Búscame en las estrellas (resubiendo)

Capitulo 3: El Castigo

De cuando tuvo que cumplir su castigo y soportar a la niña nueva (otra vez).

Mis pinceladas son hábiles, precisas, elegantes. Ventajas de haber sido instruido por los mejores maestros desde niño. Siempre sentado con la espalda recta, el espacio de trabajo impecable, cada trazo calculado. La técnica debe ser perfecta; si hay un solo error, el lienzo va directo a la basura. No puedo darme el lujo de distraerme.

Y sin embargo, lo hice.

La clase de Arte apenas había comenzado cuando mi burbuja de paz se rompió. ¿La culpable? Una chiquilla con nula capacidad para vestir como dios manda que además tararea canciones mientras agita el pincel como si pintara una tormenta.

Podía tolerar un poco de pintura en el piso, siempre que no bajara la mirada. Podía incluso ignorar su canturreo... pero una gota en mi lienzo era demasiado.

—Lane —la llamé, conteniendo la rabia.

—¿Sí, Andrew? —respondió con total tranquilidad, sin mirarme siquiera.

—¿Podrías callarte?

—No lo creo —dijo, como si nada, negando con un leve sonido.

Rodé los ojos.

A diferencia de mí, Lily estaba de pie, en una postura extraña, desparramando acrílico azul por todo el lienzo. En la otra mano sostenía un godete lleno de mezclas coloridas y de dudosa procedencia —juro que vi un pétalo en el rosa—. Tarareaba una canción, indiferente a las gotas que salpicaban su rostro... y el de todos los demás. Para colmo, aplicaba pintura con su credencial escolar.

Y su obra… bueno, incluso con mi imaginación, no lograba descifrar qué demonios era. Pero, lo que sea que Lane tuviera en su lienzo no puede ser algo de esta y ninguna otra dimensión.

Desde cierto ángulo podría parecer un camino de colores... si cerrabas los ojos, inclinabas la cabeza y levantabas un brazo.

—Lane —volví a llamarla.

—¿Hmm?

—¿Qué se supone que es eso?

—Hoy parece un río de colores —respondió, pensativa—. Mañana tal vez sean alas de arcoíris.

La miré fijamente. Ella no reaccionó, perdida en su mundo como siempre. Con un suspiro resignado, regresé a mi trabajo.

La tranquilidad no duró mucho.

—¡Lily! —gritó una voz chillona.

No era para mí, así que la ignoré.

—Hola, Chiara —respondió Lane, con una dulzura contagiosa.

Al escuchar el nombre, me enderecé.

—Buenos días, señorita Grafton —dije, educadamente.

—Oh, hola Leonard, no te había visto. Perdón —pestañeó coqueta, con su voz melodiosa. Me limité a asentir—. ¿Sois compañeros todavía? ¿Os molesta si estoy con ustedes esta clase? —le preguntó a Lane.

—Claro —respondió ella sin dudar.

Chiara chilló de emoción y se sentó a su lado, lanzándose en una charla intensa sobre —Dios sabrá qué—. No queriendo saber nada sobre la banda que acababan de mencionar, me puse los auriculares y dejé que Sweater Weather de The Neighbourhood me aislara del mundo.

Aun así, sus voces se colaban. ¿Cómo lograban ser más ruidosas que la música?
Las miré con mala cara por un momento, pero la imagen que tenía enfrente me hizo olvidar mi disconformidad. Eran un par extraño.

Chiara, alta, hermosa y refinada, con cabellos de oro y ropas finas que ensalzan su buen estatus social al mismo tiempo que estilizan su figura. Una dama de noble cuna en toda la extensión de la frase.

Y luego está Lily, que viste como pandillera. Cabello castaño en corte irregular y con mechones de colores (no por tintes, sino por acrílico), aretes de más en las orejas, vaqueros cortos y playera con estampados demasiado cutre como para identificar. Además de aquella campera verde militar que le había visto cada día desde que la conocí.

Sin embargo, parecían entenderse mejor de lo que sus ropas hacían. Todo eran risas y juego en su conversación… de la misma forma en que había sido antes con los Grafton y yo. Chiara sonreía tan brillante como cuando era niña.

Así que las dejé ser.

Por el recuerdo.

Yo puedo seguir estando en paz aunque tenga un campo de guerra colorido a mi costado.

****

Al llegar a su casa, agradecí que Diane hablara con voz suave y pausada, resultaba casi como un masaje en los tímpanos. Confieso que apenas entiendo una pequeña parte de las muchas cosas que dice, pero respondo con monosílabos que la complacen a varias preguntas.

Podría estarme pidiendo un barco y se lo daría solo para que siguiera hablando.

Exagerado.

Incluso me permití una suave sonrisa en algún que otro momento. Y no me molestó que pusiera sus manos en mi cabello para peinarlo.

En algún momento, el silencio se apoderó de la conversación, parece que a Diane se le habían acabado las ideas. Así que vi obligado a romperlo.

—También hay una chica nueva —solté.

Diane alzó las cejas, sorprendida de que hablara sin que me lo pidieran.




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