Pista musical sugerida para la lectura: MONDAY . Ludovico Eunaudi. Chicas, tienen que leer escuchando esta canción de fondo.
Aaron e Isha también llegaron al escuchar el alboroto. Nora llamó a la policía usando su celular. Shasta, sentada en una silla del patio trasero, cuando bajó la tensión del momento, cuando al fin comprendió que ya todo había acabado y la adrenalina bajó sus niveles, comenzó a quedarse dormida, cabeceando.
—¡Diego! No la dejes dormir. Ese golpe en su cabeza fue fuerte, puede ser dañino que se duerma—aconsejó Nora—. Ya viene la ambulancia.
Diego se acercó, sentándose frente a ella, y tomó sus manos.
—Mi amor… —dijo tomando su barbilla—. No te duermas, por favor. Sé que estás cansada, y que una parte de ti desea descansar, pero necesito que resistas, ¿sí?
Ella asintió, ladeando una sonrisa, se fue yendo lentamente hacia un lado, con la mirada algo ida, como si estuviera pensando en lo que acaba de decir su prometido, pero su cuerpo tomara decisiones propias y así, poco a poco, se fue desvaneciendo.
Diego la sostuvo, pues casi caía.
—Shasta, amor, intenta, mantenerte despierta —rogó, pero la chica, no reaccionó—. ¡Nora! —gritó desesperado—. Se desmayó. ¡No sé qué hacer!
Su media hermana tenía experiencia al haber trabajado en aquel olvidado ambulatorio.
Isha se acercó preocupado, sintiéndose inútil al no poder hacer nada al ver a su hermana en ese estado.
—Llámala, llámala por su nombre. No le des esos golpecitos en la cara. ¡Flor, trae alcohol y algodón! —solicitó Nora alzando la voz—. Diego elévale las piernas —ordenó comenzando a quitar la correa que afinaba la cintura de la nativa.
El ama de llaves llegó corriendo con lo que Nora había solicitado. Crispín caminaba de un lado para otro junto con Isha que tenía las manos en la cabeza.
Los ojos de Aaron y Diego se encontraron, el menor negó con la cabeza, tenía la mirada cargada de ira, bajó las piernas de su princesa y se le fue encima a Leo.
—¡Te voy a matar! —gritó, más su hermano mayor lo detuvo.
—Diego… Sube las piernas de tu mujer y enfócate en ella. Cálmate, hermano.
El menor lo empujó, tenía la respiración agitada.
—¡Lo voy a matar! ¡¿Dónde está esa ambulancia?! Por el cielo… ¡¿Por qué tardan tanto?! —preguntó, alterado, estaba desesperado.
Nadie jamás lo había visto así. Diego siempre había sido muy controlado y equilibrado, pero toda la situación lo había sobrepasado, la pelea, ver a Shasta así, los disparos. Miró unos de los troncos de un corral a lo lejos, y vio al cuervo mirando todo, inmóvil, casi parecía de mentira. El Balderas se llevó las manos a la cara, buscando mantenerse atento, se estaba volviendo loco.
—¡Diego! —gritó Nora, trayéndolo a la realidad—. ¡Que subas sus piernas!
El Balderas reaccionó y tomando los tobillos de su princesa y los elevó un poco más debajo de su cintura.
Nora colocó un algodón con alcohol muy cerca de la nariz de Shasta y la chica reaccionó, despertó, abriendo aquellos bonitos ojos que tenía. Miró a Nora.
—Me duele mucho —dijo posando la mano en el vientre.
—¿Leo te golpeó allí? ¿Te violó? —indagó Nora.
La princesa negó, aletargada, mientras las lágrimas se le escapaban sin querer.
Nora alzó un poco su vestido y miró, para encontrarse con una mancha de sangre. Alzó los ojos y le dio a su medio hermano una aterrada mirada cargada de tristeza.
—¿Qué pasó? —preguntó Diego, angustiado.
Nora negó y dijo:
—Tiene sangre en la ropa interior. Quizá esto fue demasiado.
—¿Perdió al bebé? —cuestionó Diego con los ojos aguados.
—No sé, cuñado. A veces por una gran impresión… pues… pasan estas cosas, pero puede que no sea el caso, puede ser que estén a tiempo de salvarlos.
Los hombros de Diego bajaron un poco, ya no sabía qué más hacer, sintiendo que todo era su culpa por no haber escuchado a su mujer, por no haberle creído, dejándola sola.
La ambulancia al fin llegó, los paramédicos subieron a Shasta en una camilla y partieron junto con Diego.
Aaron se acercó a Leo.
—Ya viene la policía, idiota. Vamos a hacer que no salgas más nunca de la cárcel.
—No podrán hacer eso —profirió el nativo con altivez.
El bruto no se aguantó más y le dio un puñetazo en la cara con todas sus fuerzas y luego una patada en el abdomen.
—¡Aaron! ¡Basta! —gritó Nora.
—Un golpe más… Uno menos… No se notará —replicó el bruto.
—Los voy a denunciar —dijo Leo, tratando de recuperar el aire.
—No estás en posición de denunciar nada —respondió Nora, enojada—. Mejor te callas, porque si no te voy a dejar solo con Aaron y allí nadie lo va a detener. ¿Entiendes? ¡Cállate!