Bruto Amor

Capítulo 23

 

 

Pasaron dos días y Aaron no supo nada de Nora. No podía ni siquiera saber cómo se sentía, si estaba superando la muerte de Pinto o si estaba destruida y menos acercarse al rancho. Estaba desesperado por lo que envió a uno de sus trabajadores a pedirle a Crispín que fuera a verlo y el viejo un par de horas después se apareció en el rancho Balderas, para encontrarse a un ansioso Aaron.

—Joven… —dijo de entrada sin saludar—. Se suponía que dejaría a la niña, ¿para qué me manda a llamar? ¿Para qué quiere saber de ella? Tiene que dejar esto. 

Él miró a Crispín con una expresión agobiada y profunda y el viejo comprendió que estaba preocupado y que no le era fácil desligarse de la muchacha.

—Tiene dos días sin salir de su habitación. —Terminó contestando don Juan moviendo su cabeza en negación—. Hoy, por insistencia de Flor, comió. No la veo bien, la noto hasta mas delgada, aunque solo hayan pasado dos días.

—Yo necesito verla, Crispín. Ya hablé con don Julio y me dio una semana para terminar este asunto con ella. Pienso que… Puedo ayudarla con esto que está viviendo por la pérdida de Pinto y luego… cumpliré mi compromiso de dejarla y no buscarla más.

Don Juan miró a Aaron sabiendo que solo él podía animar a Nora, pues su madre y Pinto que fueron sus otros amores, ya no estaban.

—¿Y qué quiere hacer? —cuestionó Crispín.

—Quiero llevarla a un lugar, despedirme como me gustaría hacerlo, antes de… antes de dejarla.

—Sí, ya me imagino cómo será eso —Sabiendo a qué se refería Aaron—. Mire… Yo no sé… Supongo que dejaré que ella decida. Le diré y vendré a darle su respuesta.

Aaron aceptó esperanzado.

Un par de angustiosas horas regresó el viejo para decirle:

—Ella quiere verlo, joven. Vendrá acá por la tarde. Le recomendé que pasara primero a ver a los abuelos para que ellos den razón por ella y así el viejo no sospeche nada.

—Gracias, don Juan. Yo la esperaré.

—No me agradezca, no sé si estoy haciendo bien, más ya no puedo verla más así.

El viejo se fue y Aaron esperó aquellas horas ilusionado, solo pensaba en Nora, no recordaba que toda aquella ilusión tendría que morir en unos días, no importaba, viviría el presente junto a ella por más breve que fuera y la amaría.

Por la tarde, a eso de las tres divisó a lo lejos alguien a caballo, se acercaba a paso lento con una postura desanimada y por supuesto era Nora.

Aaron siempre quiso ser expresivo con ella, abrazarla y besarla a cada instante, pero la sombra de don Julio siempre los contenía, los mantenía en estado de alerta e inseguridad. Él quería amarla y solo tenía la certeza de que en unos días debía dejarla, cosa a la que se oponía con todo su ser.

Esperó a que estuviera más cerca y se fue hasta su caballo haciéndola detenerse, la notó algo demacrada. Ella lo miró sin más expresión que una insuficiente sonrisa. Él la tomó por la cintura y la hizo bajar para darle un sentido abrazo que duró un tiempo. Nora cerró los ojos y deseó poder quedarse allí, desvanecerse de aquella realidad, rodeaba por los brazos de Aaron, olvidándose de todo, escuchando su corazón, sintiendo su respiración en aquel ancho pecho que subía y bajaba.

—Te voy a llevar a un lugar —dijo el joven.

—¿Qué lugar? —indagó Nora.

—Bueno… Debo ser sincero en eso… Mi papá construyó una cabaña muy profundo en el bosque de estas tierras, es pequeña, tiene un solo ambiente y no es fácil de encontrar si no conoces el sitio. La usábamos cuando íbamos a cazar para pernoctar.

—¿Y quieres que vayamos allí? —cuestionó Nora entendiendo lo que trataba de hacer Aaron.

—Quiero que estés en un lugar donde no sientas ese ahogo de don Julio. Bueno… Donde no lo sintamos ninguno de los dos y… Quiero… Quedarme contigo allí.

—¿La noche? —preguntó Nora.

—Sí, la noche.

—¿Y te parece que quiero andar en eso en estos momentos? Ya te dije que no quería hacer esto así nada más.

—No… No… —Como siempre no encontraba las palabras para decirle lo que quería—. He preparado algo, te voy a sorprender, dame al menos la oportunidad de hacer las cosas bien, solo creo que será bueno y si no te gusta podemos irnos, ¿sí?

—Aaron… ¿Bueno para quién? ¿Para ti?

—Para ambos. No estoy pensando en mí, estoy pensando en ti. Nora… —dijo tomándola por los hombros— No soy bueno en estos protocolos, ni convenciendo a nadie, ya sabes como soy, pero quiero… Me gustaría… Acompañarte. Eso es todo.

La mirada de ella lucía apagada, sin brillo y sería todo un reto hacerla sentir algo con la ausencia que cargaba, aunque sonara contradictorio.

—Está bien, vamos. Será mejor que quedarme encerrada en mi pieza.

—Sí, lo será —le aseguró Aaron.

Aaron ya tenía todo listo y se dirigió con Nora hasta las caballerizas para buscar a Bala, pero la chica no quiso entrar, se había mantenido lejos de ese lugar en su rancho y aquí también lo haría porque todo allí le recordaba a Pinto.

Apenas Aaron abrió la puerta de Bala esta notó el pesar de Nora y se acercó con paso lento hasta ella, emitiendo un suave relincho bajo. Nora sabía lo que eso significaba, Bala estaba feliz de verla y se daba cuenta de que ella estaba mal. Por eso, la yegua tocó con sus belfos el cabello de la joven, para terminar pasándolos también por su camisa, acariciándola y terminó apoyando su cabeza en el hombro de Nora, quien ya tenía los ojos llenos de lágrimas y la abrazó por el cuello aferrándose a ella mientras lloraba.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.