—Quítale las manos de encima —profirió Diego en un arranque de celos, yéndose sobre Leo y Shasta, separándolos, para luego tomar al alto nativo por el cuello de la camisa.
Leo se mostró confundido, ¿quién era ese tipo?, y reaccionó empujando al Balderas con fuerza.
—¿Y a ti qué te pasa? ¿Estás loco? ¿Quién es este? —preguntó mirando a Isha con la respiración agitada.
—Es nuestro patrón —respondió el muchacho.
—Soy el novio de Shasta —agregó Diego con apuro.
—¿Novio? No… —dijo Leo riendo—. El novio de Shasta soy yo —Golpeó un par de veces su pecho con la mano abierta.
El Balderas no aguantó y descargó sobre el nativo toda su frustración, la que tenía guardada desde hace un mes, propinándole un buen puñetazo en la mejilla, haciendo que Leo se inclinara hacia un lado tratando de mantener el equilibrio.
—¡No, Diego! —gritó Shasta.
Leo se incorporó con rapidez, el Balderas era un tipo rudo, fuerte, acostumbrado al trabajo y ya se había metido antes en varias peleas junto a Aaron, así que estaba preparado. El nativo lo miró molesto, silbó con dos dedos en su boca y tres tipos que observaban, nativos como él, tomaron a Diego controlándolo.
Leo se acercó y observó a su contrincante muy de cerca, en silencio. Analizó su rostro, miró a Shasta y comenzó a hablar:
—Te gusta mi Shasta… Ya veo. —Negó con la cabeza—. Pues el tiempo se te acabó… pa-trón, porque yo me llevo a mi mujer.
Y sin aviso le propinó un golpe en el estómago, dejando a Diego sin aire.
—No, Leo, suéltalo, por favor —rogó la chica, poniéndose de pie entre Diego y él, alzando las manos, deteniéndolo.
La ira del nativo se encendió, porque su futura esposa no reaccionó así para defenderlo a él, sin embargo, por ese blanco se atrevía a interponerse.
—¿Así me enfrentas, cobarde? —preguntó el Balderas enojado—. ¿Necesitas tres tipos para pelear conmigo?
Aaron escuchó el alboroto y se acercó corriendo al ver que sostenían a su hermano.
—¿Qué está pasando aquí? —El alto y corpulento vaquero intimidaba a cualquiera—. Suelten a mi hermano ya y así hacemos una pelea justa, ustedes cuatro contra nosotros dos y digo justa porque los dejaremos mordiendo el polvo. Todos aquí saben que es así.
Leo no se dejó acobardar por el mayor de los Balderas.
—Amarra a tu hermano mejor la próxima vez —habló muy cerca de la cara de Aaron y aunque tuvo que mirar hacia arriba, continuó—: Y dile que se mantenga alejado de mi novia, porque si se le acerca de nuevo… no respondo.
Aaron sonrió.
—A un Balderas nadie lo manda —replicó el bruto, mientras más se acercaba al rostro de Leo—. Cómo se ve que no eres de por aquí y que no nos conoces. Suéltalo y váyanse —ordenó con voz tranquila, pero ojos cargados de enojo.
Leo asintió, tomó la mano de Shasta y comenzó a alejarse. Con un gesto de la mano les indicó a sus amigos que soltaran a Diego, quien quedó agitado mirando cómo se llevaban al amor de su vida.
—¿Qué pasó? —indagó el bruto, mirando los ojos de su hermano, llenos de desesperanza.
—No sé —replicó cabizbajo—. No tengo ni la más remota idea de qué es lo que está pasando. ¿Shasta estará loca? Viene, me busca, nos besamos, luego me promete que lo dejará todo y ahora aparece este tipo y se la lleva. No entiendo nada.
—Tampoco entiendo, hermano. ¿Ella estaba con él?
—No, me parece que llegó sin aviso, que ella no sabía que vendría.
Aaron torció la boca, asintiendo.
—Quizá ella está igual de confundida que tú… Me parece que tu novia tampoco lo vio venir, Diego.
De repente, el menor de los Balderas sintió un punzante dolor de cabeza de la sola impresión, producto de aquella confusión, y pasó su mano por la frente.
Aaron lo siguió hasta la barra, y a pesar de ser pleno mediodía, Diego se lanzó tres buenos tragos de whisky seco, uno tras otro.
—No te vuelvas loco, hermano —recomendó Aaron—. Necesitas estar en tus cabales para entender qué es lo que pasa aquí.
—Yo pensé que precisamente tú me dejarías beber como quisiera. Muchas veces te busqué en los bares, hermano.
—Sí, pero yo había perdido esa batalla. Tú aún puedes hacer algo aquí. Ya para, Diego, levántate y vamos a ver qué es lo que pasa con tu princesa. ¿Sí?
El hermano menor siguió el consejo y se adentraron de nuevo en las actividades, mirando: Concurso del pan, actuaciones de baile, concurso de perros pastores y demás. Aquella vez, en el festival retomaron una actividad que se había dejado en el olvido, “la corrida”. En el recinto de las carreras soltaban a cinco toros traídos desde California y solo los más valientes se atrevían a saltar al lugar.