PISTA SUGERIDA para la lectura: "Luminous" de Ludovico Eunaidi.
Diego esperó a que Shasta se calmara y tomó su rostro entre sus manos, la miró en silencio, su reflejo en aquellos ojos le pertenecía a ella, algo le había robado esa mujer y él supo en ese momento que jamás lo recuperaría, algo se llevó. Él suspiró pensando en que quería besarla, pero como dijo Crispín, debía esperar a que ella misma tomara la iniciativa, así que no lo hizo.
—¿Te gustaría cabalgar un rato? —preguntó él intentando subirle el ánimo.
Ella asintió en silencio con un intento de sonrisa.
Partieron cada uno en su caballo. Al principio no fue más que una caminata, los animales debían calentar, luego un trote que los fue alejando de todo, adentrándolos en el rancho Salvador y sus hermosos parajes. La chica cerró los ojos sintiendo el viento en sus mejillas y se dejó guiar por su blanco caballo, en aquella llanura inmensa, una planicie de nunca acabar.
Diego comenzó a galopar y el caballo de Shasta respondió por igual. Ella abrió sus brazos como si abrazara la brisa y al fin se le escuchó reír. Él la miró más feliz, libre, y entendió que había logrado su cometido, alegrarle el día a su amor.
Luego bajaron de sus monturas y caminaron un rato seguidos por sus caballos.
—Nunca había corrido con esta independencia, es… me sentí… No sé… Sin miedo —explicó Shasta emocionada, sonriendo.
—Sí, se siente muy bien —replicó Diego, volviendo a tomar su mano entrelazando los dedos.
Shasta miró de nuevo su mano, sonrió por lo bajo y se aferró al fuerte brazo de Diego, abrazándolo y caminaron así un rato.
—Diego… —dijo ella deteniéndose al fin—. Gracias… por alegrarme la mañana.
—Shasta… Yo siempre estaré para ti. —Acarició su mejilla con la mano.
Ella sonrió con los ojos llorosos y se colocó frente a él tomando su otra mano, también entrecruzando los dedos, se miraron y al fin ella misma se acercó a sus labios y le entregó un superficial y sentido beso. Una lágrima corrió por su mejilla, le dolió el pecho, le dolió el corazón y al mismo tiempo sintió una bonita ilusión que la llenó.
Un beso más, luego otro y otro, como si no se cansaran de encontrarse, de palparse los labios. Diego soltó el agarre de sus manos y la abrazó al fin con fuerza, apretándola contra él, teniendo cuidado de cómo tocarla, porque no quería perder el encuentro de aquella dulce boca.
Shasta sentía que dejaba en Diego toda su tristeza y que él tenía la capacidad de tornarla en alegría, con cada caricia de su lengua tomaba una preocupación tras otra aligerándole el peso. Ella rodeó su cuello y se dejó llevar por aquella mezcla extraña de pasión y calma, sin comprender cómo podía sentirlas juntas entre los brazos de Diego.
El tiempo se les olvidó mientras se recorrían, diciéndose con el tacto todas aquellas cosas que las palabras no alcanzaban decir.
Allí se acostaron un rato en el pasto, mirando al cielo, ella apoyada en el brazo de Diego, mientras él pasaba su dedo por la piel de Shasta, no dejaron de sentirse ni por un segundo y esta vez… Ella no corrió, cada vez estaba más entregada a este amor.
Al día siguiente, Diego estaba decidido a demostrar que tenía un corazón para el pueblo Shoshone, eran sus trabajadores, además amaba a su princesa y haría lo que fuera para merecerla.
Después de la jornada de trabajo, reunió a sus trabajadores y les dijo que deseaba tener una reunión con ellos en la reserva. Yuma aceptó por la presión de los suyos, quienes sentían curiosidad de saber qué les diría el patrón, pues si no lo hubiese rechazado sin dudar.
Ya en la carpa de reunión de la reserva, Diego saludó y comenzó a hablar delante de todos.
—¿Estas tierras de la reserva tienen mucho valor para ustedes? —indagó.
—¿Estas tierras? —replicó Yuma con la misma pregunta—. Estas tierras no sirven para nada. ¿Le parece que en estas tierras se puede sembrar?... No. ¿Hay posibilidades de cavar pozos de agua?... No. Estamos apartados de todo por largas distancias. Nos querían lejos, nos querían muertos, ¿acaso no lo ve? A muchos pueblos los enviaron a Alaska, y a otros, como a nosotros, a las reservas, a estas tierras de nadie. Aquí pretendieron abandonarnos para dejarnos morir, olvidados, pero se olvidaron que los Shoshone somos sombras de las llanuras y sabemos sobrevivir.
Diego comprendió que nada sabía de su historia y sonaba cargada de dolor.
—¿Cómo que los mandaron aquí a morir? —preguntó el Balderas sin entender.
—Nos obligaron a llegar caminando a estas tierras inútiles y muchos de los nuestros murieron en el camino, don Diego. Sabían que aquí no podríamos prosperar, lo hicieron a propósito. Esa es nuestra historia y no nos permitimos olvidarla —explicó el jefe con la mirada llena de enojo.
—No sabía —dijo con pesar.
—Ustedes nunca saben nada —dijo uno de los presentes y los demás comenzaron a reír, más Diego no se inmutó.