PISTA MUSICAL SUGERIDA: "Love is a Mystery" - Einaudi.
A la mañana siguiente, en el rancho Salvador, Isha seguía entrenando con esmero junto a Nora y Aaron quien se había unido para mejorar sus tiempos. Mientras el chico se perdía en la llanura, el bruto se detuvo a hablar con su esposa.
—Jamás podré alcanzar a ese muchacho, mi amor. Ya, es definitivo, perderé en la carrera.
—No necesariamente, mi bello impaciente —dijo ella apretando una mejilla de su esposo—. Tu fuerte es otro, Aaron, y en esa carrera todo se vale. No vas a andar tumbando a nadie de nuevo, pero puedes obstaculizarles el paso. Tu caballo y tú son grandes, tienen fuerza, deberías utilizar eso. Cada uno tiene su habilidad.
—Una parte de mí quiere ganar, pero otra no desea que corras, Nora.
—¿Por qué? ¿Porque piensas que perderás?
—No, mi amor… No quiero que te pase algo como la vez pasada. Estás viva de milagro, Pinto pudo caerte encima y quien sabe qué más. No sé…
—Estaré bien, mi amor —replicó ella tomando la mano de Aaron.
—Hay cosas de las que no puedo cuidarte.
—Conozco los riesgos, Aaron… No te preocupes.
Isha llegó interrumpiendo el momento. Los esposos lo felicitaron, pues cada vez mejoraba su tiempo. Ya era definitivo, podría ser una gran jinete si se lo proponía. Él chico agradeció la oportunidad, la posibilidad de soñar, de luchar por algo, de alcanzar un sueño, y aunque no solía ser expresivo, esa tarde abrazó a Nora con gratitud, pues la patrona le abrió los ojos para ver un horizonte más lejano, más glorioso y ahora solo pensaba en alcanzarlo.
—Gracias, señora —dijo con la mirada llorosa.
A Nora le pareció inolvidable aquella imagen, el chico de rostro endurecido con los ojos llenos de ilusión y su largo y liso cabello negro agitado por el viento, junto a su fiel Coral, una yegua parda de crin rubia.
—De nada, Isha —replicó ella, también con los ojos aguados.
Asimismo, Diego llegaba temprano para encontrarse con su princesa, era su cautivo pues sus pensamientos solo eran de ella.
—Don Juan, sé que debe tener muchas responsabilidades para Shasta —comentó Diego—, pero quiero pedirle que le permita compartir conmigo esta mañana.
Crispín lo miró y ladeó una sonrisa.
—Yuma me matará cuando sepa que su hija lo ve aquí a escondidas y que no le avisé, pero me parece que la niña es feliz como hace años no la veía y no voy a ser yo quien se lo quite —replicó.
—Gracias, don Juan. —Y se apresuró a encontrarse con ella.
Shasta le entregó una amplia sonrisa al verlo. Diego era una luz en su solitario silencio, y si antes le pareció quererlo, después de ver las intenciones que tenía para su pueblo, más lo amó. Ella le entregó un fuerte abrazo rodeando su cuello y él tomó su cintura, acercándola a él.
Cabalgaron un rato, como empezarían a hacerlo cada día. Isha los miró aquel día lejos mientras entrenaba, sabía en lo que andaba su hermana y que tarde o temprano ambos tendría problemas por eso, pero calló, pues solo con él la había visto sonreír así, con aquella libertad, y como había prometido… guardaría su secreto.
Aquella fue una mañana soleada, por lo que los enamorados decidieron acercarse a la casona a tomar algo.
—Diego… No entraré —dijo Shasta con apuro—. Si alguien me ve allí y se lo dice a mi papá, entonces estaré en problemas.
—Entonces procuraré que nadie te vea.
Se asomaron y como prófugos, entre risas subieron las escaleras de aquella gran casa, apresurados. Diego la dejó en su habitación y salió a buscar algo para refrescarse en la cocina con Flor.
—¿Y por qué quiere dos vasos y una jarra de limonada, joven? —indagó sonriendo la cocinera de infladas mejillas rosadas.
—Tengo un invitado —replicó el Balderas.
—Mmm… Más me suena a invitada, pero no me meteré en eso —comentó riendo.
Entretanto, Shasta recorría la habitación de Diego, una biblioteca llena de libros sobre cosas que no comprendía “Termo-dinámica”, leyó en uno. Luego un mural con todos sus premios de las fiestas, fotos junto a su hermano, una foto de su padre y su madre y la chica sonrió al ver que él también valoraba sus vínculos, sin duda era un hombre familiar.
Sin aviso, llegó Diego y sirvió un vaso de limonada muy fría que Shasta bebió sedienta.
—Gracias —dijo saboreando, pues Flor tenía la habilidad de que hasta una simple limonada le quedara deliciosa con sus notas de jengibre y menta.
Al saciar la sed, se miraron en silencio, más sus ojos lo decían todo, aquellas pupilas cargadas de deseo, la respiración agitada y ansiosa, por lo que con desespero se unieron en un beso apretado e íntimo con sabor a dulce limón.