Bruto Querer

Capítulo 8

Shasta corrió con el corazón acelerado, sentía que no quería parar, no volteó a mirar. ¿Qué pensaría Diego de ella? ¿Acaso era una chica fácil? Su padre le diría que era una zorra ¿Sería él uno de esos tipos que solo quería acostarse con ella para luego dejarla olvida como les pasó a tantas chicas de la reserva? Ella no quería terminar como ellas. Una y otra vez, día tras día, recibió aquel mensaje, así que le era difícil identificar el amor verdadero por puro miedo.

Mientras galopaba, nerviosa y aguantando las lágrimas en los ojos, sin saber por qué quería llorar, recordó a Diego, no parecía un mal hombre. Él era de los cumplía sus promesas, ¿no? Ella lo había visto, lo había perseguido con su mirada curiosa e inquieta desde no sabía cuándo. “Él no es de esos”, se repitió a sí misma una y otra vez.

Llegó a las caballerizas, seguía agitada.

—Hola, niña —dijo Crispín tomándola por sorpresa y haciéndola saltar del susto.

Ella giró con apuro y saludó.

—Hola… Don Juan.

—¿Estás bien?

—Sí, señor. Muy bien. —Dio una rápida respuesta.

—Luces nerviosa.

—Es que salí a galopar y… —Buscó en su mente alguna excusa que dar—. Ya sabe que no soy experta en esto. Mi caballo no quería parar, pero lo controlé.

El viejo asintió con incredulidad en la mirada. Conocía esos ojos nerviosos, pues ya los había visto en Nora alguna vez.

La chica trató de ocuparse tratando de no pensar en el asunto, más le era imposible olvidar las manos de Diego, su tibia boca de agradable sabor y rogó que él no se apareciera por allí, no obstante, unos minutos después, el patrón llegó sin falta.

—Shasta… —dijo asomándose a la caballeriza donde la chica trabajaba.

—Señor Diego… —saludó frotando sus manos, mostrando inquietud.

—Lamento lo que pasó. Yo no debí… —se apresuró a decir él—. No debí tocarte así.

—No quiero hablar de eso, por favor —solicitó volviendo a su faena.

—No es bueno que lo dejemos así. Te prometo que no volverá a pasar. No quiero que me asocies con eso ni tampoco quiero que dejemos de hablar.

—Ya pasó, señor. Claro que lo asociaré con eso, es inevitable, pero yo… Solo quiero que me deje pensar, por favor. Mi vida está escrita y usted no está allí.

Diego la miró entristecido, algo había en los ojos de la chica, sinceridad mezclada con un profundo dolor, ya no había aquella ilusión ni la picardía cuando le habló sobre robarle los besos.

—No me quedaré tranquilo. No puedo —dijo comenzando a acercársele.

—No —replicó ella con firmeza, haciéndolo detener su avance—. Yo tengo novio. Ya… Ya lo sabe.

El Balderas frunció el entrecejo confundido, ¿novio?, caviló indignado, para luego recordar las palabras de Isha de que ella ya estaba con alguien.

—Y si sigue buscándome hablaré con la señora Nora diciéndole que no vendré más —añadió sin mirarlo, pues no podía resistir aquellos ojos claros—. Necesito el trabajo, mi familia necesita este dinero. Déjeme en paz, por favor.

Era cierto, estaban ahorrando porque la madre de Shasta era diabética, mal que desde hace años afectaba a las reservas olvidadas en la malnutrición y la chica soñaba con llevarla a un buen médico y hacerla recuperar.

—¿Qué novio? Yo no te he visto con ningún novio —replicó Diego molesto—. Estás mintiendo, para que te deje tranquila.

Más ella guardó silencio, simuló ignorarlo y retomó su trabajo temblando por dentro, hasta que al fin lo escuchó alejarse y fue allí cuando descansó sus tensos hombros y exhaló cubriendo su boca, conteniendo las ganas de llorar, pues ella no quería alejarlo, pero del deseo al deber había una inmensa separación y la ilusión de lo que pudo ser se disolvía en aquel mar de compromisos.

Crispín observó en silencio la situación y decidió que era hora de hablar con el joven, pues si bien apreciaba a los Balderas, también conocía como funcionaba la vida en la reserva y no había mundos más distantes que el de estos dos enamorados.

 

 

A la hora pautada, cuando los hermanos regresaban a los ranchos del norte llevados por el chofer, Isha contó todo a su hermana, tenía una emoción que no le cabía en el pecho, sentía que iba a estallar de pura añoranza, al fin tenía sueños y metas, al fin se sentía libre. Shasta lo abrazó feliz y lloró al verlo así, en realidad, tenía las emociones a flor de piel después de todo lo ocurrido.

—¿Por qué lloras? —preguntó su hermano.

—Estoy feliz de verte así, hermano. Tengo un buen presentimiento, lo siento en el pecho.

Isha movió la cabeza en afirmación, más conocía a su hermana y tenía la mirada triste.




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