Mientras los hermanos regresaban en el auto de los Salvador, Isha no pudo evitar conversar con su hermana sobre lo que había visto.
—Shasta… Te vi cabalgando con el patrón y luego desapareciste —masculló cerca del oído de su hermana—. ¿Dónde estuviste? Llegaste tarde a las caballerizas. ¿En qué andas?
—Solo cabalgamos, esas tierras son tan inmensas que no sé… —replicó evasiva.
—¿No andarás…? Ya sabes…
—No sé a qué te refieres.
—Sé que te gusta el señor Diego. Ten cuidado, hermana.
—Isha… No pasa nada.
El chico torció la boca con una expresión de incredulidad.
—Ya te hemos dicho lo que buscan esos tipos. No digo que el patrón sea malo, pero Shasta… Tú no eres de su nivel social. Él es un tipo con conocimientos profesionales, tú nada sabes de eso. Yo sí creo que le puedes gustar, eres muy bonita, pero no sé si llegue a algo más serio. ¿Me entiendes?
—Claro, te entiendo, pero él no es así.
—¿Ah sí? ¿Y cómo estás tan segura?
—Porque lo he conocido y no es un mal hombre.
—Entonces… Si no es un mal hombre, debes decirle que estás comprometida y no hacerle esto. Tú te casarás con Leo, le diste tu palabra a él y a su padre. El patrón no se merece eso.
—Sí… Lo sé. Yo no quiero casarme, Isha. Eso fue hace mucho tiempo, era una chiquilla y aunque Leo es lindo, en estos años muchas cosas han cambiado.
—Entonces habla con papá y dile que no quieres casarte. No sé qué consecuencias tendrá eso, pero puedes intentar.
Shasta asintió con un pesar escondido muy detrás de sus ojos. Sabía que estaba yendo muy rápido con aquel amor desenfrenado, pero estando consciente de aquel compromiso forzado y de su sueño, se permitió sentir antes de tener que olvidar.
Comenzó a preguntarse, ¿cómo enfrentaría a su padre para decirle que se había enamorado de un hombre que no pertenecía a su cultura? Y no cualquier hombre, sino un Salvador. Ella no quería herir a Diego, ni dejarlo tampoco, deseaba llegar al lugar más lejano por él, pero no estaba segura de poder enfrentar a su padre. Así, miró al lado opuesto a Isha, escondiendo su preocupación, y se perdió observando los infinitos sembradíos de las tierras del norte, mientras regresaban.
No todas las reservas funcionaban como la que regía Yuma. Algunas eran más abiertas y habían logrado mimetizarse mejor en la sociedad y sus costumbres. Algunas, como la de Leo y su padre, lograron incluso optar por cargos de Sheriff, postularse para alcaldes, aunque casi nunca ganaran, y conseguir más desarrollo. Por igual perdieron tierras sagradas y demás históricos derechos, lo asumieron, se adaptaron y continuaron, más no todas las reservas contaban con la misma suerte u organización y se les dificultaba salir de la escasez.
Yuma era más cerrado y estaba convencido de que todo eso había aniquilado lo que una vez fueron los pueblos originarios, haciéndolos desaparecer con un goteo constante de olvido y abandono. Las reservas, en un gran número, seguían atiborradas de pobreza, enfermedades, mal nutrición y carentes de igualdad de oportunidades. Precisamente, toda esa realidad le impedía ver al jefe la beneficiosa visión de Diego Balderas, que a pesar de sonar como caída del mismo cielo, para Yuma no era negociable ni posible, pues para él, su pueblo se volvía, como solía decir: “solo viento en la hierba del búfalo”, y no estaba equivocado, ellos desaparecían poco a poco, perdiéndose en el tiempo y en las cambiantes legislaciones del gobierno que no les beneficiaban.
Durante la cena en la reserva, Isha le hizo un gesto a Shasta con la mirada para que no olvidara hablar con su padre y ella le entregó una nerviosa sonrisa, más esa noche nada habló, aquello requería valor y temple del que la chica carecía.
Asimismo, en el rancho Salvador, conversaban luego de cenar.
—Diego, parece que hay algo detrás de las tierras que te dejó don Julio —indicó Aaron.
—¿Algo detrás? ¿A qué se refieren?
—Hoy fuimos con el tasador encargado de la audiencia sobre los ranchos del norte, fue odioso y cerrado, no quiso mostrarnos nada y nos indicó que solo entregará la información a ti. Me parece que algo esconden, y que quieren atrasar esto —explicó Nora.
—Además, hoy busqué aquí en el despacho de don Julio, su caja fuerte, mientras Nora investigaba en la biblioteca y nada encontré. Él debe tener eso escondido en algún lugar.
—Pues yo sí encontré algo en la biblioteca —comentó Nora—. La historia de esas tierras ha sido borrada, periódicos faltantes, páginas de publicaciones arrancadas. Me parece, y lo digo con vergüenza, que mi papá aquí hizo algo muy turbio. Sin embargo, encontré comunicados de prensa que se les olvidó borrar, donde algunas organizaciones ambientales y partidos políticos se oponían a la extracción minera, me refiero a gas, carbón, petróleo y litio.
—¿Esas tierras están llenas de esos recursos? —preguntó Diego impresionado.
—Yo creo, Diego —replicó Nora—. Tengo la impresión de que valen muchísimo más de lo que papá pagó. En los comunicados decían que este desplazamiento de los pueblos indígenas data de hace quinientos años, y no es solo aquí, ha ocurrido en todo el país. Además, donde han otorgado permisos para la extracción han ocurrido atrocidades, contaminación, asesinato de mujeres, solo porque pueden.