Bruto Jefe

Capítulo 50

Así pasaron dos días, y sin falta, la familia Salvador asistió al Juzgado Familia, los esposos Salvador, Logan, Sadra y Tomás. Hace tiempo que no estaban tan unidos aquellos hermanos, desde la partida de su madre les había costado, pero muchas cosas estaban cambiando.

Tomás, era opuesto a Román, tímido, todo lo calculaba y en su mente solo había una búsqueda de perfección que jamás alcanzaba, era su personalidad y no podía evitarlo. Al contrario, el vikingo, poco planificaba y se equivocaba una vez tras otra, pero parecía más libre y ahora más feliz. El hermano mayor miraba a Sadra y no conseguía las palabras para comenzar a hablarle, por lo que no dejaba de sentirse frustrado, pues se perdía en aquellos ojos expresivos y risueños que parecían no cargar aún los pesares de la vida, más la chica ya los llevaba muy dentro y eran muchos, muchos pesares, sin que él lo supiera. A veces la juventud podía esconder a un alma envejecida de tanto sufrir y Sadra era un ejemplo de esto.

Entretanto, los presentes esperaron el tiempo estipulado por la juez, sin embargo, Megan no apareció, era claro que no le interesaba el pequeño y que todo el asunto de la custodia, más bien sirvió para librarla de una pesada carga. La juez dio un fuerte golpe con su mazo después de ordenar que el cuidado total de Logan quedaba en manos de su padre, pues no quería arriesgarse a que el pequeño quedara bajo los cuidados de una madre desentendida, aunque fuera dos fines de semana al mes.

Román alzó al pequeño Logan en brazos, besando sus mejillas, y abrazó a su esposa, feliz. Por primera vez sintió una plenitud que le llenaba el pecho a reventar, sospechó que así se sentía tener una familia que amabas, que necesitabas, era nuevo para él y algunas lágrimas se le escaparon fugitivas.

El vikingo muchas veces se sintió vacío y hasta le pareció que no lograría amar y ser amado así. Intentó tomar amores prestados, envidiados, para descubrir que no funcionaba de esa manera. Y hasta probó seguir un amor que no conocía ni sabía dónde buscar, sin entender que por sí solo llegaría a él. Rodeó a Vera con uno de sus fuertes brazos y la alzó también, tosco, como era él, haciéndola reír.

—Siempre los llevaré conmigo, estaremos así de unidos. —Les dijo a Vera y a Logan, mientras los sostenía—. Yo… Yo nunca volveré a ser el mismo ahora que los tengo conmigo.

Vera quedó impresionada, al fin veía llorar a su esposo, jamás lo había presenciado antes y lo mejor fue que aquellas lágrimas eran de completa felicidad, lágrimas que compartió, porque también le pertenecían. Era cierto, Román jamás volvería a ser el hombre que fue. La chica había encontrado  en él aquel soñado amor, uno en el que podía confiar, en el que se dejó caer como si se perdiera entre sus nubes y sus vientos de calma, y apoyando su rostro sobre el hombre del vikingo, acariciando el cabello de su hijo, uno que no dio a luz, pero que amaba como tal, cerró los ojos sintiendo el vaivén, guardando aquel momento, entretanto su esposo los cargaba en brazos.

En consecuencia, fueron a almorzar a un bonito e íntimo restaurante para celebrar. Las risas y las conversaciones tenían a Román algo absorto y reflexivo. Miró a Vera, su cercana sonrisa y la recordó soplando un rizo para quitarlo de su cara, con su agenda en la mano anotando indicaciones, usando aquellas ajustadas faldas que lo hacían soñar. Logan también reía con las muecas de su madrastra y Tomás, su fiel hermano siempre junto a él. Todos juntos en las buenas y las malas y sonrió al pensarlo.

 

Ya de regreso, en la terraza de la mansión, Tomás se asomó para encontrar a Sadra jugando con el pequeño.

—¿Dónde está papá? —Le preguntaba a Logan, mostrándole una foto de la boda de Román y Vera que don Justo solía mantener orgulloso en un fino portarretrato de la sala.

El pequeño señaló con el dedo y miró a su nana buscando aprobación.

—Muy bien, mi niño hermoso —dijo Sadra aplaudiendo. Haciendo que también el pequeño aplaudiera y sonriera feliz—. ¿Y cómo se llama ella? —Indagó señalando a Vera.

—Bibi —contestó para aplaudir de nuevo.

Sadra sonrió y besó su cabeza.

—Muy bien, Logan, pero Bibi ahora es tu mamá. —Sabiendo que necesitaba llenar el vacío que Megan dejaba en el corazón del pequeño—. Este será nuestro regalo para Bibi, le diremos “mamá”, ¿sí?

Logan solo la observó sin comprender muy bien.

—Mamá —dijo Sadra señalando a Vera en la foto.

—Mamá, Bibi, mamá —replicó el pequeño.

—Sí, mi amor, “Bibi mamá”. —Sonrió Sadra con los ojos llorosos, mientras acariciaba el cabello de Logan.

—Bibi mamá —repitió él.

—¿Manipulando al pequeño? —dijo Tomás con torpeza, riendo, interrumpiendo el conmovedor momento entre la nana y el niño. Él sabía que la familia regresaría pronto a la casa de la playa en Santa Mónica y necesitaba acercarse a Sadra pronto, pero lo hizo de la peor manera. En realidad, no supo qué mas decir, fue lo primero que le vino a la cabeza al escucharla conversar con el niño.

La chica alzó esos bonitos ojos que tenía y sintió vergüenza y miedo.

—No, señor —profirió levantándose con apuro—. Yo no pretendo manipular al niño, por favor, discúlpeme —rogó y comenzó a llorar—. No les diga a los señores, le ruego que me perdone. Yo no pretendía manipular al pequeño. Quería… Es que la señora será su mamá —explicó frustrada—. ¿Hice mal? Discúlpeme.




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