Búscame en las estrellas (resubiendo)

Capitulo 2: Primer(os) Encuentros

De cuando Leonard cometió el más estúpido de los errores

He cometido errores en mi vida.

Muchos.

Desde los pequeños –como arruinar un traje a medida y ganarme un regaño de proporciones teatrales– hasta los más emblemáticos, como decirle a mi madre que ya era vieja (aún me sorprende haber sobrevivido). Pero nunca, nunca, me imaginé cometiendo el más estúpido de todos: secuestrar accidentalmente a alguien.

¿Servicio comunitario? ¿Multa? ¿Cárcel?

No, no, no.

Tengo diecisiete. No estoy listo para una celda, ni para compartir espacio vital con un hombre tatuado que me llame “rubiecito”.

Un ruido en el saco me arrancó de la seguridad de mi mente: la persona dentro se mueve, luchando por salir. Y aunque la escena tiene cierto aire de comedia absurda (parecido a “Mi hermana Invisible” cuando la hermana se vuelve invisible vaya y Cleo debe reemplazarla) no puedo reír.

El cuerpo es mucho más pequeño que el de Chiara y ni siquiera el peso coincidía. Claro, porque además de criminales, somos idiotas.

Suspiré, colocando mi mejor máscara marca Lestrange (compuesta de serenidad industrial y superioridad heredada) y me doy la vuelta. Todos me miran esperando que diga algo brillante. O útil. Preferiblemente ambas.

—Podemos…— empiezo, midiendo cada palabra—, ofrecerle lo que quiera. No será mucha pérdida para nosotros. Y si eso no basta, una amenaza siempre es una opción.

Asienten. Porque claro, amenazar gente es el nuevo "lo sentimos".

—Tú hablas. Nosotros te esperamos afuera —dice Zach, saliendo corriendo como si el lugar estuviera en llamas.

Thomas lo sigue. Me lanza una mirada que solo puedo traducir como: no cuentes conmigo, bro. Diane al menos baja la cabeza, avergonzada. Y yo, idiota de mí, le hago un gesto para que también se vaya.

—¡Te amamos! —grita Zach desde arriba— ¡No lo olvides!

Creo que incluso me guiñó. Qué considerado.

Ya a solas, respiro hondo. El saco se mueve otra vez. Maldita sea.

—Amm… esto… yo… —carraspeo, como si eso hiciera menos evidente mi nerviosismo—. Te sacaré, ¿sí? Pero por favor, no grites. Ni corras. Ni lances cosas.

El saco asiente. Literalmente.

Aflojo el nudo con cuidado y unas manos pequeñas lo empujan hacia abajo hasta descubrir un rostro… joven, femenino y molesto.

Acepta mi mano para incorporars y una vez de pie, se acomoda la ropa con toda la dignidad que le permite haber sido secuestrada.

Nuestra mirada se cruza. Sus ojos castaños arden con una mezcla de confusión y furia contenida. Luego se cruza de brazos y se apoya en una pierna. Esperando.

Yo carraspeé otra vez.

—Primero que nada, lo siento mucho. En serio.

Sí, por si alguien dudaba: los niños ricos sabemos pedir disculpas.

Ella arquea una ceja. No dice nada, pero lo entiendo todo.

—En nombre de mis cobardes amigos… Lo siento, Zach —digo, porque sé que me está escuchando detrás de la puerta. Confirmado segundos después:

—¡Se llama instinto de autopreservación! ¡Investígalo y ponlo en práctica!

Efectivamente, cobarde.

—La situación fue un malentendido. El objetivo no eras tú. Era una... broma para una amiga.

—Menudas bromitas —dice, con todo el desprecio que su pequeña persona puede tener.

—Sí, fue… excesiva —admito.

—Y el resultado no fue brillante.

—¿Hay algo que podamos hacer para compensarte?

—¿Quieres comprar mi silencio?

Palidezco dos tonos.

—¡No! No… no es eso. No hicimos nada malo. Solo que... bueno, fue un error inocente. Involuntario—mentí descaradamente.

—Ajá.

—Quiero decir… si te lastimamos podríamos pagar tu consulta médica—improviso.

La chica lo considera. Mis nervios crecen como si tuvieran fertilizante.

—Sería una buena opción... si me hubieran hecho daño. Pero no es el caso.

— ¿Entonces? ¿Alguna otra cosa? ¿Deseas algo en específico?

—Nunca lo había pensado a decir verdad— ella adopta una expresión pérdida, como si recién despertara de un sueño.

—Entonces… ¿algo más? ¿Un favor? ¿Un collar? ¿Un pony? —empiezo a desesperarme al no tener respuesta—. ¿Señorita?

—Sabes, por tu culpa perdí mi helado. Cómprame otro y estamos a mano.

¿Un helado? ¿En serio?

—¿Un helado? —repito, con genuino desconcierto.

Ella asiente.

—¿Eso es todo?

Ella confirma.

—¿Segura que no te hicimos daño cerebral?

—Ajá —dice, sonriente.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.