Bruto Jefe

Capítulo 2

 

Vera salió algo desconcertada de aquella oficina, sintió una mezcla de incertidumbre y alegría que jamás había experimentado. Estaba contratada, sí, comenzaría a trabajar, más le parecía muy extraño que también la otra chica estuviera en el mismo cargo. Además, el vikingo expresidiario no le quitó los ojos de encima a la otra chica, y para una mente despierta como la de ella, quien no era ninguna tonta, solo había una explicación que captó enseguida. El tal Román era un admirador de mujeres que solo le daría mucho trabajo. Así, entendiendo el panorama que se aproximaba, decidió que seguiría buscando empleo mientras trabajaba allí para ganar experiencia.

Los hermanos Salvador las invitaron a caminar para mostrarle las instalaciones, pues ya comenzarían a rodar su primera película en el estudio.

Vera quedó boquiabierta al ver como Tomás y Román saludaban a la estrella juvenil Jared Leto, con sus grandes ojos azules y largo cabello, era un tipo muy guapo. Los presentaron y el joven resultó ser amable y risueño. Las saludó a ambas y Natasha no tardó en pedirle su autógrafo sacando un maltrecho bolígrafo para que firmara en su pecho, cosa que sorprendió al actor, quien sonrió incómodo para terminar firmando.

—¿Y tú? —le preguntó a Vera mirándola con aquellos grandes y bonitos ojos—. No, no es necesario —respondió sin darse cuenta que lo ofendía, y él la miró extrañado de que no quisiera su firma. 

Vera comprendió lo acababa de hacer, así que reaccionó rápido y abriendo su bolso sacó un trozo de papel que extendió entregándoselo, él lo tomó para firmar y se lo entregó con una amplia sonrisa para que una embelesada Vera le dijera:

—Sé que ganarás un Oscar.

Él la miró extrañado y la joven continuó:

—Todas mis predicciones se han cumplido. Eres un gran actor y ganarás un Oscar, lo sé. Solo necesitas la película correcta.

Leto le sonrió y agradeció.

—Que el cielo te oiga, ¿Vera? ¿Cierto? Me gustaría conocer esas predicciones, sería interesante —agregó insinuando algo.

Ella asintió sonriente, para voltear y encontrarse con la fija y seria mirada de Román que la sacó del momento de golpe.

—Bueno, ya, ya —dijo su futuro jefe a quien no le gustaba que otro tipo cubriera su luz—. Entonces, por favor, pasa mañana para que culminemos lo del contrato y comencemos a rodar, ¿bien?

El joven asintió y se despidió de todos, dándole al final un guiño a Vera que todos vieron.

Ella se imaginaba todo, así que cerró sus ojos pensando que tenía alas y que flotaba con ganas de sonreír como una tonta. Sin aviso sintió un leve empujoncito en su cabeza, que la sacó de su ensoñación.

—Aterriza, querida —le dijo una Natasha llena de envidia, porque a pesar de haberse dejado firmar el pecho y de su belleza de pasarela, no había tenido el acostumbrado efecto en el actor, al contrario de Vera, quien con su espontaneidad se tornó inolvidable en un instante.

Vera ni cuenta se dio mientras se alejaba, pero Tomás y Román la miraron algo intrigados por lo que acababa de pasar.

—Te lo dije —masculló Tomás cerca del oído de Román—. Esta chica sabe sobre esto y nos será de mucha ayuda. Cuídala.

Y su jefe solo la miró alejarse pensativo.

 

Mientras iba en el transporte público, cansada de una larga inducción, en la que Natasha casi se queda dormida, sonreía sola, pensando y mirando por la ventana del autobús. Estaba emocionada por su nuevo trabajo, el cine, el actor que conoció y sus nuevas responsabilidades. “Mantén tus pies en el suelo”, recordó que le decía su padre, pero Vera no podía evitarlo, se imaginaba las cosas más locas, y allí se veía corriendo de puntillas sobre los cables de luz con un vestido al vuelo, imaginando locuras con su infinita creatividad.

Resopló haciendo volar uno de sus rebeldes rizos y dijo:

—Estoy loca. —Para luego reír como niña.

Llegó a casa contando a todos sus últimas noticias a su padre y su hermano. Vera tenía un empleo y no podía esperar a regresar a los estudios, a ver el desarrollo del séptimo arte. Casi ni pudo dormir aquella noche, por lo que desde muy temprano estaba de pie, lista para salir.

Así llegó a la solitaria oficina que compartía con Natasha, dos escritorios, uno frente al otro, como si se enfrentaran sin querer, previa a la oficina de Román. Comenzó arreglando la de su jefe y luego la suya. Tenía mucho que hacer, organizar la agenda de Román, preparó las carpetas con todos los números telefónicos que debía manejar Natasha, quien sería la “imagen”, asunto que fastidiaba a Vera, por el mensaje que traía detrás aquella expresión, pero solo le quedaba asumirlo.

Activó su discman y comenzó a arreglar todo moviéndose al ritmo de la música de Michael Jackson agitando sus rizos. Hasta que al girar se encontró con Román que junto a Natasha la miraban con seriedad.

—Me disculpo, señor —respondió Vera con apuro quitándose los audífonos. Miró su reloj y dijo—: No pensé que llegarían tan temprano.

Román solo mostró una leve sonrisa al verla así, porque, aunque nadie lo supiera, su madre hacía lo mismo cuando arreglaba su taller y Vera le hizo recordarla, más él se mantuvo en silencio y solo pasó a su oficina sin saludar siquiera. Se sentó y pensó en su madre, la recordó con su rubio cabello, sonriéndole y tomando sus manos de niño para bailar con él y sin darse cuenta, en su pensamiento no era su madre, sino Vera y por ello dejó de soñar despierto de golpe, sin entender la jugada de su mente.




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