Bruto Amor

Capítulo 25

 

Aaron miró a Nora alejándose, deseaba seguirla, detenerla, pero debía contenerse. Calculó cuando estuviera algo alejada y salió de la casa para verla cabalgando en su partida. Tenía la esperanza de que volteara a mirarlo, como si no pudiera desprenderse de él, dando una señal de apego, más Nora no volteó. Él la conocía y sabía que ella tomaría la determinación de no verlo de nuevo, entendiendo que le sería muy difícil si quiera acercársele.

 

Después de recorrer la distancia entre los ranchos, Nora llegó a las caballerizas para entregar el caballo a Crispín.

—Niña… Que extraño verla tan rápido por acá —La notó algo absorta en pensamientos y con la respiración agitada como si contuviera el estallido de algo—. ¿Está bien?

—Sí, sí… Claro que estaré bien.

—¿Está o estará? —indagó el viejo.

—Eh… Estoy… Estaré… —Culminó cubriendo sus ojos con las manos, rompiendo a llorar.

Don Juan se acercó y la abrazó pasando su mano por la espalda de la joven, consolándola. Comprendió que ya Aaron había cumplido su compromiso, había terminado la relación y no quiso saber cómo.

—No sé que le pasó, niña, pero usted es la mujer más fuerte que he conocido, usted levantará cabeza y estará bien… Lo sé.

Ella asintió limpiándose el rostro con el puño de la manga de su camisa.

—Sí —respondió dando una pobre sonrisa mezclada con una expresión de tristeza—. Puedo… Por hoy… ¿Estar en mi habitación?

—Nora… No se encierre de nuevo, mija. Eso no cambiará nada, ni la hará sentir mejor. Ocúpese, haga algo, saque fuerza de la indignación de lo que sea le haya pasado.

Ella lo miró pensativa, Nora quería llorar, necesitaba gritar, sin embargo, nunca podía hacerlo, sus ojos se cargaron, la respiración se le aceleró y no pudo más.

Se alejó de Crispín con paso apresurado, pensaba en Pinto, en la humillación que le había hecho Aaron, la ilusión tan dulce que había sentido pero que era falsa, la burla incansable del Balderas.

Así, tomó con ambas manos la puerta de la caballeriza de Pinto, apretó el agarre, la sacudió con rabia y soltó un sentido lamento apoyando su frente allí. Sin duda si el dolor tuviera sonido sería igual a aquel quejido de Nora, lo sacó de adentro, del alma y bajando de a poco terminó arrodillada frente a la caballeriza de Pinto liberando un lamento más, como si ya no pudiera contenerlo, todo aquello la había sobrepasado.

Crispín era un viejo criado a la antigua, de esos machos que no lloraban nunca, pero cuando vio a Nora así sintió su dolor y al fin sus ojos se pusieron llorosos después de muchos años sin ver ni una lágrima.

—Mija… No te pongas así —Dijo arrodillándose junto a ella, sintiendo culpa de haberle insistido a Aaron que la dejara—. Usted puede, usted superará todo.

Ella colocó su mano sobre la del viejo.

—Yo lo sé, don Juan —dijo mirándolo con los ojos llenos de lágrimas—. Yo lo sé —repitió—. Es que ya no me cabe más dolor en alma, ya no hay espacio —explicó empuñando su camisa a nivel del pecho.

Nora se detuvo a pensar en lo inútil que era el dolor y de algún modo el alma se le endurecía sin que ella se diera cuenta. Se le secaba la sensibilidad, y el enojo comenzó a llenar el vacío de tanto querer perdido. No entendía muy bien en qué se estaba convirtiendo, más si la hacía más fuerte, si la ayudaba a superar todo aquello, lo aceptaría sin duda, sin importar qué engendro fuera aquello.

—Estaré bien —culminó inhalando con fuerza un par de veces, cerrando sus ojos, tratando de calmarse—. Vamos a trabajar, mi viejo, y vamos a trabajar incansablemente hoy.

Crispín palmeó su espalda animándola.

—Así se habla, muchacha. ¡Levántese! Usted puede, ¡claro que puede!

Y aún con la expresión entristecida se obligó a levantar el ánimo y el mentón, como cuando se levantó en esa carrera, porque su fuerza venía del alma, un alma que estaba cambiando y se oscurecía cada día más.

 

 

Ya tarde en la noche en el rancho Balderas, Adela y Diego comenzaron a angustiarse por Aaron que no llegaba. Eso no era común en él, pues después de tanto trabajo solía estar agotado y listo para descansar de la demandante jornada. No obstante, el hermano mayor no estaba.

Así partió Diego en la vieja camioneta.

Primero pasó por el rancho Balderas. Se acercó hasta la pequeña casa de Crispín, quien sabía era amigo de su hermano mayor. Tocó y para su sorpresa encontró don Juan tomando unas cervezas con Flor y Nora, conversando. Saludó a Nora de lejos y preguntó por su hermano.

La joven no pudo evitar extrañarse de que desconocieran el paradero de Aaron y aunque quería odiarlo, no pudo evitar preocuparse.

El viejo le informó que nada sabía del Balderas mayor, más se ofreció a ayudarlo y acompañarlo. Ofrecimiento que Diego aceptó. Nora hubiese querido ir, por pura curiosidad, dijo en pensamientos, pero en el fondo quería verlo y saber si estaba bien, porque una ilusión como la que había vivido con él no se olvidaba en una tarde, aunque Aaron fuera un desgraciado con todas las letras.




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