Elko, Nevada, Estados Unidos, 1997
Shasta viajaba en la vieja moto de su hermano Isha. Ella lo sentía todo con intensidad, lloraba cuando veía a alguien llorar y tenía el poder de la empatía acrecentado. Mientras su hermano manejaba, la chica abría sus brazos y dejaba que el viento agitara su largo cabello al pasar con velocidad. Era uno de los pocos momentos en que se sentía libre de la vigilante mirada de su autoritario padre. Su hermano la dejaba ser, riéndose de sus ocurrencias, porque a pesar de ser tímida, con él era espontánea como pocas veces.
—¡Más rápido, Isha! —solicitó Shasta sonriente.
—Es lo más rápido que puede ir esta carcacha —explicó entre risas.
Sin aviso, pasaron por un bache y la moto saltó, Isha casi pierde el control y movió el manubrio de un lado al otro tratando de controlarla. Shasta gritó del susto y se aferró a su hermano con desesperación, pero consiguieron nivelar la moto, para terminar riendo a carcajadas, pues un buen susto se habían llevado. Sin aviso, la moto hizo unos sonidos extraños, breves explosiones y se detuvo.
Se bajaron con apuro. Isha solía ser impaciente y pateó el polvo junto a la carretera.
—Se averió, como todas nuestras cosas. ¡Nada sirve en esa reserva olvidada! Le exigimos demasiado —terminó admitiendo.
—¿Y qué haremos ahora? Aún estamos lejos —inquirió la chica.
—Caminar, ¿qué más, Shasta? Como siempre… Caminar —replicó fastidiado—. Así como nos hicieron caminar para traernos aquí, ya deberíamos estar acostumbrados.
—¿Crees que en verdad haya sido así? En aquellos tiempos, me refiero —preguntó la chica con incredulidad.
—¿Qué si lo creo? ¡Claro que es verdad, Shasta! Así lo contó nuestra abuela, y su madre a ella. Muchos perdieron la vida para llegar a estas tierras que no sirven para nada —argumentó molesto, hablando de tiempos que no conoció, pero que creía tal cual como los cuentacuentos lo decían mientras tocaban su pequeño tambor chamánico.
Entretanto andaban, pasó una camioneta junto a ellos. Los hermanos no se atrevían a pedir un aventón, siempre habían sido discriminados y poca gente se ofrecería a ayudarlos como si fueran bichos raros o mal olientes, pero para su sorpresa, el auto se detuvo y retrocedió.
Ellos se mostraron incrédulos y aprehensivos, Isha tomó una piedra del camino, listo a responder. La gente no solía ser amable y podían esperar cualquier cosa, un escupitajo, un balde de agua o hasta un tomatazo. Sin embargo, era el famoso Diego Balderas, todos en la zona conocían a los hermanos que solían ganar las competencias y para su sorpresa se ofreció a ayudarlos.
Diego tuvo que concentrarse para reaccionar y hablar, Shasta poseía un atractivo muy natural, sin mucho arreglo lucía como un personaje de fantasía, una piel suave, dientes parejos, labios carnosos y aquellos ojos oscuros que se achinaban más al sonreír. Transmitía pureza, ingenuidad y era cierto, la chica muy poco sabía de la vida, había sido educada en el hogar por falta de recursos y protección, pues una hermosa mujer como ella podía corromperse con facilidad, por lo que su padre la escondió cuál piedra preciosa, guardándola para cuando fuera necesario.
Ya en la camioneta del Balderas, Shasta no pudo pronunciar ni una sola palabra mientras iba sentada en el asiento trasero, estaba enmudecida y nerviosa, no hallaba de qué conversar y agradeció a los espíritus que su hermano hablara. Diego era curioso y hacía muchas preguntas sobre sus nombres y demás detalles. No obstante, ella se mantuvo mirándolo mientras conversaba, las mangas arremangadas hasta los codos, sus firmes brazos aferrados al volante, aquel perfil de ensueño y cuando sonreía, Shasta suspiraba.
Ella tomó en cuenta cada detalle resguardándolo, hasta descubrir que él la miraba también por el espejo retrovisor. Al encontrarse con aquellos bonitos ojos que se achicaron al sonreírle, pues la descubrió analizándolo, Shasta bajó la mirada con apuro y vergüenza, y como si no fuera suficiente, descubrió a su hermano observándola también, serio, intuyendo lo que pasaba, por lo que solo le quedó apoyarse hasta el espaldar del asiento y concentrarse en no mirar al Balderas, no obstante, nada evitaría que volviera a encontrarse con aquella mirada masculina y fija que tampoco dejaba de verla a través del espejo.
—Es muy bonita su fiesta Pow Wow —comentó Diego recordando que allí había conocido a Shasta.
Aquello impresionó a Shasta, eso significaba que no rechazaba su cultura, pero la mayor sorpresa fue enterarse de que era el nuevo dueño de las tierras del norte.
—Entonces supongo que trabajarán para mí —añadió el Balderas.
Isha miró a su hermana con impresión, sin saber si aquello era una buena o mala señal. Sin duda el joven era más amable que don Julio, aquella era una gran noticia, pues parte de las tierras del norte eran sagradas para los Shoshone y habían sido ultrajadas por las actividades del don Salvador, pero pocos sabían eso.