En la mente de Nora habían quedado martillando con constancia aquellas palabras de don Julio “es la gota que derramó el vaso". Así que fue a hablar con don Juan.
Mientras tanto, en el rancho Balderas se escuchaban los secos los golpes que recibía Aaron. Mientras dos tipos lo sostenían, un tercero lo golpeaba y el cuarto vigilaba a Diego.
¡Pum! En la cara, ¡zas! En el estómago. La borrachera no fue tan mala porque mantenía a Aaron algo desconectado de lo que pasaba, aunque eso no impedía que se quejara de dolor, arqueando el torso después de cada impacto.
—Don Julio no te quiere cerca de las señoritas Julia y Julieta, ya te lo advirtió. Te mantendrás lejos o esto se podrá peor —amenazó el matón hablándole al oído.
A lo que Aaron respondió adolorido:
—No tengo ningún interés en ese par de locas insoportables. Tu jefe no puede estar más loco.
¡Pum! Otro golpe en el estómago. Aaron sacudió la cabeza y sonrió mostrando una pigmentada sonrisa:
—Estoy acostumbrado, viejo. Aquí podemos estar un rato más.
Haciendo hervir en ira aún más al enviado de don Julio quien se preparaba para continuar propinando golpes hasta que escuchó como se cargaba un rifle.
—Suelten al muchacho ya. Esto es propiedad privada y tengo derecho a disparar —exigió Juan Crispín con seguridad, quien llegaba con Nora, también armada, y ambos apuntaban a los enviados de don Julio.
—No hay problema —dijo el líder, alzando las manos a manera de rendición y culminó diciendo—: Igual ya entregamos el mensaje que nos enviaron a dar. Hemos terminado… ya nos íbamos.
Dejaron caer a Aaron quien impactó con fuerza contra el suelo. Los tipos caminaron y cuando pasaron junto a don Juan y Nora que se mantenían apuntándolos con sendos rifles, les dijeron:
—Debería aprender a no meterse en problemas que no son suyos, abuelo.
Para luego subir a su auto y partir.
Tanto el viejo como la joven corrieron a ver a Aaron, lo voltearon para notar que, si bien estaba herido por los golpes, no tenía fracturas ni nada más grave. Aquello había sido solo un susto, una advertencia.
Crispín golpeó suave y repetidamente el rostro de Diego , haciéndolo entrar en sí.
—¿Qué pasó? ¿Y Aaron? —indagó el joven incorporándose con rapidez para luego pasar su mano por la cara quejándose del dolor.
—Estará bien —le respondió el viejo—, más si no se mantiene lejos del par de locas, esto se pondrá peor.
—Yo no tengo ni el más mínimo interés en ese par de locas —respondió Aaron comenzando a incorporarse quejándose de dolor con la ayuda de Nora—. Entonces eres mi salvadora —culminó mirándola, mientras ella ignoró el comentario.
Así, con la ayuda de Diego y del viejo, llevaron a Aaron a su habitación. La madre, Adela, llegó preocupada y con rapidez tomó el rostro de su hijo algo ido, para ponerse a llorar, preguntando qué había pasado.
Nora trabajó por años en el rural ambulatorio del campo, así que tenía idea de lo que debía hacer, ya había atendido hombres golpeados y peores. Pidió un hondo envase con hielo, agua, unas pequeñas toallas, alcohol, gasas y demás.
Limpió las heridas con agua helada y colocó compresas durante cinco minutos cambiándolas. Revisó el ojo izquierdo, el más golpeado pues el agresor era derecho, presionó sus costillas y se relajó al ver que no tenía fracturas.
Mientras limpiaba las heridas de su cara, Nora le dijo:
—Tienes que aprender a ser menos odioso con mis hermanas. Yo te soporto callada, pero ellas van a llorarle a su papá.
—Que le lloren. De haber sabido que esto sería así, les habría hecho el desplante antes.
—¿Estás loco? ¿Qué querías? ¿Qué te golpearan antes? —cuestionó Nora sin comprender al loco de Aaron.
—No, quiero decir de haber sabido que te tendría junto a mí, metida en mi cama.
Nora se detuvo en el acto con aquella insinuación, sin saber qué hacer ni qué decir y tragó grueso dándole una mirada al bruto. Aaron sin perder tiempo la tomó por la cintura acercándola con fuerza a él, pero Nora se sostuvo con sus brazos sobre él.
—No, Aaron, ¿qué haces? —cuestionó apoyada en él, causándole dolor por lo que se quejó el joven—. ¿Ni borracho dejas de burlarte de mí? —dijo molesta, creyendo que se mofaba de ella, como solía—. Ya déjate de tonterías.
—Yo no me estoy burlando de ti.
—Sí, claro —dijo incrédula. Lo cual frustró a Aaron quien trataba, con torpeza, de expresar lo que sentía para que Nora no le creyera ni una palabra.
La joven terminó dándole a beber un antiinflamatorio y diciéndole que debía descansar. Se despidió y justo cuando se levantaba de la cama, Aaron la tomó de la muñeca y Nora volvió a sentarse. Él la miró en un prolongado silencio, quería decirle que la quería y que se estaba volviendo loco por estar con ella, por verla, pensándola, extrañándola, pero solo dijo: “Gracias”, pues sabía que Nora no le creería sus etílicas verdades.