De cuando Leonard cometió el más estúpido de los errores
He cometido errores en mi vida. Muchos. En serio.
Desde los pequeños —como arruinar un traje a medida y ganarme un regaño de proporciones teatrales— hasta los más emblemáticos, como decirle a mi madre que ya era vieja (aún me sorprende haber sobrevivido). Pero nunca, nunca, me imaginé cometiendo el más estúpido de todos: secuestrar accidentalmente a alguien.
¿Cuál sería la pena? Servicio comunitario? ¿Multa? ¿Cárcel?
No, no, no.
Tengo diecisiete. No estoy listo para una celda, ni para compartir espacio vital con un hombre tatuado que me llame “rubiecito” o peorrr, "príncipe".
Estava teniendo escalofríos cuando un ruido en el saco me arranca del espiral existencial: la persona dentro se mueve, lucha por salir. Y aunque la escena tiene cierto aire de comedia absurda, no puedo reír. El cuerpo es mucho más pequeño que el de Chiara y ni siquiera el peso coincidía. Claro, porque además de criminales, somos idiotas.
Suspiro, coloco mi mejor máscara marca Lestrange (compuesta de serenidad fabricada y superioridad heredada) y me doy la vuelta. Todos me miran esperando que diga algo brillante. O útil. Preferiblemente ambas.
—Podemos… —empiezo, midiendo cada palabra—... ofrecerle lo que quiera. No será mucha pérdida para nosotros. Y si eso no basta, una amenaza siempre es una opción.
Asienten. Porque claro, amenazar gente es el nuevo "lo sentimos".
—Tú hablas. Nosotros te esperamos afuera —dice Zach, saliendo corriendo como si el lugar estuviera en llamas.
Thomas lo sigue. Me lanza una mirada que solo puedo traducir como: -no cuentes conmigo-. Diane al menos baja la cabeza, avergonzada. Yo, idiota de mí, le hago un gesto para que también se vaya.
—¡Te amamos! —grita Zach desde arriba— ¡No lo olvides!
Creo que incluso me guiñó. Qué considerado.
Ya a solas, respiro hondo. El saco se mueve otra vez. Maldita sea.
—Amm… esto… yo… —carraspeo, como si eso hiciera menos evidente mi nerviosismo de secuestrdor novato—. Te sacaré, ¿sí? Pero por favor, no grites. Ni corras. Ni lances cosas.
El saco asiente. Literalmente.
Aflojo el nudo con cuidado. Unas manos pequeñas lo empujan hacia abajo hasta descubrir un rostro… joven. Y molesto. Se incorpora, me acepta la mano, y una vez de pie, se acomoda la ropa con toda la dignidad que le permite haber sido secuestrada usando tremendas fachas. Y entonces levanta la cabeza.
Nuestra mirada se cruza. Sus ojos castaños arden con una mezcla de confusión y furia contenida. Luego se cruza de brazos y se apoya en una pierna.
Yo carraspeo otra vez. Porque, al parecer, los sonidos guturales son mi respuesta automática ante el estrés.
—Primero que nada, lo siento mucho. En serio.
Sí, por si alguien dudaba: los niños ricos sabemos pedir disculpas.
Ella arquea una ceja. No dice nada, pero lo entiendo todo.
—En nombre de mis cobardes amigos… Lo siento, Zach —digo, porque sé que me está escuchando detrás de la puerta. Confirmado segundos después:
—¡Se llama instinto de autopreservación! ¡Investígalo y ponelo en práctica!
Cobarde. Punto.
—La situación fue un malentendido. El objetivo no eras tú. Era una... broma pesada para una amiga.
—Menudas bromitas las vuestras—dice, con todo el desprecio que su pequeña persona puede caber.
—Sí, fue… excesiva —admito.
—Y el resultado no fue brillante.
—Evidentemnete, ¿hay algo que podamos hacer para compensarte, señorita?
—¿Quieres comprar mi silencio?
Me quedo en blanco. Palidezco dos tonos.
—¡No! No… no es eso. No hicimos nada malo. Solo que... bueno, fue un error inocente. Involuntario—mentí descaradamente.
—Aja.
—Quiero decir… si te lastimamos podríamos pagar tu consulta médica—improviso.
La chica lo considera. Mis nervios crecen como si tuvieran fertilizante a pesar de que ella está actuando inusualmente tranquila.
Ya no me ve a la cara, solo analiza el entorno con la misma curiosidad que si está habitación fuera un museo.
—Sería una buena opción... si me hubieran hecho daño. Pero no es el caso—ella suspira y sonríe —. En realidad estoy bien.
— ¿Entonces? ¿Alguna otra cosa? ¿Deseas algo en específico?
—Nunca lo había pensado a decir verdad— ella adopta una expresión pérdida, como si recién despertara de un sueño.
—Entonces… ¿algo más? ¿Un favor? ¿Un collar? ¿Un pony? —empiezo a desesperarme—. ¿Señorita?
—Sabes, por tu culpa perdí mi helado. Cómprame otro y estamos a mano.
¿Un helado?
—¿Un helado? —repito.
Ella asiente.
#3438 en Novela romántica
#171 en Joven Adulto
amoradolescente romance humor comedia, amoradolecente, estrellasyconstelaciones
Editado: 28.04.2025