(Un año después)
Al fin Diego regresaba egresado con honores de la universidad. En su ausencia, Aaron y Nora se encargaron de mantener productivas las tierras del norte con eficiencia.
La reserva de los nativos quedaba hacia el norte, retirada de todo, por lo que se les hacía más fácil trabajar allí, por esa razón, Nora, los asignó a esos ranchos. La gente no estaba muy informada de sus carencias, no les interesaba, pero sin saber, Nora, le ofreció trabajo a la mayoría, lo cual no solía ocurrir, por lo que respondieron con gratitud. Al fin la gente en la reserva comenzaba a ver un poco más de estabilidad.
El menor de los Balderas se acercó a mirar el estado de sus tierras, se sentía emocionado. Además, tenía la esperanza de encontrarse con Shasta, para cumplir la promesa, ansioso de descubrir qué saldría de todo eso. Le sorprendió encontrar todo marchando bien, los casi infinitos sembradíos, la maquinaria andando sin parar y el ganado pastando a lo lejos. Por un momento le pareció a Diego que soñaba.
"¡Regresó el patrón!", escuchó gritar un par de veces y los trabajadores se acercaron para conocerlo al fin. Algunos lo saludaron con amabilidad y sonrientes, otros tenían caras de pocos amigos, como si no estuvieran felices de estar allí. ¿Les pareceré muy joven?, caviló el Balderas, aunque al final no importara lo que ellos pensaran. Se quitó el sombrero para saludar, pasó su mano por su cabello bien cortado, peinándolo. Miró a sus empleados recordando lo que Aaron le había advertido: "Tienes que mostrar carácter, Diego, porque si no los trabajadores te tomarán como un blandengue que pueden manejar a su antojo".
Él estrechó muchas manos, hasta que llegó un momento en el que no escuchó a nadie hablar. Los recorrió con la mirada buscando a Shasta, sin encontrarla.
—Gracias por este recibimiento —profirió colocándose su sombrero de nuevo—. Nos iremos conociendo más con el tiempo. Recuerden que, si tienen algún problema, me pueden buscar. Así que… Bueno… A trabajar.
Todos regresaron a sus labores. Diego se mantuvo de pie observando, hasta que al fin encontró a Shasta a lo lejos. A él le parecía que la chica podría derretir cualquier invierno en él. Se sorprendió cuando al encontrarse con la mirada, esta lo evadió con rapidez y se mantuvo enfocada en su trabajo. El Balderas quedó sin entender nada, desconcertado, no esperaba que corriera hacia él, pero sí al menos una bonita sonrisa de aquella boca que aún recordaba, pero nada pasó.
El corazón de Shasta se aceleró y no comprendía por qué, tenía tanto tiempo sin verlo, hasta había dejado de pensar en él. Aquella promesa fue desdibujándose en su memoria, diluyéndose en la orden de su padre: "Olvídate de ese muchacho. Tú estás comprometida". Sin embargo, al mirar a Diego, sintió que ese hombre la había hechizado y bien creían los nativos en eso. Ella se esforzó en un olvido que no consiguió, y hasta ahora lo entendía, al descubrir que no dejó de sentir las cosas que experimentaba, parecía una prisionera de su propio corazón.
Shasta recordó que cuando hirieron a Aaron Balderas, hecho que fue noticia en aquel tranquilo pueblo, Diego fue a verla aprovechando que regresaba a Elko, no obstante, le fue imposible salir a encontrarlo, su padre la retuvo, solo le quedó ver como su hermano se libraba de él y así se perdió en sus memorias de aquel momento.
—¿Qué hace ese tipo aquí de nuevo? —indagó el padre, Yuma, molesto.
—No sé, papá —replicó Isha—. Quizá vino a vernos, a mí o a Shasta.
—¿A ti? ¿Crees que soy tonto, hijo? Sabes que vino a ver a Shasta como lobo en cacería, pero se quedará con las ganas y si fuera verdad que vino a verte a ti… Entonces sal de una vez y échalo de la mejor manera.
Isha salió de la casa. Shasta se apresuró a mirar por la ventana de su habitación.
Al fin, Diego pudo ver el estado en que vivían aquellas personas. Jamás había ido a la reserva, quedaba lejos y a nadie le importaba. Muchos niños vistiendo harapos corriendo entre risas. Las casas parecían abandonadas y se sorprendió al ver que en cada una vivían muchas personas que se asomaban a verlo. Se sintió desencajado con su auto deportivo último modelo, el que le regaló su padre, don Julio. La resequedad del lugar parecía meterse debajo de la piel, en unos minutos allí sintió sed y comenzó a preguntarse qué hacía esa gente para vivir.
Al fin vio un rostro conocido. Isha se acercó con apuro, al trote.
—Señor Diego… ¿Cómo está? No puede estar aquí —profirió cuando al fin estaba cerca.
—Pero ¿por qué? —preguntó sin entender nada—. Solo vine a verlos, a ti y a Shasta. Quería saber si estaban bien.
—Estamos bien, pero mejor váyase, por favor. Aquí no les gustan mucho las visitas —explicó Isha en voz baja.
Diego lo miró extrañado, ¿por qué tenía esa reacción después de haberlos ayudado? Isha no quería que su hermana tuviera más problemas, por lo que reaccionó.
—¡Váyase, por favor! Nadie es bienvenido aquí —exclamó con fuerza, buscando que su padre lo escuchara, pues sabía que desde la ventana lo observaba. Luego masculló cerca de Diego—: Por favor, váyase ya, nos traerá problemas.