Después de que Aaron pronunciara esas palabras “me gustas”, como si tuviera el llanto siempre a punto de salir, los ojos Nora se pusieron llorosos y llenos de rabia.
—¡¿Vas a seguir con lo mismo?! —profirió la joven alzando la voz y soltándose del agarre de Aaron—. ¡Tú como que no terminas de entender que me tienes harta! Tenme un poco de consideración, por favor, me has hecho la vida imposible y no tienes idea de lo que he pasado desde que llegué.
Aaron abrió sus ojos ampliamente comprendiendo solo algo de lo que reclamaba Nora, pero no del todo.
—Crees que todo es un chiste, ¿verdad?... —cuestionó ella mirándolo.
—No… Creo que no entend… —respondió Aaron con inseguridad.
—Y que los demás somos de palo —continuó Nora interrumpiéndolo—, pues no, soy un ser humano con mil problemas y ya no soporto uno más —añadió al límite—. Claramente te dije que no te quería ver de nuevo. Estoy aquí aceptando ayudarte con tu potra porque amo a estos animales, lo hago por ella, no por ti y acepto ir a esa salida esta noche, contigo y Julia, solo porque Diego me lo pidió.
Nora mostraba la respiración acelerada y el rostro desencajado, recordando ya a su mamá y su advertencia.
—Ya me has humillado de todas las formas posibles —continuó indignada—, me has dicho bastarda, fea, casi me matas unos días atrás, me dejaste ese chupetón burlándote, me besaste ese día solo para arruinar mi primer beso, y ¿vas a seguir?... Me tienes cansada ya, Aaron. No tienes idea de lo que he pasado y tú solos vuelves peor mi vida, no te quiero cerca, ni a tu constante mofa, ¡ni nada ya! —culminó cuando dos lágrimas brotaron, dándole la espalda no queriendo que Aaron la viera.
Él no supo qué hacer. Intentó expresar sus sentimientos y solo consiguió que en Nora estallaran mil emociones que él no sabía manejar. No pudo evitar pensar en lo tonto que fue al creer que con solo decir “me gustas”, Nora caería rendida en sus brazos.
Aaron no tenía idea de qué decirle a una mujer que lloraba, ni cómo tratarla. Además, ella no era cualquier mujer, era la más impetuosa e indetenible alma que jamás había conocido.
Nora limpió sus lágrimas y controló cualquier sollozo, agotada de ese profundo dolor en su mandíbula y garganta por contener el llanto todo le tiempo, cada día. Volteó a mirar, pero Aaron ya no estaba y sintió algo de alivio.
Sin embargo, mientras regresaba a sus labores, escuchó que le hablaron:
—¿Qué hacía aquí Aaron? —cuestionó Julia quien estaba de pie junto a Julieta en la puerta del granero de ordeño.
Nora rodó los ojos fastidiada y más odió al bruto. Que desgracia ese tipo, pensó sabiendo que ya le había generado otro problema.
—Vino a traer a su yegua para que la entrene —respondió Nora, tratando de evitar otro problema que ya anticipaba.
—¡Mentirosa! —contestó Julia—. Esa yegua está más que entrenada.
—Tuvo un problema y… —Pero Nora guardó silencio pues no tenía que estarles explicando nada y comenzó llenarse de una indignación que no podía controlar.
—Tuvo un problema, ¡nada!... ¡Mentirosa! —insistió Julia.
—A los mentirosos le va mal en la vida —dijo Julieta comenzando a patear los baldes llenos de leche, arruinando todo su esfuerzo y asustando a las vacas que mugían y se alejaban temerosas. Nora solo miraba el desastre, llenándose de ira, apretando los puños cerrados con los ojos aguados.
Julia tomó los huevos recogidos por ella desde temprano.
—¿Aquí es donde te manosea? —dijo lanzando dos huevos al suelo con fuerza—, ¿Aquí te da besitos? —Rompió dos huevos más—, ¿Aquí es dónde te hace creer que algunas vez va a querer a alguien como tú? —Lanzó dos huevos más, estallándolos cerca de sus botas— Pues te engaña, ¡zorra! ¡Eres igual de zorra que tu mamá! —gritó lanzándole dos huevos que atinó en el pantalón de Nora quien no pudo soportar más.
Nora tomó un puñado de paja lanzándolo en la cara de Julieta, quien se quejó por lo que fuera que entró en sus ojos y se le fue encima a Julia atinándole un puñetazo en la cara, y otro y luego otro.
Metió la mano en la cesta de los huevos y cuando vio que Julieta se acercaba, le lanzó varios huevos, haciéndola retroceder mientras gritaba “¡Qué asco!”.
Tomó huevos con las dos manos y los estalló en la cabeza de Julia. Se levantó y tomó a Julieta del cabello lanzándola al suelo con todas sus fuerzas, lo que quedaba de leche en un balde se lo terminó de derramar encima, mientras le gritaba: “¡Me tienen harta!”.
Llegaron Crispín y algunos trabajadores del rancho, quienes tomaron a Nora, alzándola por la cintura mientras pataleaba.
—¡Suéltenme! Que las voy a matar. ¡Par de locas! ¡Las voy a matar! —gritaba Nora ya descontrolada
Las dos hermanas se levantaron aporreadas y con clara de huevo destilándoles del cabello y sin ellas esperarlo llegó su padre, don Julio.
—¡¿Qué pasa aquí?! —preguntó molesto al ver el desastre del lugar.
El don miró alrededor, vio toda la leche derramada, los huevos, a Nora con la respiración agitada y los ojos encendidos en ira y comprendió lo que había ocurrido.