Aaron alzó a Nora un poco manteniéndola más a su nivel pues era ligera y menuda, sus pies colgaban, la apoyó contra una gran roca y se mantuvo muy cerca de ella.
—Voy a quitar la mano de tu boca… No vayas a gritar, ¿entiendes? —cuestionó él en voz baja.
Nora movió su cabeza afirmando. Así que liberó sus labios.
—¿Qué haces? Suéltame —pidió la joven tratando de zafarse.
Aaron no respondió, solo la miraba con la respiración agitada y Nora no pudo evitar fruncir el ceño extrañada, preguntándose en pensamientos: ¿Qué me mira este loco?
Y sin aviso ni mediar palabras, la besó tomándola por la nuca, acercándola aún más contra él. Fue un beso simple, una presión contra sus labios y una aspiración que intentó corresponder, después le dio otro y luego otro más.
Nora no sabía muy bien qué hacer, cómo reaccionar, era su primer beso y se lo daba el hombre más bello que jamás había visto. Comenzó a sentir una creciente emoción, sensaciones que estallaban dentro y no pudo evitar mantener sus ojos abiertos un momento de pura impresión, aunque el bruto los cerrara y pareciera disfrutarlo.
Aaron no la soltaba, así que permanecía apretada contra él, no podía tocarlo, la tenía inmovilizada. En cambio, el vaquero bajó su gran mano hasta su cuello, casi rodeándolo presionando todavía más sus bocas.
El disfrute de Nora aumentó, cerró sus ojos y lo demostró separando un poco más sus labios, momento que no desperdició Aaron para comenzar un intercambio que la chica correspondió, un roce entre sus lenguas. Él soltó un breve gemido, demostrando que lo disfrutaba.
Nora comenzó a experimentar un cosquilleo diferente, más intenso, contracciones en su vientre bajo y recordó las palabras de su madre e intentó detener el beso.
—No, ya… Por favor, suéltame —solicitó Nora inquieta ladeando la cara.
—¿No te gustó el beso? —cuestionó Aaron hablándole muy cerca de sus labios, mirándolos, como si los siguiera buscando deseoso y hasta su respiración sintió Nora.
—Yo pensé que usted no haría nada conmigo porque era muy fea —le respondió ella algo molesta, recordando la humillación del día anterior, cortando el momento sin aviso, como si estuviera en otra onda y no mostrara el mismo interés, lo cual enfureció a Aaron quien admitía estar disfrutando el momento, cosa que también lo confundía.
—Esto es solo un beso, Tarda. No haría nada más contigo.
Aquella respuesta enojó a Nora, quien se preguntaba para qué la besaba si luego se iba a burlar de ella.
—Lo sé, ya me lo dijiste, y no necesitas repetirlo. En realidad, no entiendo nada de esto. Suéltame ya, por favor.
—Este es tu primer beso, puedo darme cuenta. Lo es, ¿cierto? —cuestionó Aaron.
—Suéltame —exigió Nora sin mirarlo.
—Pues el primer beso nunca se olvida. Aquí tienes mi regalito para que me mantengas siempre en tu cabeza. Ahora sí vas a pensar en mí, mientras yo soy inalcanzable para ti.
Sus ojos se encontraron con los de Nora que mostraron algo de confusión y tristeza al mirarlo. Aaron jamás olvidaría esos ojos ni esa noche, le costaría caro ese recuerdo.
—Suéltame ya o voy a gritar —amenazó la joven.
—Gracias por avisarme —dijo cubriendo su boca de nuevo.
La miró a los ojos, su expresión no era la misma, estaba molesto, se le notaba.
—Te voy a marcar, Tarda, jamás te olvidarás de mí, ni de este día.
Así, comenzó a besar sus mejillas, mordió suavemente el lóbulo de su oreja y se instaló en su cuello para comérsela a besos, haciéndola sentir de nuevo emociones disfrutables que intentaba rechazar. Él succionaba sin parar, era agradable pero ya empezaba a doler. Ella comenzó a quejarse, más su mano ahogaba sus demandas.
Hasta que se escuchó que alguien cargaba el rifle.
—¿Qué cree que hace, joven Aaron? —preguntó don Juan—. Me parece que ahora sí se pasó de la raya, suelte a la niña y déjela en paz. No quiero ver que la molesta de nuevo.
Aaron miró al viejo fastidiado sin contestar, lo respetaba, bajó a Nora quien se acercó a Juan, caminando, cabizbaja.
Nora se sentó frente al fuego. El silencio de los presentes permitía escuchar como la madera crujía, quejándose. Miró las cenizas alzar vuelo en una danza penosa, adoloridas, tristes, o quizá era ella que en ese momento percibía el mundo con dolor. Definitivamente se había cansado de Aaron, sus burlas, de lo que le hacía sentir. Así que se propuso borrarlo, ignorarlo como había aconsejado don Juan, esta vez sí lo haría.
Aaron se sentó ante el fuego también, callado. No pudo evitar mirar a Nora quien veía hacia al cielo absorta en pensamientos. Los expresivos ojos de la joven siempre mostraron un dolor desconocido para él, pero su lastimera expresión parecía aumentada esta noche. Él comprendió que era por su culpa y sintió pesar, quizá sí tenía razón Crispín, esta vez se había sobrepasado.
Partieron cuando rayaba el alba, andando en fila india, Crispín, Nora y Aaron cuidando la retaguardia. Se les veía la pena en la postura de los hombros, en la mirada hacia el suelo, el silencio. Algo cambió en ese día y no sería bueno para nadie.