Bruto Amor

Capítulo 9

NUEVOS PERSONAJES:

Aaron tuvo una larga espera que lo mantuvo ansioso. Desde la ventana vio como Nora partió en dirección al risco para encontrarse con Diego. No quería pensar en eso, ni que le importara, pero tampoco podía evitarlo, se imaginaba cosas, recordaba su angustioso sueño y para completar también se mantenían en su mente todas las preguntas que le haría a su madre.

La vio pasar a la cocina algo adormecida. A medida que pasaban los años, su mamá se mostraba más ensimismada, dormía por más tiempo, desconectándose de su realidad, nada parecida a sus años dorados y de opulencia cuando todo marchaba bien y ella se mantenía sonriente y arreglada. Adela ya no era así y eso entristecía a Aaron, porque no había logrado salvar a su madre de las penas que su padre causó.

De repente, Diego entró sonriente a la casa, sacando a Aaron de sus pensamientos, quien alcanzó a mirar de reojo, por la ventana, a Nora alejándose sobre Pinto.

—Aprovechando que estamos todos aquí —dijo Aaron—. Mamá… necesitamos hablar contigo.

—Sí, claro —respondió Adela sin tener idea de lo que Julio había dicho.

—Mamá… Diego tiene algo que preguntar —profirió Aaron tratando de librarse de iniciar el tema para culminar mirando a su hermano y decir—: Por favor, tú eres mejor para estas cosas.

—¿Yo? —cuestionó Diego señalándose—. ¡Ah! Sí, lo de don Julio.

Adela frunció el ceño comenzando a mostrarse algo nerviosa para preguntar:

—¿Qué de don Julio?

—Mamá… Ese viejo pesado vino para acá a reclamar algo —comenzó a explicar Diego—, y… en el furor de la discusión dijo algo que nos dejó intrigados.

Su madre apretó los ojos y al abrirlos miró a Aaron con una expresión de vergüenza.

—Ajá… ¿Qué…? ¿Qué les dijo? —cuestionó Adela.

—Dijo algo así como… —Intentó explicar Diego—. Que papá no te había cumplido sexualmente y por eso tú buscaste satisfacerte con alguien más.

—Específicamente con él —aclaró Aaron siendo directo como solía—. ¿Es eso verdad, mamá?

Adela guardó un clarificador silencio evitando las miradas de sus hijos.

—Supongo que eso es un sí —dijo el hijo mayor con la voz algo apagada, al comprender la realidad.

Ella asintió aún callada.

Diego miró a Aaron sorprendido y su hermano le devolvió la mirada.

—¿Cómo pudiste hacerle esto a papá, a nuestra familia y con ese viejo? —reclamó Aaron comenzando a molestarse—. ¿Hay algo que ese demonio no nos haya quitado? ¿Cómo pudiste mamá?

—Tú no entiendes, hijo.

—No hay justificación alguna, mamá. ¿Cómo vas a explicar ser una… una…? —Aaron no pudo decirlo.

—¿Una qué? ¡Dime! ¡¿Una qué?! —cuestionó la madre con la voz quebrada sosteniendo el llanto.

Pero los hijos solo negaron con la cabeza, la respetaban y no podían decirle “zorra o perra” en voz alta.

—Muchachos ilusos, idealistas, ¿cómo creen que fue la vida junto a su padre? ¿Un lecho de rosas? Sin duda, pero con todo y espinas. ¿Acaso creen que su padre no iba y se metía con cualquier mujerzuela que le gustara? Amigas… Vecinas… Trabajadoras… Demasiado soporté —respondió con la voz sollozante y las lágrimas brotando sin parar.

—¿Y eso justifica lo que hiciste? —preguntó Aaron con dolor.

—Pudiste haberte divorciado —añadió Diego.

—¿Y quedarme con qué? ¿Qué les daría el irresponsable de tu padre al irnos, si ya aquí con él nos fallaba una y otra vez? ¿Qué ganaríamos yéndonos?

—No puedo creer que justifiques lo que hiciste. ¿Estás diciendo que estuvo bien meterte con ese viejo que ha sido nuestra perdición? ¿Pagarle mal con mal a papá?

—No —culminó sentándose en una silla con la postura más derrumbada que jamás le hubiesen visto—. Julio… Él… era atento, me regalaba cosas, yo solo… tenía que hacer lo que él quería.

—Pues nada lo detuvo para dejarte en la indigencia. ¡Solo te usó, mamá! —profirió Aaron enojado.

—¡Lo sé, lo sé! —gritó cubriendo su cara con vergüenza—. Lo siento hijos, perdónenme por favor. Yo me sentía sola, sin valor, no deseada y llegó Julio sabiendo qué decir y qué ofrecer.

—Sí, así suele ser… ¡Como el mismísimo diablo! —gritó Aaron.

—¿Y qué vas a hablar tú? —le reclamó la madre al hijo mayor—. Cuando una mujer es promiscua le dicen zorra, perra, pero cuando es un hombre… Nadie dice nada. ¿Acaso tú no eres un mujeriego que va y se acuesta con quien le provoca? Por eso es que ni esposa tienes y estás solo —culminó negando con la cabeza sabiendo que le había dado un golpe bajo a Aaron.

Él la miró con los hombros caídos, ya no tenía nada más qué decir, así que guardó silencio.

—Hijo, perdóname —expresó la madre con rapidez, corriendo a enterrarse en su pecho para recibir un abrazo que Aaron no le negó, aunque no le provocara dárselo—. No debí decir eso.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.