Bruto Jefe

Capítulo 24

 

Unas horas después, Vera abrió los ojos al sentir la luz del sol, para encontrarse en la cama del vikingo que dormía junto a ella. Lo miró descansar un rato, respirando en paz, lo detalló, sus facciones masculinas que lo hacían tan bello, la tranquilidad de su pecho que subía y bajaba, entonces sí había sido real aquella sentida intimidad, las caricias y besos, las promesas y bonitas palabras, no fueron un sueño, pensó la chica y se le escapó una tímida sonrisa.

Se sentó en el borde la cama, y posó sus pies en la alfombra junto a la cama, era felpuda y muy suave, rozó sus pies allí y cerró los ojos. Vera no podía parar de sentir y sentir, como si algo se hubiese quedado encendido en ella después de aquella noche, encendidas ilusiones, encendidos sentimientos. Una mano se posó sobre su cintura, interrumpiendo sus pensamientos, haciéndola girar para encontrarse con los ojos de Román. Ella le sonrió y saludó:

—Hola. —Tenía algo de timidez aún, lo cual encantaba a Román.

Él apoyó su otra mano rodeándola y la atrajo hacia sí con fuerza.

—¿A dónde crees que vas, esposa mía? —profirió besando su hombro y luego su cuello, mientras la apretaba contra él de espaldas.

Le hizo cosquillas con la barba haciéndola reír. Ella se giró tapándose la boca y explicó:

—Quiero cepillarme los dientes. No puedo hablarte así, por favor, soy maniática con eso.

—Bien, anda —dijo soltándola resignado—. Y luego regresas aquí.

—Pero qué mandón —respondió ella—. Se va a despertar Logan… ¿Por qué mejor no nos duchamos antes de que se levante? Y luego vemos lo que pasa.

—¿Ducharnos? Me parece una excelente idea —respondió Román pasando por su baño para cepillarse los dientes con rapidez.

Vera no se refería a bañarse juntos, pero el vikingo entendió lo que quiso. Todo aquello le causó gracia y simplemente se levantó dirigiéndose hacia el baño de su habitación envuelta en una sábana. Entretanto se cepillaba, entró Román con el intercomunicador conectándolo a un tomacorriente.

—Así podremos escuchar si se levanta Logan —explicó él.

Vera dejó caer la sábana y entró a la ducha entregándole una pícara mirada a su esposo quien no tardó en entrar tras ella. Sin darle respiro la tomó por su cintura y la besó profundamente apoyándola contra la pared.

—No te imaginas el tiempo que tenía soñando en tomar tu pequeña cintura así, con mis dos manos, apretándote contra mí —expresó Román con deseo.

—¿Tú soñabas conmigo? —indagó Vera mientras él besaba su cuello.

—Uh-ju —respondió como pudo—, y también he soñado con otras partes tuyas.

—Ya me imagino cuál —replicó la esposa riendo—, te atrapé mirándolo algunas veces.

—¿Sí? A ver si adivinas cuál.

—Mi trasero.

—Me encanta, es perfecto, firme, redondo, tu piel es perfecta, eres muy suave, muy suave… —Más no siguió explicando porque atrapó sus labios con los suyos y las firmes posaderas de Vera entre sus grandes manos.

Los besos iban y venían las caricias, pero Logan se despertó, escucharon su llamado y debieron apresurarse.

Mientras se secaba, Román le dijo:

—Ni creas que esto se quedará así, en cuanto pueda te tomaré de nuevo una y otra vez. —Y besó sus labios una vez más.

Vera lo miró alejarse envuelto en esa toalla de la cintura para abajo, Román era perfecto, deseable y le había asegurado que la protegería, que no le haría daño, ¿qué más podría pedir? Se sentía flotando en una nebulosa romántica que hasta irreal le pareció.

—Que no se acabe, que no se acabe —rogó uniendo sus manos como si le pidiera a la divina providencia.

Ella bajó las escaleras y ya Román estaba con Logan, desayunaban, Vera se unió a ellos y entre risas y agradables conversaciones se les fue la mañana.

 

Entretanto, el padre de Román, don Justo, recibía una angustiante llamada, su hermano, Julio, le pedía encarecidamente que se apresurara a verlo.

La voz de su sobrina estaba cargada de urgencia, Justo se sintió sofocado de pura congoja y rogó poder llegar a tiempo para ver a su hermano, pues presintió que se acercaba el fin y él nada podía hacer para prolongarlo, por lo que partió apresurado y sin tiempo.

 

Al terminar de desayunar sonó el timbre, ya Román se imaginaba que era Megan, por lo que le pidió a Vera que se mantuviera en la cocina.

—¿No quieres que sepa que estamos casados? —preguntó su esposa.

—No, aún no. Al final lo sabrá, pero quiero tener algo de paz estos días. No conoces a Megan, es… Es dramática y exagera todo, quizá se moleste, no sé, quizá ni le importe ahora que tiene novio, pero con ella nunca se sabe.

Vera solo asintió y permaneció en la cocina, no podía ver, pero todo se escuchaba con claridad.

—Hola, mi amor —dijo Megan besando la mejilla de Román, pasando a la casa sin ser invitada—. Esta vez no me vas a dejar en la puerta como si fuera una extraña, porque no lo soy.




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