Bruto Querer

Capítulo 22

Pista musical sugerida para la lectura: Ludovico Einaudi - Divenire.

 

Diego regresó al rancho Salvador, Nora, Aaron, nadie sabía qué decir y el silencio fue abrumador durante el recorrido. Los ojos de Diego lucían cargados de ira se le notaba en la mandíbula apretada, las venas del cuello marcadas, como si la sangre viajara a la velocidad de su enojo. Estacionó el auto en el garaje y bajó sin decir nada. Isha lo miró alejarse sintiendo angustia, sabía que su hermana lo quería, la conocía y lamentó que las decisiones y las circunstancias los separaran.

Aaron y Nora caminaron tras él, dándole algo de espacio, pero preocupados. Diego lanzó la puerta de su habitación tras él y se encerró. Los esposos se mantuvieron de pie frente a la entrada y alcanzaron a escuchar como sonaban las cosas al caer, imaginando que lanzaba lo que encontrara a la mano.

Diego se sentó en la esquina de su cama, agotado, mirando el desastre que dejó a su paso, como si hubiese pasado un tifón por allí, y es que así también lucía su alma, quebrada, había pasado Shasta, dejándolo destruido.

Su respiración se fue calmando, arrugó la cara tratando de controlar lo que se venía, lo que quería salir de él con desespero, más lo controló, se limpió los ojos, frunció el entrecejo y pensó: Si ella me hubiese amado, habría luchado por mí. Esa mujer nunca me quiso. Aquel “Esa mujer”… lo llevó a comprender que con aquella expresión intentaba comenzar el desapego que necesitaría para continuar.

Se levantó, recogió su sombrero del suelo y abrió la puerta para encontrar a Aaron y Nora frente a él.

—¿Estás bien? —preguntó ella.

—Lo estaré. Ya me conocen —replicó continuando su camino.

—¿A dónde vas? —indagó Aaron preocupado.

—A mi rancho. Hay mucho que hacer, debo buscar nuevos trabajadores, poner anuncios para contratar, no puedo parar ahora. Ese viejo indio desgraciado no me va a fastidiar la vida —profirió despectivamente, molesto—. Con los Balderas nadie puede, y yo soy un Balderas-Salvador, que se preparen porque puedo ser mucho peor.

Nora lo miró entristecida, Diego jamás había hablado así, ¿en qué se estaba transformando aquel tierno hombre?

—No, Diego —dijo Nora poniéndose de pie ante él—. No hagas las cosas así, por favor.

—¿Y cómo más quieres que las haga? La rabia te detiene o la usas para avanzar. Tomaré la segunda opción.

—No necesitas la rabia para continuar. Me parece bien que te mantengas ocupado. Estarás mejor con el tiempo, sabes que es verdad.

—El problema es ese tiempo, Nora, quien sabe cuánto tarde.

—Solo no quiero que te llenes de odio —replicó ella—. Estar enojado es normal, pero que no sea eso lo que te impulse. —Y lo abrazó, metiéndose en su pecho.

Diego tardó en reaccionar, en corresponder el abrazo, tenía la mirada perdida, hasta que al fin apoyó su mejilla en la cabeza de Nora, cerró los ojos y al fin exhaló, liberando la tensión que cargaba en el pecho, como si con cada respiración dejara salir tanto pesar, al fin una lágrima corrió por su mejilla, solo una, tan solitaria como él se sentía.

Se separó de Nora y la observó por un momento, ella lloraba también, compartió su tristeza como él alguna vez lo hizo cuando ella sufrió por Aaron, acarició su mejilla y ladeó una sonrisa.

—La mejor cuñada del mundo. —Y sin más se alejó, preguntándose por un instante cómo habría sido su vida con ella si no hubiesen sido medio hermanos, era una buena mujer, pero aquello no tenía sentido pensarlo.

Aaron pasó su brazo sobre los hombros de Nora y la acercó hacia él. Supo lo que pasó por la mente de su hermano, lo leyó en sus ojos, más comprendía que estaba alterado, desilusionado y lo miró alejarse compartiendo su tristeza.

El menor de los Balderas llegó a las caballerizas donde encontró a Isha trabajando con don Juan. El joven nativo no tenía palabras, sabía que su hermana había dejado maltrecho al patrón, pero él conocía a Shasta y estaba seguro de que sufría por igual.

 

 

Entretanto, Leo y Shasta arribaron a una bonita casa. Recorrieron un buen trecho de pastos antes de llegar, esas eran tierras de Leo, hermosas y con claras posibilidades, caballos, ganado, sembradíos, a la princesa no le faltaría nada.

—¿Te gusta tu nueva casa?, mi bonita —profirió dejando en el suelo un par de maletas luego de entrar.

—Es muy bonita, Leo —replicó ella con una voz suave.

—Pues es tuya, mi amor —afirmó alzándola en brazos, sorprendiéndola, para luego girar.

Shasta rio, no se lo esperaba. Él la miró por un momento luego de colocarla de pie de nuevo sobre el suelo, recorrió su rostro y sonrió, la chica entendía aquella mirada, lo que decía detrás, “te deseo”, ya la había visto en Diego.

—Te mostraré nuestra habitación. Sígueme —dijo su esposo.

Subieron unas escaleras y entraron a una amplia pieza con baúles, sofá y demás. Shasta miró aquella gran cama imaginándose muchas cosas para las que no estaba del todo preparada.




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