instrumentos. Se sentó sobre un tronco grueso tirado a orillas de la carretera y comenzó a pintar.
Escuchó los cascos de un caballo aproximándose y cerró los ojos sin querer voltear, pues lo que menos necesitaba en ese momento de relajamiento era encontrarse con Aaron. Para su sorpresa, alzó la mirada y sobre un caballo se acercó el atractivo joven vaquero que había mirado fuera de la tienda el día anterior. Sintió una corriente inesperada que la recorrió, parecida a la que experimentaba con Aaron.
Él la miró, Nora intentó evitarlo retomando su pintura, más parece que no fue muy útil, pues el joven se detuvo por igual, apoyando su antebrazo en el cuerno de su silla de montar con esa típica postura de hombre a caballo.
—Hola —dijo con curiosidad—. ¿Qué haces aquí en la vía?
A Nora la dominaron los nervios de nuevo y cuando eso pasaba se volvía… Muda, como le decía Aaron, por lo que no respondió. Él se bajó del caballo poniéndola más nerviosa y ella no pudo evitar preguntarse por qué los hombres de esa zona eran tan metiches e insistentes.
—¿No me vas a contestar? —cuestionó acercándose hasta que se detuvo junto a ella para ver qué pintaba.
—Pinto, como puede ver —respondió sin mirarlo, pensando que era obvio lo que hacía—. Oiga… ¿Qué hace? —cuestionó al ver como se asomaba por encima de ella para ver su trabajo—. Para pintar se necesita tranquilidad y es de mala educación mirar antes de que esté terminada.
—Ah, ya entiendo… A mí poco me importa la buena educación —confesó—. Está muy bonito tu dibujo, parece real, ¿cómo consigues que se vea así?
—No sé… solo… lo miro, lo pienso y pinto —respondió intrigada de que el tipo la tuteara.
—¿No estudiaste para pintar así?
—No… —respondió cortante.
—Mmmm… Y… ¿Cómo te llamas?
Ella le entregó una mirada algo extrañada porque era curioso y directo haciéndole recordar un poco la personalidad de Pinto, lo cual la animó a responder.
—Nora, señor… Me llamo Nora.
—No me digas señor, debemos estar cerca de la misma edad. Tú eras la chica afuera de aquella tienda, ¿cierto?
Nora se sintió avergonzada, recordando que él la había atrapado mirándolo. Por lo que solo asintió y continuó pintando, tratando de que se fuera y se llevara así ese nerviosismo que le causaba.
Para su desgracia se escucharon otros cascos, alguien se acercaba y al mirar era Aaron. Nora rodó los ojos porque si ya estaba nerviosa junto a este atractivo joven, con la llegada de su arrogante vecino, iba a quedar con las piernas vueltas gelatina sin poder correr ni escapar.
Aaron se mantuvo en su caballo y habló:
—Hola, hermano. Veo que ya conociste a jinete de perro.
—¿Ella es? —preguntó el otro joven.
—Sí, ella es. Los presento… Jinete de perro, él es mi hermano Diego y Diego… allí está jinete de perro.
¿Hermano?, fue lo primero que pasó por la mente de Nora. No puede ser, este guapo vaquero es hermano del demonio ese. Con razón me hizo recordarlo, se parecen, solo que este es más menudo y sin duda más amable, caviló.
Luego recordó lo de “jinete de perro” y respondió con energía:
—Yo no soy ninguna jinete de perro y les exijo a los dos que me respeten.