Isha se fue alejando de la reserva, volteaba a mirar y se iba empequeñeciendo el lugar con la distancia, así como se reducía su pertenencia, su identidad. ¿Quién era él? ¿A dónde pertenecía? ¿A ningún lugar?
Notó que una camioneta se acercaba y volteó a mirar, alerta. Era Leo, quien se escabulló en un descuido de Yuma, para ayudarlo.
—¿A dónde irás, cuñado?
—Al rancho Salvador —replicó cabizbajo.
—Sube… te llevaré. ¿Tienes amigos allí?
—Sí. Bueno… Eso creo. Ahora sabré si somos amigos en verdad o no.
El chico subió y anduvieron en silencio. Isha viajaba absorto en sus pensamientos, en aquel dolor que le apretujaba el pecho y le cargaba la mirada de pesar.
Leo no quiso sacarlo del momento, comprendía que el chico estaba abatido y lo respetó.
Al llegar, Isha saltó la empalizada, conocía a los perros que se acercaron corriendo para jugar con él. Alzó la mano para despedirse, gesto que Leo también correspondió. Así, el chico caminó hasta la casa de Crispín quien, como capataz del lugar, contaba con una bonita vivienda, ubicada antes de la gran casona Salvador.
Isha tocó y le abrió un extrañado don Juan.
—Muchacho… ¿Qué haces aquí a esta hora?
—Perdóneme que me aparezca así, señor, a estas horas. Yo… No tengo donde pasar la noche y quería pedirle que solo por hoy me ayudara. Espero poder conversar mañana con el señor Aaron o la señora Nora.
Crispín achicó un ojo y miró al chico por un momento, la expresión de su rostro, con aquellos ojos achinados que cargaban toneladas de pesar, y abriendo más la puerta, con un gesto de la mano, le indicó que podía pasar.
Lo guio hasta una bonita habitación de huéspedes. Crispín no tenía a nadie, ni mujer, ni hijos, así que la compañía no le venía mal, aunque el viejo estuviera acostumbrado a su absoluta soledad.
—Allí tienes una buena cama. ¿Ya cenaste?
—No, señor, pero tampoco tengo hambre.
—Sí, me imagino. No es para menos, pero usted es joven y tuvo un demandante día hoy. No se deje dominar por la tristeza, que estas situaciones no lo sobrepasen, muchacho. Por allí hay un dicho que dice “Dios ahorca, pero no aprieta”, y es verdad. Así que cenará conmigo.
El chico asintió y ladeó una sonrisa. Conversar con don Juan al menos lo entretendría un poco. Mientras cenaban, el viejo no pudo evitar preguntar.
—Fue por la carrera, ¿verdad? Tu padre…
—Sí, señor… Me exilió. Estoy muerto para él y no puedo regresar a la reserva.
—¿Por competir? —cuestionó el anciano con impresión.
—No es la carrera, es lo que hay detrás de mi acción, el mensaje, la desobediencia, el desafío. Eso lo hace sentir que pierde el control y no lo tolera. Además, el relacionarme con los Salvador, recibir su ayuda, la yegua… Mi padre ve todo eso como un desafío.
—Entiendo… Quizá ahora no lo veas, Isha, pero estos momentos duros sacan lo mejor de nosotros y nos impulsan hacia algo mejor.
—Sí, eso espero, señor…
El silencio retomó el dominio en aquella solitaria cocina. Don Juan no era tampoco de hablar mucho, para él, las cosas malas ocurrían y solo quedaba levantarse, hacerles frente, no había más opción, así vivió y así comprendía que los demás también lo hacían.
—Que descanses, muchacho —dijo despidiéndose, recogiendo los platos—. Mañana habrá mucho que hacer. Ocuparse le ayudará.
Isha quedó mirando aquel lugar nuevo y desconocido en penumbras. Recordó la reserva, por el hacinamiento siempre había alguien y extrañaba ese bullicio, la cultura, las risas, el pasar de la gente en su pequeño hogar, el rostro sonriente de su madre y el de Shasta, sabiendo que sin él estaba desamparada. Este lugar era opuesto, tranquilo. Se preguntó si valía la pena todo lo que había logrado, sus ojos se cargaron y con una profunda expresión en su cara, lo controló, se levantó y se fue a su habitación.
Entretanto, en la reserva, Shasta se frotaba las manos, las pasaba por sus piernas mientras cenaban, el nerviosismo se le desbordaba por la piel. Debía enfrentar a su padre y después de lo ocurrido con Isha, no sabía cómo. Aquella fue la comida más silenciosa jamás presenciada en aquel hogar. Las lágrimas de Meyka brotaban sin evitarlo.
—Ya no llores más mujer —demandó Yuma—. Isha es fuerte y esto lo hará aún más. Ya verás.
—Más fuerte, ¿para qué? Para mantenerse alejado de nosotros, de lo que es.
—Él tiene que aprender —culminó el padre, levantándose de la mesa.
Shasta aprovechó que Leo había salido para hablar con su padre y prefirió hacerlo delante de su madre y abuela.
—Papá… Necesito hablar contigo.
—¿Ahora qué? —preguntó Yuma indispuesto.
—Es que… Yo…
—Ay, que me fastidias, muchacha tartamuda.