Aaron sostenía a Nora fuerte contra él y con su otra mano sujetaba la toalla que apenas cubría lo importante.
—¡Que me sueltes! —reclamó la joven molesta, sacudiéndose, aunque le temblaran las piernas. Si algo había aprendido Nora era a controlarse, dominaba a diario las ganas de llorar, de querer huir, de abandonar, el deseo y todo lo demás que pudiera sentir. Empujó con todas sus fuerzas sin conseguir superar la fuerza de Aaron—. ¿Acaso crees que soy tonta? —cuestionó indignada mirándolo de cerca, reacción que no se esperó el Balderas, quien creyó que con la toalla bastaba para doblegar a Nora.
—Nunca he creído que seas tonta, terca, imposible, mandona, sí, pero tonta no —dijo sonriendo, para encontrar a una seria Nora mirándolo, que le borró la sonrisa. Ella solía dejarlo desconcertado pues no solía pasar lo que él esperaba.
—¡Suéltame ya! Yo no soy como el montón de mujeres que te has… —No quiso decirlo y luego, sin aviso, tuvo que apretar sus ojos cerrados, pues de decir algo, pasaba a imaginarse a Aaron sin toalla.
—Si algo sé es que no eres así —respondió el bruto sin dejarla ir.
—Ya mis hermanas me fueron con el cuento de que te metiste con Julia y Julieta dice que eres un salvaje, ni sé cómo lo sabe. Allá las dejé dando recomendaciones de lo que se debe hacer contigo y de cómo tratas a las mujeres. Que incómodo, Aaron.
—Eso es pasado, Nora. Desde que te conocí yo no he estado con nadie. Nunca te trataría así.
—Sí, claro… Ya veo que no me vas a soltar. Ya no quiero nada de esto.
—¿De qué hablas?
—Que no quiero estarte viendo más, ni saliendo, ni besos, ni nada. Quiero terminar lo que sea esto. Nos irá mal, lo presiento y yo… Yo ya tengo suficiente.
—¿Terminar qué, si ni hemos empezado? —preguntó Aaron indignado.
—Bueno… Terminar lo que no ha empezado. Suéltame ya.
Aaron se rio de lo que acababa de decir, Nora. Así que con su otra mano tomó la barbilla de la joven, soltando al fin la toalla para darle un beso. Ella abrió sus ojos ampliamente al entender que nada lo cubría e intentó hablar, reclamar, pero sus palabras quedaban ahogadas en los labios del Balderas.
Y ya más rendida giró su rostro empuñando la muñeca de Aaron y con sus ojos cerrados pidió:
—Déjame ir…
—Tú no te quieres ir, ni yo quiero que te vayas —respondió él besando su cuello acariciando su cabello.
—No haré esto así.
—Ya deja de hablar, Nora —solicitó volviéndola a besar. Luego se detuvo para decirle viéndola con melancolía y muy de cerca—: Yo te quiero. Estoy enamorado de ti y lamento mucho que no me creas. Yo… hasta sueño contigo —La joven quedó impresionada al escuchar eso—, sueño que te desvaneces y te pierdo. Hoy no te vas a disipar de entre mis brazos como en mi sueño. No lo permitiré.
Con aquella confesión, poco a poco la arisca joven fue cediendo a los encantos de Aaron y aún en contra de todas las alarmas que se encendían dentro de ella, que se contraponían a las placenteras emociones que la dominaban y que jamás había sentido, al fin correspondió al joven.
Titubeó antes de posar sus manos sobre el pecho del bruto para sentir sus firmes músculos que fue recorriendo hasta abajo con los dedos. Aaron se aferró a ella con más fuerza, abrazándola, recorriéndola con sus inquietas manos que bien sabían qué hacer. Soltó la coleta que ataba el largo cabello de Nora, para luego empuñarlo moviéndola a su antojo con dominio.
Comenzó a desabotonar la camisa mientras el pecho de Nora subía y bajaba ansioso. Aaron mantenía el tacto y sus besos, porque conociéndola, en un instante podía saltar cual caballo bronco para irse dejándolo lleno de deseo.
Nora mantuvo los ojos cerrados, enfocada en lo que sentía, quería recordarlo, apresarlo en su memoria para siempre. El bruto soltó su correa y sus vaqueros mientras las manos de ella apretaban el cabello de Aaron, para terminar cubriendo su rostro con miedo ante la inminente sensación de que se equivocaba, más sin poder escapar ya. Lo que ella no sabía es que para Aaron aquel momento también era único y más sentido que cualquier experiencia anterior.
El Balderas se imaginaba los temores de la chica y aunque su amor era sincero, no podía evitar que ella los sintiera. Quitó las manos que cubrían el rostro de Nora y la contempló dándole una leve sonrisa y pasó su pulgar por su labio inferior, tocando sus dientes a la vez con la punta de su dedo. La apretó contra él usando su gran mano, que casi ocupaba toda la espalda de Nora, y al fin su piel pudo sentir los marcados abdominales de Aaron y la tibieza de su cuerpo. Ella comenzó a palparlo con timidez y suspiraba recorriendo el definido cuerpo del joven que desbordaba virilidad.
Él la cargó con ternura y la acostó en su cama, colocándose junto a ella apoyado sobre su codo para continuar acariciándola y besándola. En ese momento la soltó, se descuidó y Nora se levantó de golpe de la cama.
—Lo lamento, Aaron. No puedo hacer esto así. Es… Es mi primera vez y quiero que sea algo bonito. —Estaba en ropa interior y comenzó a recoger sus cosas para comenzar a vestirse.
Aaron se incorporó con apuro.