Bruto Querer

Capítulo 4

Pasó la mañana de trabajo y llegó la hora de almorzar. Nora apareció con un bonito caballo pardo, llevaba el almuerzo para Diego, pero fue en persona porque esperaba poder idear alguna manera de traer a los hermanos a su rancho. Saludó a su cuñado y miró la tierra pacífica, los sembradíos crecían muy bien, sin duda los Te-Moak conocían la tierra y cómo trabajarla.

—Aquí tienes, Diego. Hoy Flor se lució, todo está delicioso.

—Excelente, porque moría de hambre.

—¿Dónde están los chicos? —indagó Nora.

—Pues… A Shasta no la he visto, como casi todos los días, creo que se esconde de mí.

Era cierto, la chica no hallaba el valor para darle la cara a su jefe después del bochornoso encuentro y mucho menos se atrevía a pedirle los dos días que necesitaba.

Sin embargo, para suerte de los medio hermanos Salvador, Isha se acercó admirado por el corcel de Nora.

—¿Cómo están, señores? —saludó el chico—. ¿Puedo tocarla? ¿Es mansa o arisca?

—Es muy mansa. Pórtate bien, Coral —ordenó Nora a la yegua.

Isha se acercó y le habló acariciando el cuello del animal.

—¿Te gustan los caballos? —preguntó Nora.

—Sí, mucho. He montado muy poco, aunque me gusta.

—Puedes montarla si quieres —sugirió la Salvador.

—¿En serio? ¿Puedo?

—¡Claro! —replicó ella.

Isha no pudo esperar y con cuidado montó. Abrazó el cuello de la yegua mientras estaba sentado sobre ella y dijo frases en otra lengua. Diego miró a Nora extrañado.

—Parece que establece un nexo fácilmente con los animales —comentó Nora.

Así, el chico comenzó a caminar alejándose y a Nora le pareció que, a pesar de no tener mucha práctica, lo hacía muy bien.

—Ya sé qué haremos —dijo mirando a Diego—. Míralo, toma las riendas con seguridad, tiene una habilidad que me parece innata, es menudo. Le voy a enseñar a montar bien.

Al terminar de decir eso, el chico empezó a galopar sintiéndose poderoso sobre Coral, elevado a otras alturas emocionales, nuevas, unas que no había sentido antes, pues aquella libertad era placentera.

—¿Y qué tendría que ver eso con Shasta? —cuestionó Diego

—Pues a ella también le enseñaré. Esa será la excusa.

Al regresar, Isha bajó del caballo atándolo a la empalizada dispuesta para esto.

—Debes darle más cuerda —explicó Nora rectificando la distancia que había dejado en la cuerda del caballo—, si no se sienten atados, eso les incomoda.

—Ah, no sabía. Gracias por dejarme montar, señora, me sentí muy bien —replicó Isha.

—Lo sé, se te nota en la cara que lo disfrutas. También veo que tienes habilidad para esto.

—¿Yo? —preguntó incrédulo el chico señalándose.

—Ella sabe de lo que habla, Isha, si a Nora le parece que tienes habilidad, debe ser cierto —alegó Diego.

—¿Te gustaría aprender? —indagó Nora.

—¡Claro! —respondió con rapidez.

—Entonces hagamos algo con eso. Quiero que tú y tu hermana aprendan.

—¿Mi hermana? —preguntó Isha confundido—. Cree que ella tenga habilidad.

—Así suele ser, por lo general, la familia comparte talentos. Además, me parece que ustedes lo llevan en la sangre por sus antepasados —argumentó Nora apelando a sus raíces, que eran ciertas, los nativos siempre fueron encantadores de caballos—. ¿Qué te parece si hacen algunos trabajos en mi rancho? Van allá y podríamos entrenar los tres.

Los ojos de Isha brillaron, miró a la hermosa yegua junto a él, mostraba ilusión en el rostro y respondió mirando a Nora:

—Nos encantaría, señora. Gracias —dijo haciendo una reverencia con la cabeza—. Pero… Ahora que lo pienso, no creo que me dejen —replicó con desánimo y apuro—. Mi papá no me lo permitirá.

—No es nada. Creo que puedes llegar lejos, Isha. Se me ocurre que hagan algunas labores en mi rancho y allá podríamos entrenar, si te parece.

—Creo que podría funcionar —replicó el chico con entusiasmo—. Sí, señora. Lo haremos.

Nora asintió, miró a Diego y sonrió.

—Entonces mañana pasaré a buscarlos. En cada rancho hay mucho que hacer, así que no mentiremos. Hoy mismo hablaré con tu padre.

—¿Está segura, señora? Mi papá… Puede ser algo intimidante.

—Ya he conversado antes con tu padre y no me intimida —contestó una sonriente Nora—. Es más, lo haré ahora mismo. ¿Dónde está?

—Por allá, señora —señaló en el campo.




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