Bruto Querer

Capítulo 5

Pista musical sugerida para la lectura: De LUDOVICO EUNAUDI titulada DIVENIRE.

 

Al llegar a las caballerizas, los hermanos bajaron mirando admirados aquel lugar, una inmensa caballeriza de techo alto con animales asomados y miles de sonidos. Nora y Crispín los saludaron cariñosamente.

—La señora se ve muy amable, muy sencilla —dijo Shasta en voz baja, muy cerca de su hermano y el chico asintió sonriendo.

Sacaron varios caballos de sus lugares y los colocaron uno junto a otro fuera de las caballerizas.

—Elige uno, Isha —dijo Nora.

Isha abrió los ojos ampliamente y miró a su hermana que le sonrió. Ellos siempre habían tenido poco, así que esto era maravilloso y nuevo.

—¿Qué? —cuestionó el chico sin poder creer lo que estaba pasando.

—Necesitarás un caballo para entrenar y te lo voy a dar, pero debes elegir bien, Isha. Estás tomando un compañero para toda la vida y necesitas seleccionar aquel con el sientas un nexo que no sé cómo explicar —comentó Nora—. No sé si me entiendes.

—Claro que le entiendo. Sé bien a lo que se refiere, señora —replicó el chico ilusionado.

Pero el joven no se movía, no reaccionaba de pura impresión.

—Anda muchacho —lo alentó Crispín sonriente—. Elige a tu caballo, mira que estas oportunidades no se tienen siempre en la vida.

El chico al fin reaccionó y se acercó caminando frente a los caballos como esperando una señal. La yegua del día anterior ladeó la cabeza y lo miró, él se mantuvo frente a ella, quien relinchó suave y escarbó en la tierra con su pata. Solo ella mostró interés en Isha, así que lo decidió.

—La elijo a ella, a Coral —dijo sonriente y se acercó a acariciarla.

Por la postura de la yegua, sus orejas apuntando hacia el chico y la mirada, ya Nora sabía que se caían bien.

—Elegiste bien, Isha —dijo la señora de Balderas—. Me parece que establecerán un cercano nexo.

—Además, me parece una yegua particular, es parda, pero con la crin rubia, es muy bonita. Gracias, señora Nora.

—No hay nada que agradecer. ¿Qué importa si es pardo o no? —indagó la señora con curiosidad.

—Los ponis pardos son sagrados y buena medicina —respondió Isha recordando las leyendas contadas por su abuela cuenta cuentos.

—¿Buena medicina? —cuestionó Nora.

—Sí, la pueden guiar a lo mejor, y tener un efecto bueno en su vida. Fíjese ya estoy feliz —explicó el chico sonriendo mientras acariciaba a su nuevo caballo.

Nora recordó a Pinto, cómo llegó a su vida en el peor momento para alzar el ánimo un poco, como un ave con un ala rota, herida, pero todavía viva. La sonrisa se le borró de a poco, y con los ojos llorosos, sonrió al ver a Isha alegre con su nuevo pony, como ellos le decían a los caballos, para luego ver a Crispín.

—Pues entrenarás con Coral entonces. Vamos. Shasta, luego trabajaré contigo, comenzaré con tu hermano. Así que, quedas con Crispín, quien te dará algunas responsabilidades.

Nora y el chico se retiraron a paso lento. Shasta los miró alejarse, no solía despegarse de Isha cuando se relacionaban con gente fuera de la reserva, le dio a don Juan una incómoda sonrisa de labios apretados sin saber qué decir, más el silencio fue interrumpido por el sonido de unos cascos que se acercaban. Crispín volteó y Shasta vio impresionada como Diego, su guapo patrón, se acercaba, sintió como si le dieran un golpe en el estómago, una tensión jamás vivida por ella. Lo había evitado después de aquel vergonzoso encuentro y se acercaba como si nada, hasta que sus ojos se encontraron. El Balderas mostrándose relajado y de trato ligero saludó:

—Hola, Shasta. —Acercándose.

La chica no contestó, estaba pasmada e inexpresiva, lo cual causó gracia a Diego.

—Para entrenar necesitarás un caballo —explicó mientras se acercaba más, extendiendo la rienda hacia la chica para que la tomara—. Nora me dijo que te entrenaría.

Shasta alzó la mirada y se encontró con aquellos bonitos ojos que la hipnotizaban, tragó grueso y recordó que debía respirar para luego hablar, en ese orden.

—Hola, señor —masculló como pudo y bajó el rostro con rapidez.

Diego sabía que estaba incómoda y avergonzada.

—Don Juan, por favor, ¿puede ensillar este caballo? —solicitó el Balderas.

—Claro, joven. En un momento lo traigo.

Shasta miraba al suelo, cuando de repente, en medio de aquella tensión sintió que Diego tomaba su mano. Volvió a mirarlo impresionada y retiró la mano.

—Señor… He querido conversar con usted —expresó con pesar en el rostro.




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