Bruto Querer

Capítulo 10

Crispín no encontraba el momento para conversar con Diego, más aquella noche, en el Rancho Salvador, lo encontró sentado sobre la cerca, pensativo y mirando a la nada.

—Joven… —dijo acercándose, subiendo para sentarse junto a él—. Vi lo que pasó con la joven Shasta hace días. Le gusta ella, ¿verdad?

Él solo asintió, no tenía ganas de hablar.

—Diego… Ellos tienen otra forma de ver la vida y usted no la entenderá a menos de que intente ponerse sus zapatos, meterse en su historia.

—Yo quisiera entender, pero no me permiten acercarme, ni siquiera ella. Ya no sé que hacer. Me dijo que tiene novio, pero ¿cómo es eso posible si jamás la he visto con nadie? ¿Dónde está ese novio?

—¿Le dijo que tiene novio? —indagó Crispín torciendo la boca—. A veces ellos tienen compromisos desde niños. Así protegen su cultura, se esmeran en mantenerla intacta. Posiblemente tiene un novio nativo como ella, que tal vez no está cerca.

—¿Y lo que sienten no importa? ¿Si se aman o no?

—Uno puede aprender a amar a otro con el tiempo y usted lo sabe. Shasta… Yo la conozco desde niña y ha cambiado, era una pequeña muy alegre, más ya no es así, es insegura y temerosa. Joven… A ella la han mantenido en una cúpula de cristal, no conoce nada, no conoce el mundo, ni el amor de un hombre, no conoce nada.

El Balderas escuchaba meditabundo.

—¿Entonces cómo puedo hacer para conocerla? ¿Para que confíe en mí?

—Me parece que la paciencia ayudará. Trátela con cuidado al comienzo, eso es lo que ella conoce, la protección, y luego, cuando ella se sienta segura, muéstrele lo desconocido y hágalo inolvidable para ella. Quizá hasta ella misma le hará ver cuándo.

Diego escuchaba los consejos. Se suponía que Crispín los conocía, pero más confundido lo dejaba.

—Nunca he hablado de esto con nadie —dijo el viejo—, pero… Alguna vez… Yo amé una vez a una mujer así. Hasta me bautizaron, por eso sé tanto sobre ellos. No suelen asimilar a un blanco, más si muestra que su corazón es del pueblo, lo aceptan, pero… Yo no luché por ella, me rendí y comprendí que no la merecía. Así que, la dejé y no la vi jamás de nuevo, sin embargo, fíjese que después de tantos años todavía la recuerdo.

—¿Cómo muestro que mi corazón es del pueblo, don Juan?

—Siga preocupándose por ellos, como lo ha venido haciendo. A su tiempo verá resultados, aunque ellos se muestren ariscos y renuentes, usted siga.

Diego asintió y le sonrió a Crispín, apoyó su mano sobre el hombro del viejo, agradecido. Él no se iba a rendir.

El joven Balderas salió de allí pensando en tantas cosas. Debía someterla y dejarla sin salida, según Aaron, protegerla y luego sorprenderla según Crispín. Además, debía demostrar que su corazón era del pueblo y sintió que todo aquello se era más cuesta arriba de lo que imaginó. Si tan solo pudiera invitarla a salir y enamorarla como se suele hacer… Todo sería mucho más fácil, caviló. “Lo más hermoso de la vida suele ser lo que más nos cuesta”, recordó a su padre que, a pesar de hablar poco, algunas de sus frases repetidas fueron siempre verdaderas y valiosas.

 

 

Entretanto, a esa misma hora, Nora permanecía acostada mirando al techo y Aaron llegaba para meterse en la cama junto a ella.

—¿Qué le pasa a mi esposa linda que anda tan pensativa? —preguntó apoyado sobre uno de sus codos junto a ella.

Nora lo miró y sonrió.

—Hubo algo que me dejó pensativa.

—¿Sí? ¿Qué?

—Cuando hablé con Yuma, el líder de la reserva, el mencionó algo que me dejó inquieta, dijo que ellos amaban la tierra y más aún la del norte. ¿Por qué diría eso?

—Ustedes las mujeres siempre buscándole las cinco patas al gato. Ellos aman la tierra, son agricultores desde siempre, ¿no? Quizá lo dijo por eso.

—No… Cuando le pregunté más específicamente evadió la pregunta y me dijo que amaba las tierras de Nevada. Fue raro ese cambio. Él hablaba de las tierras del norte. Voy a indagar en el pasado de ese lugar. Ya sabes cómo era mi papá, quizá están manchadas con sangre y dolor, y Diego no sabe nada. No sé… Tengo un mal presentimiento.

Aaron se extrañó al ver la inquietud de su mujer.

—Y las mujeres no le andamos buscando ningunas cinco patas al gato, odioso —profirió molesta mirando a Aaron—. A veces vemos más allá, de una forma distinta a ustedes.

—A ver… ¿Puedes presentir qué estoy pensando? —preguntó el bruto en tono de broma.

—No —dijo ella rodando los ojos.

—Pues que mal que te falló tu sexto sentido, porque yo ando con muchas ganas de amarte esta noche, mi amor.




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