Bruto Amor

Capítulo 7

 

 

Necesitando algo de hogar y de familia, Nora anduvo en dirección a casa de sus abuelos casi como algo automático. Le parecía que, aunque andaba sobre Pinto, con la elevación que el potro entregaba, llevaba el alma por el suelo, atada a una cuerda arrastrada por su caballo como hacían siglos atrás.

Quedó sorprendida al llegar al seco terreno que una vez llamó hogar, para encontrar macetas con plantas típicas y una nueva cerca blanca de madera donde ató a Pinto. Caminó desde la calle hasta la casa por un camino de grava blanca donde sus botas se hundían un poco al pisar y pasaba sus manos rozando los arbustos a cada lado.

Abrió una sencilla pero nueva puerta para encontrar a su abuelo en silla de ruedas y a su abuelita en una bonita cama. Ellos sonrieron felices de verla. Nora dio un paso encontrando aquel piso de fina madera pulida y sentir ese olor a pino en el aire.

Sintió que le faltaba aire, don Julio había cumplido su palabra, a sus abuelos no les había faltado nada y más aún tenían abundancia, una que nunca vivieron antes. El refrigerador nuevo estaba lleno, y el cajón de las medicinas estaba suplido para varios meses.

Una de las razones por las que su madre, Norma, nunca dejó aquel lugar fue por sus padres, enfermos, postrados. Le enseñó a su hija el valor de la fidelidad y Nora no sería diferente.

—¡Hija! —exclamó el abuelo feliz.

—Al fin viniste a vernos —comentó su abuela.

La joven se acercó a verlos y aunque tenía el llanto a la puerta, no quiso sacarlo, no deseaba traer tristeza a sus abuelos que se veían felices. Los abrazó con una gran sonrisa que sacó de las entrañas contrastante con sus ojos llorosos.

—¿Están bien? ¿Se sienten bien? —cuestionó acariciando la mejilla de su abuelo con ternura.

—Si, mija… Muy bien, gracias a ti. ¿Y tú? ¿Estás bien? ¿Te tratan bien? ¿Qué te pasó en la cara? —indagó preocupado el viejo tomando las manos de Nora.

—No queremos nada de esto si no estás bien, niña —añadió su abuela.

—Estoy muy bien abuela, muy feliz. Hasta me dieron un caballo, lo llamé Pinto, es muy inteligente. Sobre el golpe… Me puse a competir con un tramposo que asustó a mi caballo y me derribó, pero no pasó más de allí. Quería contarles que me presentaré en las fiestas con mi nuevo potro y competiremos en la carrera.

—¿Estás segura, hijita? Esa carrera es para hombres —dijo el abuelo preocupado.

La carrera del pueblo tenía una particularidad, se permitían los choques entre caballos, empujones y demás. Era una batalla ruda que el desalmado de Aaron aprovechaba y siempre ganaba eliminando a su competencia con su gran Bala.

—Lo sé… Pero voy a competir y voy a ganar. En mi caso no será por fuerza que gane, obviamente, sino por habilidad.

El abuelo miró sus ojos y dijo:

—Pues ya nadie podrá sacarte esa idea de la cabeza, te conozco. —El viejo sonrió mirando a su nieta con los ojos llorosos y añadió—: Eres la viva imagen de tu madre, tenaz y fuerte. Estoy muy orgulloso de ti, Nora.

La joven presionó sus ojos con las manos como si así pudiera detener las lágrimas y lo consiguió. Inhaló fuerte mirando el techo y abrazó a su abuelo.

—Vendré pronto a verlos —mencionó sin poder contener más la pena que cargaba, al menos de algo había servido tanto suplicio, sus viejos estaban bien y felices. 

—Antes de irte, mija, ¿has hablado con don Julio sobre el entierro de tu mamá? —cuestionó la abuela—. ¿Sabes si la enterró en nuestra parcelita?

—No sé, supongo que allí la enterró, pero no me dijo nada y… no me gusta mucho hablar con él, ya saben lo pesado que es. He estado con bastantes ocupaciones en el rancho —explicó Nora comenzando a angustiarse.

—Sí, niña, cuando puedas averígualo, para que podamos ir a verla. La última vez que pasó por acá le preguntamos y solo nos dijo que eso no tenía importancia, que los muertos solo eran un caparazón y nuestra hija no estaba más aquí.

Nora frunció el ceño y exclamó:

—Insufrible viejo loco… Él no tenía derecho a decidir eso. ¿Ahora dónde habrá enterrado a mamá? ¡Uy, que rabia! —Apretó los puños llena de enojo, preguntándose qué más sorpresas desagradables le daría el don.

Se despidió y salió agitada de la renovada casa, con el pesar encapsulado detrás de las costillas, sintiendo que le dolían ya.

Cuando salió del jardín se encontró con Diego, quien la esperaba recostado de la cerca al otro lado de la calle y Nora no pudo evitar darle una mirada extrañada.

—Hola —saludó el joven sin esperar.

—Hola —respondió evitándolo, acercándose a Pinto para partir.

—¿Estás bien? —preguntó Diego tomándola por el brazo, haciéndola girar gentilmente.

—Sí, estoy bien —respondió Nora evasiva.

—No me pareció que estuvieras bien cuando te vi salir del rancho. Yo… yo solo quiero ayudarte.

—Es… personal y como ves ya estoy bien —contestó intentando sonreír.

—Pues… No veo que estés bien, no me parece. Vamos a conversar sobre lo que quieras, no tienes que hablar de lo que pasó. ¿Te gustaría ir al pueblo a comer algo? —cuestionó Diego.




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