Después de escuchar la voz de Aaron, a pesar de detenerse por un momento, siguió ordeñando como si nada, como si nadie le hubiese hablado.
Él notó que lo ignoraba, pero aún así ella podía escucharlo, no era sorda, por lo que el Balderas continuó:
—Estaba pensando… —le costaba hablarle y más después de lo ocurrido con la bolsa—. Estaba pensando en el vínculo que tienes con Bala, sé que extrañas a Pinto y… Luego de lo que pasó pues… Además… es muy terca, no me obedece y ya no la soporto. —Aquello no era cierto, pero quería convencerla de que aceptara.
Se estaba desprendiendo de su yegua ganadora y entrenada tratando de subirle el ánimo a Nora, pero ella no le contestó y siguió ordeñando.
A Aaron le indignó la indiferencia de la chica, siendo aún más dolorosa que el mismo maltrato. Hubiera preferido una cachetada cargada de ira antes que aquella frialdad, la ira al menos mostraba emociones y sangre en las venas, pero el silencio de Nora le helaba el alma porque daba a entender que él no existía, que no había vida entre ellos, mientras él estaba tan preocupado por lo que había pasado la noche anterior.
—¿No me vas a contestar? —reclamó.
Nora sabía que el bruto no desistiría y tampoco entendía qué hacía allí, ni por qué la había ayudado la noche anterior. Estaba harta de lo que sentía al verlo, de tener que toparse con él, así que solo se levantó y pasó junto a Aaron retirándose sin contestar ni mirarlo.
El Balderas la tomó del brazo cuando pasó junto a él, haciéndola girar y manteniéndola frente a él.
—¡¿Ni siquiera me vas a mirar?! —cuestionó molesto.
Pero, de nuevo, Nora solo ladeó el rostro inexpresivo, con la mirada distraída y Aaron al fin lo comprendió… Ella no cedería, ya no existía en su mundo y la tozuda chica ya había tomado esa decisión. Así que la soltó, impresionado, y Nora solo dio la vuelta y de nuevo comenzó a retirarse.
—¡Dejaré a Bala atada aquí! ¡Ya no quiero a esa obstinada yegua! Mejor que se quede con otra porfiada que la entienda —culminó mientras Nora se alejaba.
El Balderas deseó que aceptara a la potra, manteniendo junto a ella algo que una vez fue de él, en un intento desesperado de no desaparecer por completo de la memoria de Nora.
La chica se acercó a las caballerizas, pues ya había decidido qué hacer y lo hablaría con Crispín.
—Buen día, don Juan.
—Buen día, niña. ¿Cómo te sientes hoy?
—Muy bien… No sé qué me pasa hoy, pero me siento fuerte y me parece que puedo hacer cualquier cosa. Ya… ya no tengo miedo.
El viejo la miró sin entender mucho, era extraño aquello, porque la noche anterior parecía ida y perdida y hoy estaba enfocada y sonreía.
—¿Y a qué se debe que estés así? —indagó Crispín.
—A que me voy, mi amigo, y nada más el hecho de saber que me iré, me pone feliz. No sé cómo explicarlo.
—Yo te entiendo —respondió don Juan sabiendo que aquella decisión la alejaría de tantos problemas y de allí venía su felicidad—. Y… ¿Cuándo te vas?
—Ya mismo… Quería agradecerle su amistad, nunca lo olvidaré —dijo con los ojos llorosos—. Usted… Usted ha sido lo más cercano a un padre que he tenido —Y las lágrimas corrieron.
El viejo la miró y se apresuró a darle un abrazo, y después de mucho tiempo, a Crispín le dolió el pecho y dejó salir un par de lágrimas, pues Nora le quebraba el alma como si fuera parte de él.
—Y tú has sido como una hija para mí —respondió sin poder olvidar todo lo vivido junto a ella, los entrenamientos, las victorias y angustias, Pinto y la alegría de la chica, pero todo eso se iría con Nora—. Iré a visitarte —aseguró.
—Y yo me alegraré de verlo —dijo comenzando a separarse de él para alejarse—. Iré a despedirme de Flor —culminó.
Pasó a decirle "adiós" al ama de llaves y fue otra sentida despedida, Flor había sido su amiga, su consejera, y a Nora le pareció que jamás olvidaría esos cachetes rechonchos, ese rostro que sonreía seguido ni a su capitán sopa.
Llenó un bolso con algunas cosas, dejando atrás muchas otras que no necesitaba. En realidad, quería evitar también al Balderas quien seguía apareciéndose por el rancho. Quería olvidar, olvidar a las hermanas, a Don Julio y a Aaron, pero jamás lo conseguiría quedándose allí.
Se acercó al corral donde entrenaba a los caballos y vio a Bala atada allí, ella amaba a esa hermosa yegua, pero se negaba a tomarla porque mantendría de algún modo la sombra de una memoria del bruto y dudó. Lo pensó por un momento y terminó argumentando que, para proteger a aquella abandonada potra, la tomaría y cuidaría. Aunque en el fondo, muy en el fondo de su baqueteada vida, la tomará porque una vez fue de Aaron, el único hombre que había amado. Ensilló a Bala y partió.
Mientras se alejaba le pareció que había cambiado mucho en poco tiempo y se sentía a sí misma como una desconocida, como si fuera una ignota tierra que no reconocía y eso no le gustó. No pudo evitar repetir en su mente aquella pregunta: «¿En qué me estoy convirtiendo?».
Acarició el cuello de la yegua y acercándose al oído le dijo: