Bruto Jefe

Capítulo 8

 

Román llamó a Vera con apuro y desespero. La chica atendió en su casa.

—Hola, Vera. Necesito que me ayudes, de nuevo. Lamento molestarte, pero estoy desesperado.

En el fondo la chica podía oír a Logan llorando desconsolado.

—Hola, señor… ¿Y cómo puedo ayudarlo?

—Hemos intentado de todo para calmar a Logan. Ya no sabemos qué hacer.

—Señor, pero… ¿Qué le hace pensar que yo sabré qué hacer?

—No sé, pero él se calma contigo.

—Estoy muy ocupada, señor. Este es mi día para limpiar, lavar y todas las demás cosas que hacemos los mortales.

—Ven, por favor, Vera. Yo te pago el día de trabajo, ¿sí? ¿Puedes venir?

—No es necesario que me pague nada. Ya escucho al bebé… Pobrecito, ¿qué le pasa?

—No sé… Toma un taxi y yo lo pago aquí. Anota la dirección.

Vera tomó el primer taxi y se dirigió a Bel-Air. Estaba impresionada viendo las mansiones que, a medida que se adentraba, eran más inmensas y alejadas de la calle. A pesar de crecer en Los Ángeles, jamás había ido a Bel-Air y la vista era hermosa, perfecta.

Anunció su llegada al vigilante de una garita en el portón de entrada que la esperaba y le permitieron entrar. Así recorrió una asfaltada y delgada calle que serpenteaba con árboles y arbustos floreados a los lados. Vera, con su viva imaginación ya se imaginaba como Alicia en el País de las maravillas, entrando a un mundo mágico y desconocido pasando a través del espejo.

Así llegó a una casa de alto pórtico con blancas columnas y escaleras de mármol. Salió del taxi y quedó impresionada con la presencia del lugar. No pudo evitar mirarse a sí misma para sentirse fuera de lugar, con sus shorts de mezclilla, una remera de Hard Rock Café, botines converse y una colorida pañoleta que recogía su cabello sobre su cabeza, dejando escapar uno que otro rizo despreocupado sobre su rostro. Se atrevió a tocar un timbre que hizo sonar unas fuertes campanadas para que un alto y delgado hombre de traje la atendiera. 

—Buen día, usted debe ser la señorita Vera. Bienvenida.

—Ah sí, gracias —respondió mientras el mayordomo le permitía pasar.

Román bajó por unas hermosas escaleras, saludándola, con Logan en brazos quien lloraba todavía.

—¡Vera! Hola… Por fin llegas. No sé si le pasa algo —dijo el jefe preocupado.

—Hola, señor Román —respondió extendiendo los brazos para sostener a un agotado Logan—. ¿Qué te pasa amiguito? —dijo pasando su pulgar acariciando su frente y dorados cabellos—. ¿Quieres ir a caminar?

Román abrió la puerta principal y Vera caminó conversando con el bebé. Le mostró los árboles, se adentró en la naturaleza mientras Román la seguía, le hablaba diciendo todo lo que veía y así, llegó a una laguna artificial muy hermosa y pacífica.

—Mira, Logan, ¡cisnes! Qué bonitos son, ¿verdad?

Logan, con sus ojitos hinchados comenzó a mirar todo lo que Vera le mostraba. La chica le quitó los zapatitos y le permitió sentir en sus pies el pasto. Él comenzó a andar tomado de su mano y se mostraba más calmado. Miraron animales, llegó uno de los perros de la familia y comenzaron a acariciarlo. El bebé comenzó a reír al sentir el suave pelaje del can.

Por último, se sentaron cerca del agua y comenzaron a arrojar pequeñas piedras a la laguna. Esto le encantaba a Logan, lanzar lo que fuera que tuviera en la mano y así arrojaron unas cuantas, salpicando agua de vez en cuando haciéndolos reír a carcajadas.

Román también lanzó piedras que rebotaban sobre el agua y recordó que tenía mucho tiempo sin ir a ese lugar donde solía jugar. Miró a Vera y era claro que la chica tenía un efecto imposible de ignorar, una luz que traía buenas memorias, alegría y calor al corazón.

—¿Cómo lo haces? —indagó Román al ver a Logan tranquilo y feliz.

—Creo que tiene que entretenerlo, hacer que piense en otra cosa que no sea llorar —respondió la chica.

Román asintió, cansado, y regresaron a la casa.

—Bueno, señor… Cumplí mi misión, debo irme.

—No, ¿cómo te vas a ir tan rápido? ¿Ya desayunaste?

—Sí, señor, comí algo en casa antes de salir.

—Ya no me digas "señor", dime Román.

—No, prefiero decirle "señor". Usted es mi jefe —aclaró marcando distancia entre ella y él como solía.

—Bueno… Ya sé cómo eres y no lograré convencerte.

El bebé alzó los brazos hacia Vera, ella lo levantó, pero sorpresivamente, al mirar a su papá, extendió los brazos hacia él. Román lo tomó enternecido, pues era la primera vez que el bebé hacía eso.

En ese instante, mientras conversaban en la sala, se escuchó un bullicio en la puerta principal. Vera se preocupó avergonzada por la ropa que usaba, preguntándose quién sería y al ser abierta la puerta, entraron, nada más y nada menos, que el padre y los hermanos de Román.

—Hola, hermano —dijo Tara, la hermana—. Aquí está tu desayuno, con las especificaciones que indicaste, mañoso. ¿Y ese bebé? —preguntó acariciando su mejilla.




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