Los Ángeles, California, Estados Unidos de América, 1995
Aires de nostalgia se respiraban en la Mansión Salvador de Bel Air, perteneciente a una de las familias más pudientes de Los Ángeles.
Cada 26 de junio recordaban la partida de Ágata, la amada esposa de Justo Salvador, reconocida y talentosa actriz amante del arte. Era una mujer que derrochaba carisma, conquistando a quien la tratara, así que cuando comenzó a actuar, esa personalidad alegre y accesible conquistó al país entero.
Sin embargo, aquel vínculo con su público no duraría mucho, dejando viudo a un hombre que la había amado, a dos hijos varones y a una hija en un triste día de otoño. Ágata alcanzó a transmitir a su hijo menor, Román, todo aquel interés y verdadero amor por las artes, más al desaparecer del mundo del muchacho, ya él no encontró con quien compartir esa pasión, retrayéndose en su taller de escultura, sumergido en su vida ermitaña de día y de noches alocadas, sin responsabilidades y con todo suplido.
Justo Salvador, el padre de Román, era un tipo seco, frío y calculador, que había salido de abajo junto a su hermano Julio, al cual no veía desde hace treinta y cinco años. El hijo menor era opuesto a él y a sus demás hermanos, todos enfocados en el negocio familiar de tecnología que repuntaba por esos años, y ya el magnate estaba agotado del asunto, «si Román desea disfrutar la opulencia de los Salvador, debe ganárselo», cavilaba el padre.
La gota que derramó el vaso fue que el joven embarazó a una de sus conquistas y al tener un hijo fuera del compromiso del matrimonio, el padre comenzó a creer que debía sacarlo de aquella desubicada burbuja, considerando que ese niño era su primer nieto y ni siquiera lo podía ver.
Así, aquella noche, el magnate daría un importante anuncio que cambiaría la vida del joven. En el aire se sentía la pesadez de incertidumbre y bajo esas corrientes, la familia pasó a cenar a la gran y alargada mesa donde sobraban puestos.
Ya para cuando servían el postre, el señor Justo comenzó a explicar la razón de aquella reunión.
—Quiero abrir una productora de cine, un estudio, en honor a su madre. Es lo que ella habría deseado y este estado es perfecto para eso.
—Pero, papá… ¿Quién se encargará de eso? Poco sabemos de cine y grabaciones —indagó el hermano mayor, Tomás.
—Román se encargará —profirió el viejo sin anestesia ni consulta.
El hijo menor alzó la mirada de ojos muy abiertos viendo al padre.
—Yo no sé nada de cine, papá. No entiendo de qué hablas. Tú no apuestas a perder, esto solo te traerá pérdida… Y lo sabes —respondió el joven tratando de librarse de tal responsabilidad.
—Es cierto, hijo, nunca apuesto a perder y por eso te estoy confiando que cumplas el sueño de tu madre. Eras el más cercano a ella, por eso quedará en tus manos que esta inversión no sea un desperdicio.
—Papá… No tengo idea de cómo manejar personal, y menos una empresa. Olvídate de eso, no lo haré y tampoco puedes obligarme —insistió Román desafiante.
—¡¿Cómo que no puedo obligarte?! —exclamó el viejo golpeando la mesa—. ¡Me tienes harto, Román! Si no acatas esta orden, olvídate entonces de todo lo que recibes a cambio de nada. Se acabó esa vida sin compromisos que tanto te gusta, surfeando olas como si no hubiese un mundo a tu alrededor que se hunde poco a poco.
—¡Soy escultor! Abramos una galería, qué sé yo, pero… ¿Un estudio de cine? ¿Perdiste la razón?
—No he perdido nada, muchacho. Lo haremos en honor a tu difunta madre que te amó como nadie. Recuerda que ha sido solo por ella que te he dejado libre y a tus anchas, pues ella insistía en que así serías feliz, más mi conclusión es que de nada sirvió todo esto. Tus hermanos se esfuerzan y yo también, a pesar de mi edad, no seguiremos sosteniendo tu costoso estilo de vida sin recibir nada a cambio.
—¡No sé nada de cine! —repitió el joven.
—¡Pues busca alguien que sepa! Y aprende algo nuevo para variar. ¡Hazlo por tu madre al menos! Ella… te amó, hijo —dijo con la voz algo apagada—. Tu hermano te ayudará a comenzar. Esto no es una consulta Román, es una orden que acatarás, sino vete despidiéndote de tus comodidades, ¿entendido?
El joven asintió sin mirar al padre, torció la boca y se levantó de la mesa excusándose, más antes de salir, el padre lo llamó.
—¡Román!
Él se detuvo y volteó a mirarlo con desdén.
—Empiezas mañana y regresarás a vivir en esta casa. Si a primera hora no estás aquí, asumiré que no aceptaste mis condiciones y la oferta terminará. Si quieres puedes regresar a tu taller junto a la playa, pero te olvidarás de nosotros. Y créeme muchacho… Lo cumpliré.
El joven solo se retiró dirigiéndose al gimnasio, donde aún de traje, golpeó el saco de boxeo lleno de ira, drenándola allí. Su largo cabello se sacudía con cada puñetazo, hasta que el sudor comenzó a correr por su frente. Su padre jamás le había controlado la vida, no estaba acostumbrado y este cambio le había tomado por sorpresa. No sabía ni por dónde empezar, pero tendría que cumplir si deseaba mantener sus lujos.
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Editado: 20.07.2022