Bruto Querer

Capítulo 41

Pista musical sugerida para la lectura: Ritomare - Ludovico Eunaudi.

 

Por la mañana, Shasta despertó al sentir los rayos del sol acariciando su mejilla. Giró el rostro y miró a Diego descansando a su lado.  Detalló aquel rostro masculino que emanaba una tranquilidad inagotable, porque esa la más bella cualidad de su futuro esposo, transmitir una calma que la hacía creer en un futuro mejor, una calma que lo hacía confiable, como si sobre sus hombros descansara el futuro, aunque no fuera así en realidad. Luego, sonrió mirando sus facciones atractivas, sus labios perfectos al besar y su torso de ensueño.

Sin embargo, aquella mañana el aire le pareció enrarecido a la princesa, y no podía explicar la razón. Ya le había pasado, su abuela siempre le dijo que esa era la habilidad regalada por el Gran Espíritu, presentir.

Todavía era muy temprano, más Diego también estaba acostumbrado a despertar a esa hora, por lo que no tardó en abrir los ojos para encontrarse con los de ella.

—Qué manera de despertar… —profirió el Balderas un poco adormecido todavía.

—¿Por qué dices eso? —indagó ella.

—¿Te conté que soñé con este preciso momento cuando estabas lejos de aquí? Despertaba y estabas junto a mí.

—No, no sabía nada. Fíjate… Anoche me dijiste que no creías en estas cosas, pero recibiste una premoción y ni cuenta te diste. Mi abuela dice que los sueños son mensajes.

Él solo acarició su mejilla y sonrió ante la fe de su chica, depositando un tierno beso en sus labios. No discutiría con ella.

—Sí, una premoción. —Asintió.

—No me crees nada de lo que te digo, ¿verdad? —replicó Shasta, riendo—. No importa. El gran Espíritu te convencerá de que hay mucho más de lo que puedes ver. Yo se lo pedí anoche y sé que lo hará.

—Deberías tener cuidado con lo que pides, mi bella. Bueno… Los grandes científicos dicen que es mejor creer en Dios, más saludable y lógico para el ser humano —argumentó luego de haber pasado por varias clases de Filosofía en su primer año en la universidad.

Ella no contestó, su futuro esposo era terco como todo buen Balderas, pero su forma noble de ser lograba que ella le perdonara cualquier atrevimiento. Lo miró, más la expresión de los ojos de Shasta fue cambiando lentamente a una tristeza.

Diego la miró extrañado.

—¿Qué te pasa, mi princesa?

—A mí me duele quererte —contestó con honestidad—. Me duele desde que te veía de lejos y me parecías inalcanzable. Ahora que te tengo conmigo, pienso en… —Hizo una pausa con los ojos llorosos—. En que, si te pierdo, si algo nos separara… Me moriré de tristeza.

—No hables así, mi amor —dijo él, tomando entre sus manos el rostro de la chica—. Yo nunca podría dejarte. ¿Por qué estás pensando en algo así?

—¿Sabes qué es lo que me gusta de estar contigo? Que tú me ves de una manera diferente a como yo me veo. Soy alguien diferente a tus ojos y eso… Eso me gusta. Me impulsa a algo mejor. —Él ladeó una sonrisa y acarició sus mejillas con los pulgares cariñosamente—. Diego… Hoy me levanté con una presión en el pecho. Es como si… como si tuviera un mal presentimiento, pero no me vas a creer.

—Todo lo que has vivido desde hace mucho no ha sido fácil, mi princesa. Eso lo entiendo. Tu papá dijo algo al respecto, cuando has tenido una experiencia muy difícil, la calma puede parecer aterradora. Estaremos bien, mi amor —explicó dejando un beso sobre la frente de Shasta—. Debo ir al rancho —continuó—. Saldré por otro camino, uno más escondido. Tengo muchas cosas que atender. Estamos atrasados y necesitamos ponernos al día.

Shasta asintió resignada. La presión en su pecho no la dejaba, parecía llevarla enterrada en el alma desde que abrió los ojos aquella mañana, más Diego tenía su propia forma de percibir la vida, no era un creyente, y ella ya lo había aceptado.

Se alistaron para comenzar el día. Diego abrió la puerta y se detuvo antes de salir, pues Shasta lo detuvo.

—Mi amor… —comenzó diciendo, alzando la mirada. Pasó su dedo por el hoyuelo que Diego tenía en la barbilla y que le encantaba. Acarició el cabello que caía sobre frente, manteniendo aquella expresión en sus ojos como si contuvieran un grito que no podían expresar, y continuó—: Quiero que sepas que eres el único hombre que he amado y que amaré.

Diego la observó extrañado. Shasta insistía en mostrarse inquieta, pero él no sabía muy bien cómo convencerla de que todo estaría bien, no manejaba aquel lenguaje sobre espíritus y naturaleza humanizada que su abuela dominaba y la calmaba.

—Shasta… —dijo tomándola por los hombros y cuando la llamaba por su nombre, significaba que venía muy en serio lo que diría después—: Todo estará bien, amor. Iré y regresaré tan pronto como pueda. Yo no puedo estar mucho tiempo lejos de ti. —Besó sus labios—. Ni lejos de nuestro bebé. —Se agachó para besar el abdomen de su princesa—. Ya vengo. Confía en mí.

—Yo confío en ti —replicó ella—. Recuerda que te amo.

Diego la besó de nuevo, más aquellas palabras le sonaron raras, parecía estarse despidiendo de alguna manera. Además, aquel encuentro de sus labios, la forma en que Shasta se aferró a su camisa, como si quisiera arrancar y aferrarse a una parte de él, lo dejaron extrañado.




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