Aquella mañana Román llegó más temprano al estudio. Notaba algo raro en el ambiente, sin embargo, no determinaba qué era, había algo en los colores de la luz, una mezcla de violetas y naranjas que lucía muy bien. Las partículas en el aire parecían encendidas como pavesas que flotaban moviéndose al azar. Arribó al lugar antes que Vera, lo cual también era extraño.
Aún así, se sentó en su escritorio y comenzó a revisar algunos correos electrónicos que debía contestar. Alguien entró sin avisar, abriendo la puerta, y era Vera, así solía pasar pues Román casi nunca estaba a esa hora. La chica saludó despreocupadamente, sin sorprenderse. El jefe alzó la mirada para verla caminar con aquella falda ceñida que destacaba el contoneo de sus caderas y aquellas sandalias de tacón alto y delgado que marcaban sus pantorrillas.
La luz violeta dio en sus rizos, y los tonos naranjas iluminaron su rostro, creando una imagen inolvidable, como si en su rostro se reflejara el amanecer. Los labios tenían un brillo neutro que parecía cambiar de color.
—Buen día, señor Román, que raro verlo por acá tan temprano —dijo Vera trayendo una floreada planta de Jazmín español, que colocó en la ventana—. Necesita verde, naturaleza, en su oficina, señor, y me tomé el atrevimiento de traer esta planta de mi casa. A mi padre le encantan por el aroma que despiden.
El dulce aroma inundó la habitación. Ella le dio la espalda y se inclinó un poco para apoyar la planta en la ventana donde daba el sol. Al hacerlo su redondo trasero se mostró ajustado en la falda.
Toda la secuencia de eventos había ido encendiendo a Román de a poco, quien no se resistió y acercándose con apuro a Vera, la tomó por la cintura para apretarla entre él y la pared. Corrió una de sus manos y apretó su glúteo derecho, pero extrañamente, Vera no dijo nada.
Sin aviso, la joven se giró con rapidez, asió el cuello de la chaqueta del jefe con una mano, acercándolo más a ella, y con la otra, subió su falda liberando sus piernas impresionándolo con sus motivaciones. Subió una de las piernas doblando su rodilla, rozándola lento desde la cadera de Román hasta apoyar su sandalia de nuevo en el suelo. Vera miró sus labios y casi rozándolos dijo sonriendo con sensualidad:
—Despierta ya, Román.
Él se sentó de golpe en su cama sintiéndose alterado, su firme pecho subía y bajada con una acelerada respiración como si acabara de tener una completa noche de pasión. Pasó una de sus manos por el largo cabello, corriéndolo hacia atrás, quitándolo de su cara y mirando debajo del cobertor descubrió que estaba excitado al máximo. Cerró los ojos y solo venía a su mente el rostro de Vera con los labios humedecidos, sus dientes parejos y aquellos ojos marrones claro que se tornaban más inolvidables cada vez.
Tomó una ducha e hizo lo necesario para apagar la calentura que cargaba encima. Ya era de madrugada, y sin poder conciliar el sueño se alistó para llegar a la oficina. Quería ver a Vera y no quería encontrársela al mismo tiempo, pero al llegar temprano a la oficina, lo más probable era que eso pasara.
Llegó y la oscuridad junto con el silencio le dieron a entender que aun no llegaba la mujer de su sueño. Pasó y se sentó para revisar sus correos sintiendo un deja vu que lo dejó pensativo.
Vera entró sin tocar sacándolo de sus cavilaciones. Román alzó la mirada para encontrarla usando una falda de lápiz similar a la de su sueño, las sandalias de alto tacón y llevando una planta que no era de jazmín. «Se está repitiendo», pensó. Lo primero que se preguntó fue si podría apretar a Vera contra la pared tomándola con fuerza, si ella lo permitiría y se acercaría a sus labios tentándolo, como lo soñó.
Sin embargo, Vera gritó del susto, dando un salto hacia atrás.
—¡Señor! ¡Qué susto! —profirió la chica posando una de sus manos sobre su alterado pecho—. Jamás pensé encontrarlo a esta hora, hoy vine más temprano de lo usual. Traje una planta, si no le molesta. Le dará vida a su oficina. ¿No le parece?
Román no respondió, solo miraba sus labios moverse y no podía concentrarse.
—¿Está bien? —indagó Vera dejando la planta sobre el escritorio, acercándose a él.
—Sí, estoy bien —respondió con apuro, levantándose de golpe, alejándose, pues si la joven se le acercaba más la iba a apretar contra él para besarla sin control.
Vera quedó extrañada al ver su reacción y cómo se alejó de ella. Román entró al baño para descubrir de nuevo que comenzaba a excitarse y la chica ni siquiera había hecho nada, solo entrar.
Román pasó por la mano por su boca preocupado. Tenía que controlarse, no podía ponerse así con Vera y menos con lo desconfiada que era. Mostrar cualquier indicio de eso la ahuyentaría, él ya la estaba empezando a conocer y sabía que era huraña cuando alguien trataba de sobrepasar su barrera personal.
Tocaron la puerta del baño.
—¿Seguro está bien? Disculpe que toque la puerta, pero me pareció extraño… ¿Le pasa algo? ¿Necesita algo? ¿Algún medicamento?
«Lo único que necesito es darte un buen beso, Vera», caviló Román, para terminar respondiendo:
—No pasa nada, Vera… Todo está muy bien. Perdona si te asusté.
—No hay problema, señor. Le dejaré sobre su escritorio su agenda para hoy.
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Editado: 20.07.2022