Bruto Jefe

Capítulo 3

 

El fin de semana Vera recibió una llamada de Megan en su casa. No pudo evitar preguntarse cómo había encontrado el número de su casa, cosa que preguntó sin dudar.

—Hola, Megan. ¡Qué sorpresa! ¿Cómo conseguiste mi teléfono?

—Me lo dio otra asistente que atendió en vez de ti, una tal Natasha.

Vera no podía creer que había hablado con la posible amante de su novio.

—¿Por cierto?… —continuó Megan e indagó—: ¿Es bonita esa Natasha?

—Eh… —La chica no hallaba qué decir. Así que respondió evasiva—: Bueno… Depende de los gustos.

—Sí, es verdad, depende de los gustos de Román, los cuales conozco muy bien, con tal que no sea rubia como su madre, todo está bien. ¿Es rubia?

—Ah… No creo que sea natural, si sirve de algo —respondió Vera tratando de suavizar la noticia.

—Entonces es rubia… Mmm… Eso no me gusta… Iré a conversar con Román y a marcar mi territorio. Por ti no me preocupo, amiguita, porque sé que no eres el tipo de mi hombre y además nunca te atreverías a hacerme algo así —Permaneció pensativa y añadió—: No me dijo nada mi querido novio y eso no me gusta. En fin… ¿Qué vas a hacer hoy?

—Tengo que limpiar mi casa, lavar ropa y otras tonterías.

—Pues no, hoy vendrás conmigo.

—Gracias, Megan, pero estaré ocupada hoy. No creo poder.

—Pues no aceptaré un no por respuesta, querida. Ya tengo tu dirección y voy en camino de hecho. Arréglate.

Verá rodó los ojos sin ganas de andar con Megan para hablar trivialidades. «Voy a matar a Natasha», pensó molesta, porque no podía estar dando su teléfono y dirección a quién se lo pidiera.

Unos veinte minutos después frente a su casa tocaron el claxon.

Vera saludó y se acercó al auto de Megan, quien la saludó con alegría.

—Sube rápido, amiguita, que este barrio es de lo peor.

Vera había crecido en South Los Ángeles, sí, no era un lugar para hacer turismo, sin embargo, allí había personas maravillosas que le tendieron la mano siempre que lo necesitó, gente que se cuidaba entre sí.

 

Así, después de un buen rato de tráfico llegaron a Beverly Hills, a casa de Megan, era un lugar amplio, hermoso, algo más de clase media alta, para nada a nivel de las mansiones en las colinas.

Entraron a la sala donde había una niñera con un pequeño de un año, muy lindo, de rechonchos cachetes rosados, grandes ojos y una sonrisa de cuatro dientecitos arriba y dos abajo.

Megan se acercó saludando al bebé, pero él la rechazó. La madre le pedía un beso y el pequeño movía su cabeza diciendo que no, intentando zafarse de sus brazos.

—No me quieres, Logan —reclamó la madre, para luego decir en tono de broma—: En serio voy a tener que empezar a pasar más tiempo con mi hijo, ya me está preocupando.

Vera miró al niño con tristeza porque no parecía reconocer a su propia mamá y recordó al desastre de madre que ella tuvo también, no deseándole a nadie lo que ella había vivido.

Megan tomó a Vera de la mano como si no acabara de pasar aquella sombría escena con su bebé o como si no le importara y la llevó a su habitación, era grande y con un cambiador de gran tamaño.

—Vera… He visto como te vistes. Imagino que es lo que tienes. Tengo unas cajas de ropa que voy a desechar y pensé en dártela y más con el cargo que tienes ahora gracias a mí —dijo mostrándole los dientes en una sonrisa.

—Pero… —balbuceó Vera algo incómoda.

—¡Olvidé preguntarte! Lo sé… Discúlpame si te ofendí, di por sentado que la necesitabas y la querrías.

—Eh… No me ofende, pero sí me habría gustado que me dijeras, me avergüenza un poco. No sé… —respondió Vera.

—Amiga… Es ropa de diseñador, mucha me la he puesto solo una vez, porque después de lavarlas la primera vez, la ropa pierde ese no sé qué en la tela, ya sabes… Cuando la ropa es nueva tiene algo, una firmeza y caída que no sé cómo explicar. Así que cuando pierde eso pues… Ya no me queda igual y no la uso.

Vera no podía creer lo que escuchaba, las razones de Megan para entregar tantas cosas bonitas, carteras, zapatos y ropa, mucha ropa. Ella no quería deberle nada a la novia de su jefe y menos después de haberle conseguido el trabajo.

—No puedo aceptarlo —contestó con apuro.

—Pero… ¿Cómo qué no?

—Es que Román es mi jefe y tu novio, yo… Yo no quiero mezclar estas cosas.

—No mezclarás nada, tontita. No seas altiva, será perfecta para tu trabajo. Acéptala, por favor.

Verá inhaló y exhaló con fuerza sintiéndose obligada a aceptar. Luego pensó que si la iba a desechar pues a ella no le caía nada mal y terminó tomándola.

—Está bien —respondió resignada.

—Ay, no lo digas así, Verita, que no es gran cosa. Entonces es… Perfecto. Hoy tengo que llenar este cambiador de nuevo, así que voy a ir de shopping. ¡Me encanta! ¿Quieres venir?




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