Bruto Querer

Capítulo 9

PISTA MUSICAL SUGERIDA: "Night" de Ludovico Einaudi.

 

Así, una silenciosa Shasta partió al día siguiente con su abuela a su viaje en búsqueda de la visión, era el mejor momento para hacerlo, buscando alejarse de todo y de todos. La anciana, fuerte aún, había logrado encargarse del padre de la chica, de convencerlo.

Aquel místico viaje lo hacían una vez en la vida los jóvenes, por lo general solos, pero a Shasta no le permitirían ir así. Se hacía en un momento en que se necesitaba la revelación de los espíritus y se buscaba una visión que enseñara el camino, era un viaje sagrado, revelador, debía ser un tiempo en que cambiaba la vida, sin embargo, la voz espiritual en los jóvenes últimamente se había apagado, parecía que “la montaña que habla”, como le llamaban ellos, ya no hablaba.

—¿Por qué caminamos por este sendero, abuela? —indagó Shasta.

—Este es el sendero de las lágrimas, niña. El dolor purifica el alma y saca lo mejor de nosotros.

—Pero no estamos sintiendo dolor…

—Es un simbolismo, niña. Debemos pasar por esto si queremos recibir guía en el camino rojo de la vida.

La abuela hablaba de una forma en que a veces la chica no entendía, más amaba eso, el misticismo en las palabras de la anciana que caminaba con energía, como si los años no le pesaran.

Así comenzaron a ver árboles con palmas de manos pintadas, decorados con líneas y la chica sonrió al saber que muchos de los suyos habían pasado por allí dejando su huella. Ellas también debían hacerlo, así que pintaron sus manos y las plasmaron en algunos árboles diciendo oraciones en su lengua.

Tres soles y tres lunas sin comer y solo bebiendo agua, más las horas en ir y venir, conformaban aquellos cuatro días. Hacer aquella caminata sin nada en el estómago se tornó agotador y doloroso, el de Shasta crujía y se lamentaba.

—Tengo hambre, abuela.

—Deja que pase el primer día, niña. Ya el segundo no sentirás nada, el ayuno purifica el cuerpo y el alma. Los blancos parecen no saber eso, solo consumen y consumen, pero en la austeridad hay depuración.

Y así fue, los días se le fueron en la sola contemplación del lugar. Ambas cerraban los ojos y sentían pasar el viento, lo escuchaban entre las hojas, los sentidos se agudizaban, horas de silencio, mirando el cielo y las llanuras infinitas de Nevada que se perdían en el horizonte naranja, escuchando los limpios sonidos y a los animales que pasaban cerca con inocencia. Más después de la segunda noche, Shasta seguía sin recibir nada.

—Abuela… Mañana regresamos y aún no recibo ningún mensaje. ¿Será que el Gran Espíritu no me quiere hablar?

—El Gran Espíritu siempre nos quiere hablar, mi niña, siempre está cerca. Estamos unidos a Él, a un poder mucho más grande que nosotros en este gran círculo. Para Él no hay tiempo, ayer es hoy y por siempre es ahora

Shasta frunció el ceño confundida, a veces realmente no entendía las cosas que decía su abuela.

—El ser humano debería entender que solo es historia, Shasta, solo somos historia, la de nuestros antepasados y la de nuestra descendencia. Para esta última noche haré un preparado de hierbas y tabaco, esperemos que ayude a crear un lazo entre nuestro mundo y el espiritual.

Por la noche, la abuela volvió a encender el fuego y comenzó a hablar en su lengua Shoshone. Era una noche venteada, machacó las hojas secas y las sopló, para luego mirarlas alejarse en vuelo, dispersándose por la llanura desde que aquel alto risco.

—Somos hojas, somos ellas y estamos unidos a la tierra, parecemos llevadas por el viento, pero no siempre, Shasta, a veces las hojas deciden en pleno vuelo. —Encendió el tabaco y las hiervas, colocándolas dentro de una especie de vasija donde las machacó. La extendió al cielo entonando una canción de tristeza e inhaló el humo que despedían—. Las brasas representan nuestro espíritu encendido, nuestra vida purificada. Ojalá puedas tener un sueño, los sueños son sagrados, hija.

La chica dio su primera inhalación y se ahogó, comenzó a toser y volvió a intentarlo un par de veces más. Unos minutos después, se sintió relajada y una profunda tristeza la sobrecogió. La abuela yacía acostada viendo al cielo.

—En el cielo puedes ver a nuestros ancestros y a los ancianos, Shasta. ¿Los ves?... Yo los veo —dijo señalando las nubes y la chica comenzó a pensar que la anciana enloquecía.

La joven no sabía si estaba dormida o despierta. Se halló corriendo por un bosque que parecía pintado por un niño, cubierto de nieve. Vio a un pequeño escondido detrás de un árbol, escuchaba su risa y comenzó a seguirlo. El pequeño la miraba y reía mientras corría tratando de escapar, más Shasta lo alcanzó y lo tomó por el brazo, deteniéndolo.

Era un pequeño hijo de luna con los ojos más claros que ella jamás vio. Le entregó una hoja de papel, la chica la abrió y tenía dibujado el mismo bosque infantil donde corría. El pequeño le arrebató la hoja y la sopló sobre ella, haciendo que miles de pedacitos se le pegaran en la piel y ahora toda ella era un bosque, su piel parecía una pantalla que mostraba árboles vistos a vuelo de pájaro.

El niño se fue empequeñeciendo en tanto reía. Ella lo tomó en su mano mientras se achicaba. El chiquillo saltó a su vestido y descendió aferrado a la tela hasta que entró por su ombligo. Shasta no entendía qué pasaba y hurgó buscándolo, intentando sacarlo, pero ya no estaba, había desaparecido dentro de ella.




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