Bruto Jefe

Capítulo 43

Vera despertó al día siguiente y por primera vez en su vida, que solía estar cargada de creatividad y alegría, no quería despertar, no deseaba comenzar otra mañana, no sin Román y asumirlo tampoco era algo fácil.

Llegó a desayunar, sin apetito, para encontrarse con su padre y con Vito, quienes la miraron sentarse en silencio tratando de integrarse en la dinámica familiar.

—Tenían razón… Me rompería el corazón —dijo con una nerviosa sonrisa, pero la mirada llorosa.

—¿Quieres comer algo? —preguntó don Vinicio tratando de cambiar el tema que Vera sacó sin misericordia.

—No, solo café —contestó ella.

—Por favor, hermanita, no vayas a dejar de comer —rogó su hermano preocupado—. Papá, al menos dale una rebanada tostada de pan con jalea. Trata de comer al menos eso, Vera —insistió mientras su padre se la servía en un plato.

—Estaré bien, ya verán —respondió ella intentando comer, más el bocado le supo a nada y manteniendo un controlado buen ánimo dijo—: Mmm… Que rico, papá, como todo lo que preparas. —Tragó grueso como si fuera una tortura comer y su padre y hermano la miraron con tristeza, pues la chica, que solía ser radiante, lucía opaca, aunque se esforzara por comportarse con normalidad.

—No tienes que comer si no quieres, hija —dijo el padre notando que se esforzaba por tragar.

Ella asintió, bajó el rostro y comenzó a llorar de nuevo. Vito se levantó y arrodillado ante ella, la abrazó.

—Hermanita… —Solo alcanzó a decir—. Ese Román me va a escuchar.

—No, no le dirás nada —ordenó ella.

—Hija, una relación no se termina así. No importa lo que él haya hecho, habla con él, que al menos sepa que ya sabes sobre la infidelidad.

—Yo no puedo verlo, papá, no quiero hablar de eso, quiero hacer como que no pasó. Además, en un par de días estaremos divorciados, me parece que ni se acuerda. Será mejor así —admitió Vera, limpiando sus lágrimas, sin nada que esconder, pues estos hombres de su vida conocían todo de ella.

Aquella noche, volvieron a tocar la puerta. Vito miró por la mirilla y encontró a Román del otro lado.

—Es él —masculló.

Vera negó con la cabeza, pues no quería hablarle.

—Me va a escuchar —murmuró Vito.

Su hermana, conociéndolo, se levantó apresurada y corrió a su habitación, no tenía fuerzas para enfrentarlo, sabía que lo haría, pero no esa noche, no hasta que tuviera fuerzas para sostenerle la mirada.

Vito abrió y se encontró con un preocupado Román.

—Hola, Vito. ¿Puedo hablar con Vera?, por favor.

—Ella no quiere y respetaremos eso.

—¿Por qué? ¿Por la discusión que tuvimos? Me parece exagerado. Yo sé que tenemos diferencias, pero no fueron para que reaccionara así —explicó tratando de entrar, más Vito lo detuvo.

—¿Seguro? ¿No has hecho nada más? —indagó el hermano.

—Eh… No —respondió Román con duda en la mirada, esforzándose por recordar.

—Ya veo… Bueno… Cuando recuerdes y admitas las cosas que has hecho, podrás verla, no antes.

—Pero, ¿qué hice? —insistió el vikingo.

—Pregúntale a Megan y al detective ese que contrató, porque hasta que no recuerdes ni admitas algo, olvídate de ver a mi hermana —culminó Vito cerrándole la puerta en la cara.

Román permaneció de pie sin entender nada, pero al escuchar el nombre de Megan, supuso que algo le había hecho o dicho a Vera, algo de su pasado tal vez, algo que ella no pudo manejar bien.

El vikingo cerró los ojos agotado, ya era tarde, pero al día siguiente buscaría a Megan.

Al culminar sus tantos compromisos por su creciente fama, llegó a casa de su ex novia, para descubrir que no estaba y que tenía días sin ir, por lo que concluyó estaría en casa de César y así que también llegó allá, más en la mansión Álzaga no quisieron recibirlo, por lo que un impotente Román regresó cabizbajo a casa. Lo peor para él es que no podía tomarse ese descanso que necesitaba para ordenar su vida, pues ya su agenda estaba copada por días.

 

Mientras, César y Megan celebraban su triunfo, al fin habían arruinado la vida de Román y hecho desdichada a Vera. Al saber que había ido a buscarlos, lo imaginaron desesperado y rieron chocando sendas copas del más fino vino, brindando, “por las dolorosas rupturas”, profirió el Álzaga sonriente junto a Megan en la cama. Habían escuchado en las grabaciones la discusión de los esposos, concluyendo que su operación había sido todo un éxito.

 

Dos días después, a pesar de que fielmente el vikingo pasó cada noche intentando ver a Vera, no lo consiguió. A la mañana siguiente, tocaron su puerta, quedando sorprendido de ver allí a su abogado.




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