Bruto Jefe

Capítulo 31

Como había prometido a su esposa, después de dejar a Vera en sus oficinas, Román buscaría a César Álzaga. Mientras se dirigían hacia la oficina, en el auto, él no pudo evitar decir:

—No me gusta esto de estar ventilando el pasado, mi amor. Deberíamos dejar todo atrás —insistió Román reconsiderando la conversación con su viejo amigo.

—Sí, porque te ha funcionado muy bien hacer eso —replicó Vera—. Has dejado todo atrás, como si no hubiese pasado nada y se quedó por allá, años atrás, ¿cierto? Pues no, mi vida, ese pasado no dejó seguirte y ya te alcanzó, o debería decir, nos alcanzó.

—¿Por qué te complicas tanto, Vera? Nada de eso importa.

—Tú crees que todo el mundo asume la vida como tú, Román. Pareciera que nada te importara.

—Pero es que es así, no me importa, ni lo que digan, ni lo que piensen, ni César Álzaga. Voy a hablar con él, aunque no quiero, por ti, solo lo hago por ti.

—No quiero que hagas las cosas así tampoco, Román. Si crees que no es necesario hablar con él, explicarle lo justo, para ver si te deja en paz y se saca esa alocada venganza de la cabeza, entonces no lo hagas.

Él no contestó, manteniendo una expresión de consternación mientras observaba la carretera al conducir, pues sabía que su esposa tenía razón, aunque a él poco le importara aquel asunto en verdad.

—No entiendo cómo has vivido así todos estos años, esposita, que estresada, siempre preocupada por todo.

—Pues yo tampoco sé como has hecho tú para vivir, actuando como un adolescente superdesarrollado de más de un metro noventa. ¿No te das cuenta, mi amor? Por eso tienes todos estos problemas encima, porque no cierras ciclos. Tampoco lo hiciste con Megan, quizá si lo hubieses hecho, ella te habría dicho sobre el embarazo y las cosas tal vez fueran diferentes.

—Adolescente superdesarrollado —dijo él riendo—. Me gustó eso.

—No fue un cumplido, Román. Uy no, eres imposible, nada te importa, todo es una broma para ti. Ya, déjame aquí —solicitó Vera molesta, pues estaban cerca y prefería caminar.

—¿En serio quieres que te deje aquí? —preguntó él aguantando las ganas de reír al ver cómo sacaba a Vera de sus casillas.

—Sí, es mejor, no te soporto en este momento. Así camino y hago ejercicio para mantenerme en forma como te gusta.

Él se detuvo y su esposa bajó del auto disgustada, más antes de irse, reiteró:

—No quiero que hagas algo que no deseas hacer, Román, si crees que no es necesario, déjalo así. No quiero que me odies después por estas cosas, ni por tener que hacer algo que no te parece necesario. —Y se alejó.

Más su esposo bajó del auto y se apresuró a alcanzarla, la tomó de la mano deteniéndola y acariciando su mejilla explicó:

—Sé que tienes razón, mi amor. Soy un infantil y me gusta molestarte, perdóname —explicó sonriendo—. Hablaré con César.

—Bueno… Quizá también soy una estresada, no sé… Solo… No digas que lo haces por mí, por favor —suplicó Vera, mirando esos bellos ojos de su esposo.

—No, no es por ti, es por mí, por nosotros. No te molestes, por favor —culminó dándole un beso en la boca que se sintió muy bien, pues Román tenía labios carnosos y suaves y Vera solo podía pensar en lo mucho que le encantaban sus besos haciéndola ceder en todo lo que él quisiera.

Así, partió Román a la empresa de César Álzaga, él sabía que muy en el fondo prefería evadir los problemas, dejarlos para después, se había acostumbrado a eso, a que estallaran años después y a resolverlos como vinieran, pero ahora era un hombre de familia, tenía una esposa que quería, lucharía por la custodia de su hijo y comenzó a entender que no podía llevar la vida como lo hizo.

Unos treinta minutos después, estacionó su auto frente al edificio de oficinas de su viejo amigo, bajó y miró aquel lugar que tenía tiempo sin visitar y entró con toda la disposición de confrontarlo.

La secretaria de César era una acuerpada rubia de esas que antes hubiese tentado a Román. Hasta él mismo se sorprendió al ver su desinterés, comprendiendo que Vera había cambiado su mundo y su perspectiva de la vida, todo lo que hacía era pensar en ella.

La sexi asistente inmediatamente reaccionó al verlo, lo reconoció y lo atendió con diligencia, haciéndole ojitos con posturas insinuantes.

—Me urge hablar con el señor César Álzaga, por favor, dígale que lo busca Román Salvador.

—No tiene que decirme quién es usted, lo he visto en la televisión, es un hombre… Inolvidable —respondió la secretaria dándole una sonrisa.

Román prefirió no contestar y solo se sentó a esperar que lo anunciaran. La asistente entró y al poco tiempo salió.

—El señor Álzaga está muy ocupado y no lo puede atender. Si desea puede concertar una cita y él con gusto lo atenderá otro día, puede dejar su número telefónico y así podré recordarle su cita —dijo la chica en un intento por obtener el número del alto rubio que tenía en frente.




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