Mientras Román y don Justo discutían a gritos, llegó una visita inesperada.
—Uy, pero… ¿Qué pasa aquí? —preguntó Megan entrando con Logan en brazos.
Padre e hijo se quedaron en silencio de golpe al mirarla entrar.
—Disculpen que interrumpa su gritería, pelea o lo que sea —continuó Megan—. Román, estoy urgida, tengo un asunto de vida o muerte que atender, debe ser en persona y no puedo dejarlo pasar. En fin… Vengo a dejarte a Logan por unos días —culminó entregando al bebé en los brazos de su padre, dejando en manos de Justo, sorprendido del atrevimiento, un pesado bolso con las cosas del bebé—. No te imaginas lo agradecida que estoy de contar contigo un día como hoy, querido. —Pasó su pulgar por la mejilla de Román y añadió—: Bueno… Debo irme corriendo. Gracias y adiós.
Megan se retiró con apuro dejando al padre y al hijo sin palabras, mirándose mutuamente. El bebé le sonrió al viejo, borrando cualquier molestia que tuviera, y abrazando el cuello de Román enterró allí su cabecita de suave cabello, enterneciendo al papá. Fue increíble el efecto que tuvo el pequeño en esos dos, quienes luego de estar gritando, se acercaban a Logan hablándole con cariño. El abuelo pidió cargarlo y con el nieto en brazos se dirigieron a sus autos, donde cada uno partió absorto en pensamientos.
Justo, no desistiría de su idea de obligar a Román a cambiar buscándole una buena esposa. Por su parte, su hijo, pensando en Vera, recordó su decepcionada mirada, y supuso, negando con su cabeza, que sin duda se fue pensando lo peor de él. Miró por el retrovisor para encontrarse con el rostro del bebé sentado en su silla especial, a quien tendría que cuidar por unos días sin tener idea de cómo hacerlo. Román no se imaginaba los días que se le venían.
Aquella mañana, Vera recibió la llamada de uno de los estudios de cine donde había buscado trabajo. Le caía como anillo al dedo, llegaba en el mejor momento, ya estaba harta de la situación en Estudios Ágata, de Román y sus insinuaciones, que le habrían encantado de no haberlo encontrado metido en esa oficina con la pesada de Natasha. Aceptó que en él no había nada serio hacia ella y que solo debía continuar, nadie más que Vera Villa construiría su escalera hacia las estrellas, hacia sus sueños.
Así, llamó a Román para informar que aquella mañana llegaría algo tarde. La información dejó al jefe pensativo, pues justo después de aquel gran problema, su asistente le informaba esto y presintió que algo no andaba bien, quedando inquieto. A él no solo le atraía ella, la necesitaba en muchos sentidos y el más urgente era su trabajo, pues la chica había sido clave para su exponencial crecimiento.
Vera asistió a su entrevista y se sintió satisfecha porque le pareció que le fue bien. En dos días le darían la respuesta sobre si quedaba o no contratada, así que solo quedaba esperar.
Llegó a su trabajo para mirar el vacío escritorio de Natasha y sintió algo de rabia hacia Román, pues sus decisiones eran como caer por una escalera dando tumbos hacia abajo sin parar. Admitió que su jefe le gustaba, no podía sacarse aquel beso de los pensamientos, la sensación de sus deliciosos labios, porque así fueron, deseables, inolvidables, y cómo dejar de mencionar las sensaciones intensas, su brazo fuerte y firme alrededor de su cintura que la hizo sentir deseada y segura a la vez. Recordó los gritos de Román y su padre y comprendió que el lugar era un desastre y todo se debía a Román sin duda. Como había predicho Tomás, conociendo a su hermano, en esa oficina ardería Troya.
Elaboró un documento en su computador, lo imprimió y caminó hacia la oficina de Román. Dudó en tocar hasta que lo consiguió para escuchar un sereno “pase”. Al abrir la puerta se encontró con los azules ojos de su jefe, que mostraban algo de tristeza sin duda, preocupación. Ella sintió un escalofrío de nerviosismo que la recorrió de pies a cabeza, pero ya había tomado una decisión y no retrocedería, por lo que saludó y colocando la hoja sobre el escritorio frente a Román, le dijo:
—Señor… He decidido renunciar.
—¿Qué? No, Vera, ¿cómo vas a renunciar?
—Me preocupa la falta de seriedad de esta oficina. No quiero salir más afectada por eso.
—No pasa nada —replicó Román con apuro—. No reacciones así, Vera. Yo sé que he hecho algunas cosas mal, que me he sobrepasado contigo…
—Ayer sentí mucha vergüenza con su padre, porque fue claro que yo le cubrí la espalda a usted, dándole aviso de que don Justo había llegado. No puedo estar en esa posición, cubriendo sus acciones, señor Román.
—Lo sé, lo sé y tienes razón. No volverá a pasar. Te lo aseguro, ya Natasha no está.
—Y usted lo dice así de fácil, como si fuera nada, después de lo que hacía con ella. No es mi problema, señor, no me estoy metiendo en su vida, es solo que… Me parece que solo la usó y ahora la desecha con facilidad. Natasha no es un ángel y quizá se lo tiene merecido, más no es la forma de hacer las cosas ni de tratar a las personas. Usted como que no lo entiende.
—En eso tienes razón también —admitió el jefe con pesar—. No sé muy bien como manejarme con… Con… Alguien como tú.
Aquella última frase dejó a Vera desajustada, comenzó a ponerse nerviosa de nuevo. Román se levantó, las piernas le temblaron nada más de pensar que se acercaría, la respiración se le aceleró. La chica lo sabía, tenía que salir de allí o de nuevo caería entre aquellos brazos quedando aún más prendada y tenía que evitarlo, así que, intervino:
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Editado: 20.07.2022