Bruto Amor

Capítulo 19

 

 

Nora tocó la gran puerta de madera del despacho de don Julio, escuchó un seco “pase” así que abrió y entró. Se mantuvo de pie algo alejada del gran escritorio y allí estaba el imponente caballero en su sillón.

—Acércate, Nora.

Y ella dio un par de pasos.

—Dígame, estoy bien aquí, señor —profirió sin querer acercarse más por lo explosivo del personaje.

—Iré al grano. —Comenzó a explicar don Julio—. No me gusta andar con rodeos, sé que andas con Aaron y que saliste con él, besos y demás tonterías. En fin… ¿Qué es lo que tienes en la cabeza, muchacha? ¿Cómo te vas a meter con ese tipo?

—Solo salí con él y no tengo por qué darle explicaciones —respondió con algo de timidez.

—No mientras vivas en mi rancho ni dependas de mí. Tú no te verás ni saldrás con ese perdedor que solo te busca por tus posibilidades.

Nora no pudo evitar reír.

—¿De qué posibilidades habla usted? Si Aaron me quiere, dudo que sea por dinero, porque yo nada tengo.

—Él sabe que eres mi hija y puede pensar que algo te quedará. Ellos quieren sus tierras de vuelta a como dé lugar. Eres muy ingenua, Nora. Además, es un picaflor, ¿qué crees que hará mas adelante cuando se canse de ti? Se buscará otra y te dejará.

—¿Lo dice por experiencia propia? Pues me parece que eso era lo que usted hacía.

Don Julio golpeó el escritorio airado, levantándose de golpe, por lo que Nora retrocedió un paso.

—Cada vez que hablamos… ¡Me haces molestar, Nora! ¿Qué importa lo que yo haya hecho, niña ilusa? Lo que importa es lo que Aaron te hará a ti. ¡Abre los ojos! Vas a sufrir.

—¿Cómo sufrió mi mamá o menos? —Cuestionó Nora con la respiración cada vez más agitada.

—Eres más terca que tu madre y pensé que ella era la mujer más tozuda que jamás había conocido, pero tú le ganas con creces. Anda y haz lo que te de la gana. ¡Ya me hartaste! ¿Quieres terminar lloriqueando por allí, destrozada? Anda y métete con el Balderas. Hay gente que solo aprende así, dándose de trancazos con la vida. ¡Sal ya de aquí!

Nora salió del despacho con un pesar que no podía quitarse. Estaba cansada, quería irse de ese lugar, ya no lo soportaba, soñaba con tener un día de paz, de calma y parecía que nunca le llegaba. Si no fuera por mis abuelos… Ya me habría ido de aquí, caviló.

Sintió indignación al ver a este hombre, que nada le había dado, más que tormentos, carencias y maltratos, queriendo venir a decirle cómo vivir su vida y hasta de quién enamorarse. ¿Tenía ella temores con Aaron? Claro que sí, pero Nora solo quería que la dejaran vivir, ya sabría ella como levantarse de sus tropezones por más grandes que fueran.

Así que se vistió como solía, camisa de manga larga, vaqueros, bandana y sombrero, sin vestidos ni brillo labial, sin el cabello suelto ni ilusiones, pues Nora había vuelto a la realidad. Tenía que hablar con el Balderas para terminar esta incongruente… Lo que fuera que tuvieran.

Por lo que se enrumbó sobre Pinto hacia el rancho vecino, pues si bien don Julio era un controlador insoportable, era un viejo con experiencia en la vida y con las mujeres, y sí, Aaron solo la haría sufrir como lo había conseguido hasta ahora.

 

Después del medio día, Jimena fue al cementerio como lo hacía cada veinte de agosto para llevar flores a los familiares fallecidos de Julio. La exquisita dama no tenía muchas responsabilidades, pero esa era una de las pocas.

Así arribó Jimena cargada de flores y coronas para adornar el cercado y elegante mausoleo de los Salvador. No obstante, quedó sorprendida al encontrar junto a la caseta de mármol, una tallada lápida con el rostro de Norma. Aquello fue demasiado para la fina dama, quien olvidándose de su clase social, comenzó a proferir insultos y maldiciones, porque su esposo se había atrevido a poner a una de sus amantes en el sitio de sus antepasados. En realidad, lo que enervaba a Jimena era que Julio había amado a Norma al punto del tormento y parecía seguir amándola igual.

Salió pidiéndole a su chofer que la llevara a la ferretería mas cercana y allí compró una pintura blanca y otra negra. Regresó al cementerio, y sin ningún reparo derramó la pintura blanca sobre la lápida de Norma. Se fue a almorzar en un restaurante cercano y cuando estuvo algo seco su reciente desastre, usando la de color negro, escribió las palabras “zorra” y “perra” en grandes letras.

Regresó al rancho Salvador dando pisotones como niña malcriada, buscó a Julio en su oficina, más no estaba allí. Luego lo buscó en la habitación donde lo encontró mirando la televisión y entró azotando la puerta.

Julio dio un brinco de sorpresa y se sentó con la mirada fija en Jimena, molesto.

—¡¿Cómo te atreves a enterrar a la muerta esa en el mausoleo de tu familia?! —reclamó gritando.

Julio se levantó calmadamente y contestó:

—Bien haz dicho… El mausoleo de mi familia, que nada tiene que ver contigo.

—¿Cómo que nada…? ¿Cómo te atreves? ¡Yo soy tu esposa! ¡¿Hasta cuándo me vas a hacer estas cosas tan humillantes?! ¡Te odio, desgraciado! —gritó con la voz desgarrada en la garganta.




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