Bruto Amor

Capítulo 22

 

 

Aaron no aceptaba la idea de dejar a Nora, no podía ni quería. Así que decidió que enfrentaría lo que fuera. Aún no dilucidaba cómo enfrentaría a don Julio salvando a su familia y a Nora al mismo tiempo, pero el “viejo diabólico”, como él le decía, no controlaría su vida.

Por la mañana, temprano, se acercó a las caballerizas del rancho Salvador para encontrarse con Juan Crispín. El joven confiaba en el viejo, así que le contó sobre las amenazas y condiciones de don Julio.

El viejo lo miró con pesar pues conocía a su jefe desde hace décadas, conocía su historia, su pasado y su manera de conseguir las cosas.

—Muchacho… Aléjese de la niña, por favor. Déjela en paz —solicitó don Juan.

Aaron no podía creer que Crispín le dijera que se rindiera, que no lo apoyara.

—Pero… ¿Por qué?... ¿Hasta cuándo tendremos que soportar que ese viejo controle el pueblo a su antojo y las vidas de todos? —cuestionó Aaron con enfado.

—La única que podrá hacer algo allí, más adelante tal vez, será la misma Nora, pero aún no es el momento.

El viejo hablaba pareciendo conocer el futuro, pero solo podía anticiparse por los años de vida, la experiencia, el sufrimiento superado y las dichas resguardadas.

—Aléjese de la niña, déjela —insistió Crispín.

—Usted también cree que no soy bueno para ella, ¿verdad?

Don Juan guardó silencio, pensativo, no quería decir lo obvio.

—Nora es confiada, inocente aún… Tú no —respondió Crispín.

—Mis intenciones con ella son genuinas, señor. Se lo aseguro.

—Eso no importa, muchacho. Usted no conoce a don Julio como yo. Aléjese, haga lo que le ordenó y evítele sufrimiento a esa muchacha.

Aaron no podía creer lo que escuchaba, hasta don Juan lo mandaba a dejarla. Por un momento se preguntó si se aferraba a un error, si realmente la haría sufrir como todos parecían creer, pues si eso era verdad, entonces la dejaría por puro amor.

—Uno no puede ver la vida con romanticismo, joven —continuó Crispín—, esto no es un programa de televisión. La vida te obliga a mantener los pies sobre la tierra. Hay decisiones que nos  la cambian de golpe, nos destruyen o nos llevan a algo mejor. Este es uno de esos momentos y lo mejor es que lo piense sin emocionalismo, saque todo eso.

Aaron apoyó su rostro sobre las palmas de sus manos sin querer tomar esa decisión.

Unos minutos después, apareció Nora saludándolos con sorpresa de ver a Aaron allí tan temprano.

El Balderas no pudo esconder su malestar y la joven no pudo evitar preguntar.

—¿Qué te pasa? ¿Estás bien? —cuestionó tomando la mano de Aaron.

Él la miró con pesar, sintiendo que jamás olvidaría esos ojos, ese ceño fruncido de siempre, por el que de nuevo pasó su pulgar como si pudiera borrarlo con su tacto, calmando el pesar de la chica. Acarició su cabello y terminó en su barbilla, dejó un suave beso en sus labios y se retiró despidiéndose, sin contestar las preguntas de Nora, apretando su sombrero con ambas manos antes de ponérselo.

Ella sabía que algo ocurría, la mirada perdida y añorante de Aaron, su silencio, tenían que tener una explicación. Por esa razón, al terminar sus labores se acercó al rancho Balderas donde encontró a Aaron vacunando el ganado con el veterinario. El llegó cansado al terminar la labor para sentarse junto a Nora de nuevo en silencio.

—No me contestaste… ¿Qué te pasa? —insistió la chica.

—Nada —respondió con brevedad.

Aaron no sabía si debía decirle a Nora lo que pasaba, pues entendía que podría generarle más odio, traerle más problemas, porque ella era impulsiva y empecinada, quizá podría crear un desastre mucho peor.

—No entiendo por qué no me quieres decir.

—No pasa nada, Nora. Estoy cansado, eso es todo. Debo asearme, ¿podrás esperar un momento?

Ella asintió extrañada porque el Aaron de ayer la habría invitado a ir con él, pero el chico de hoy, callado y retraído la mantenía lejos.

Aaron tomó aquella ducha con el ánimo reducido a nada. No quería dejar a Nora, por lo que, contra todo consejo, decidió que lucharía por ella. Así, una media hora después, llegó de nuevo a sentarse junto a ella sintiéndose más feliz de tenerla allí, de que lo esperara.

La rodeó con su brazo y la acercó hacia él. 

—Después dicen ustedes que las mujeres somos bipolares. Te vas callado, arrastrando el ánimo como un muerto y regresas feliz… ¿Con qué te bañaste? —cuestionó Nora sin entender nada.

Él sonrió y le dio un tierno beso. No era bueno para dar explicaciones ni razones así que dejó el asunto hasta allí. Fueron al pueblo y compartieron hasta la noche, conversando, riendo. Aaron jamás olvidaría la risa de Nora, su apasionada forma de hacer todo, su voluntad de hierro y muchas cosas más que amaba en ella.

 

 

Ya de regreso en su casa, entrada la noche, volvieron a tocar la puerta y de nuevo era don Julio.

—Lleva dos noches viniendo a mi casa y eso no me gusta nada —dijo Aaron molesto de verlo otra vez en el pórtico de su casa.




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