Los días comenzaron a pasar más lento para Nora, por fuera se veía la misma chica trabajadora de siempre, un poco más callada y absorta tal vez, pero lo que nadie sabía era que ya funcionaba en sobremarcha, poniendo un extra que no sabía de dónde sacaba pues no quería ni levantarse de la cama, sus pies pesaban toneladas, al igual que sus párpados y ni hablar de su ánimo que más parecía un cadáver andante.
Unos días después, en el pueblo, Aaron esperaba a su madre quien compraba algunas provisiones para la casa. Allí estaba de pie, con la espalda apoyada en la puerta de su camioneta, las piernas cruzadas en una típica postura vaquera y mirando hacia abajo con su negro sombrero.
Nora caminaba por esa misma vereda con Flor sin percatarse de que se acercaba al Balderas, hasta que ya a escasos metros lo notó. Ella sintió que el corazón le saltó de golpe, se aceleró como si de repente estuviera en una maratón, experimentó un apretado nudo en el estómago. Rogó porque él no alzara la mirada y se molestó consigo misma por percibir aquellas emociones intensas que debía calmar ante esa burla de amor.
Apresuró el paso y con decisión jamás lo miró ni se enteró si él la había notado. Aaron, de hecho, la vio ya cuando pasaba muy cerca de él, la siguió con la mirada esperando encontrarse con sus ojos tristes, pero eso jamás pasó y se preguntó si algún día volvería a mirarlos de nuevo, aunque fuera una vez, separados por ese desconfiado entrecejo fruncido. Nora era decidida y aquello que una vez tuvieron, desaparecía de a poco como un espejismo.
Por las noches, él seguía soñando con ella, su cabeza recostada en el vientre de la joven, la respiración de ambos atrapadas en sus bocas al besarla, mientras pasaban las estaciones velozmente por la ventana de la cabaña, una inusual lluvia en primavera, el estrellado verano de noche, las hojas rojizas y la nieve. Soñaba que las vivía todas junto a ella, pero despertaba solo en su cama, sintiéndose vacío.
Unos días después, en el rancho Salvador, mientras Nora y Crispín llenaban los comederos y bebederos de los caballos, aparecieron Julia y Julieta diciéndole a Crispín que su padre lo llamaba con urgencia. El viejo partió apresurado al llamado de su intransigente jefe y Nora ni caso hizo a las hermanas, pues poco importaba lo que esas dos malcriadas hicieran, por lo que siguió con su trabajo.
Sin aviso, ¡pum!... Nora recibió un golpe en la cabeza que le hizo caer con brusquedad, tendida sobre la paja, desmayada. Detrás quedó Julieta apoyando un trozo de madera sobre su hombro y profirió:
—Ahora sí vamos a enseñar a nuestra hermanita a respetar —sonrió viendo a Julia.
—Nos la pagará todas —culminó asintiendo Julia, quien salió apresurada a mover cerca de las caballerizas una de las camionetas del papá.
Así, metieron a Nora en el auto, atándole antes las manos y partieron en dirección al pueblo.
Para la fortuna de Nora, Diego se acercaba en su caballo porque había quedado inquieto después de saber sobre la muerte de Pinto y la ruptura con Aaron. Así que, suponiendo que ella estaría afectada, se acercó a visitarla. No obstante, justo cuando pasaba por la entrada del rancho Salvador, alcanzó a ver, debido a la altura de su potro, a Julia al volante saliendo apresurada con Julieta en el asiento de atrás donde también iba Nora dormida.
La escena le pareció extraña y encendió sus alarmas. «¿Nora saliendo dormida con sus odiosas hermanas?», caviló. Fue inevitable deducir que algo malo pasaba.
Por esta razón partió galopando en su caballo hacia su rancho para buscar a Aaron. El hermano menor reveló lo que pasaba y sin decir mucho, Aaron corrió hacia la camioneta diciendo un breve “vamos” a Diego, quien lo siguió.
Llegaron a Elko y anduvieron aleatoriamente por las calles más concurridas, esperando ver a las hermanas o al auto en algún lugar, pero nada pudieron encontrar. Era obligatorio pasar por la entrada del pueblo, así que empezaron por allí, preguntando de establecimiento en establecimiento por las hermanas, hasta que al fin alguien afirmó haberlas visto. Se habían detenido a llenar el tanque del auto, y allí el trabajador de estación de servicios las vio junto con Tobías y Martín regresando hacia su rancho.
«¿Regresando al rancho?», se preguntó Aaron en pensamientos. Y con el mismo apuro con que habían salido, regresaron al rancho Salvador, llegando a las caballerizas para encontrar a Crispín desconcertado buscando a Nora. Aprovechando las capacidades de rastreo del viejo y la información dada por Diego pudieron identificar el rastro de los neumáticos pues por esa calle no pasaban muchos autos y menos en dirección norte.
A medida que avanzaban, Aaron recordó un lugar escondido donde lo llevó Julia una vez y tuvo el presentimiento de que allí estaban con Nora. Las cosas que pasaban en esos sitios aislados solían quedarse allí, atrapadas en el silencio y la distancia, lo cual no era bueno para Nora junto a esas arpías.
A su vez, las hermanas llegaron con Nora a una agrupación escondida de coníferas, algo retirada hacia el norte. La joven empezó a tomar conciencia para advertir que era llevada como preso del corredor de la muerte que se niega a caminar hacia su inevitable fin. Cada una de las hermanas le sostenía una pierna y Tobías junto con Martin la llevaban sostenida de la ropa y los hombros.